Uno es que estaba excitada. Sin duda alguna, me tenías la entrepierna completamente mojada. Los labios de la vulva estaban hinchados y enrojecidos, y eso que apenas si habías tenido tiempo de centrarte en ellos… Aun…
Ofrecida…
Te me lanzaste nada más cruzar la puerta, con una soga en la mano y una sonrisa malvada en la boca. Me derribaste sobre la cama por sorpresa, eso te dio cierta ventaja. Si no, probablemente aun estarías recuperándote de la patada en los cojones que te habría propinado. Pero no lo esperaba, y en un momento me tenías boca abajo sobre el cobertor de tu enorme cama, montado a horcajadas sobre mi espalda, con una mano bajo tus muslos y la otra aferrada entre las tuyas, mientras pasabas una lazada que ya venía preparada de antes. Sólo tuviste que ajustarla y amarrarla al cabecero de la cama. Unos segundos de debilidad y ya tenía un brazo perdido.
Sabías que era cierto, y que no te iba a dar la batalla por ganada. Para tu asombro conseguí darme la vuelta bajo tu peso y mirarte desde la cama revuelta. Mis cabellos se arremolinaban sin orden alrededor de mi cabeza, algunos ya pegados a las sienes por el sudor del forcejeo. No te quedó más remedio que estirar el cuerpo sobre el mío, intentando que tus piernas inmovilizaran las mías, a la vez que dabas cuenta de mi otra mano con las dos tuyas. Fuertemente, con determinación, pasaste la cuerda que ya estaba unida al cabecero, y presionando cómo pudiste contra el colchón me sentí fijar la mano entre los dedos hábiles.
Me miraste con magnificencia cuando mis manos ya no me sirvieron. Y ante mi asombro… besaste mis muñecas, y las palmas de las manos… lamiste la yema de los dedos con la punta de la lengua, dejándome sin aliento.
Y pensar que hacía solo unas horas que nos habíamos conocido… Unas copas de más en una barra de un bar de tercera, unas risas en el taxi de camino a casa. Confidencias sobre cuerdas, labios mordidos ante el morbo de las sensaciones nunca disfrutadas. Maldad en la mirada, calor en la bragueta abultada.
Tus dedos se perdieron entre los míos en un enlazar de palmas mientras tu boca me arrebataba el beso más sensual que me habían dado en la vida. Tu lengua instó a la mía a saborearte, y así lo hice, con todas mis ganas. Los dientes apresando las partes blandas, la saliva balanceándose de tu boca a la mía. Gemidos amortiguados por la cavidad que los provocaba, y ojos que se cerraban para entregarse por unos instantes a los placeres de la carne.
Música de fondo que parecía que acompañaba tu movimiento de caderas contra mi pelvis. Mi falda se arremolinó con tu sinuoso recorrido de muslos a ambos lados de mis piernas, abriéndose por el plisado que hacía en la parte delantera. Tus manos se aferraron con fuerza entre mis dedos, al tiempo que enterrabas tus caderas entre las mías, y tu boca me arrancaba gemidos de devota agonía. Me tenías rendida, sin remedio.
La polla tiesa que escondías en el pantalón se apretaba contra mis muslos, devolviéndome a la realidad. Mis piernas reaccionaron con presteza, y las moví con toda la fuerza que fui capaz mientras las tuyas se afanaban por controlarlas. Sabía que si caía una estaría a tu merced, por lo que no podía permitirme ni una baja más.
Tus palabras llegaron en un momento de debilidad. Las piernas me dolían de los golpes contra las tuyas, y tú lo único que habías tenido que hacer era esperar sobre mi cuerpo, con la vista fija en mi rostro enrabietado por la inminente derrota.
Lo intenté una vez más. Pero la fuerza se había reducido considerablemente, y lo único que pude conseguir fue facilitarte aun más el acceso a mi coño, al apartarse aun más la puñetera y traidora falda. En un segundo y definitivo descuido abandonaste mi cuerpo, lanzándote sobre la pierna que mejor te vino, para pasar con mucha habilidad la cuerda y tirar al momento, con un nudo plano que me dejó a tu entera disposición. Tiré varias veces, aunque no hubo forma que disminuyeras la presión sobre el tobillo… Y me fijaste la pierna a la pata de la cama…
Sonreíste, complacido. Del suelo recogiste un tacón, perdido en la lucha, y en un alarde de morbosa actitud lo colocaste en el pie inmovilizado.
Y cómo no… procuré asestarte una patada justo al lado de la cara que más a tiro tenía, pero no conseguí llegar a dañarte demasiado, y casi ni desestabilicé tu cuerpo de encima de la otra pierna. Retorciendo un poco la espalda, sujetando el tobillo libre que intentó mandarte al piso, bajaste de mi muslo y te colocaste mirando las braguitas que se mostraban tras retirarse la falda en el forcejeo. Viéndolas húmedas, te pusiste tremendamente cachondo.
Y es verdad que se me habían mojado las bragas, y más ahora que me tenías el último miembro inmovilizado entre los tuyos. Y sobre todo… que me miras la entrepierna cubierta por la fina telita de encaje. Con la maestría que habías demostrado en las otras tres anteriores presionaste mi pierna con todo el peso de tu cuerpo, y sin nada más que te lo impidiera, sino mis insultos, que para ti eran un regalo, dispusiste la soga alrededor del tobillo y me la dejaste fija en un instante, dejándola completamente tensa y separada la una de la otra.
Mordiste el tobillo por encima de la cuerda y lamiste el interior de la pierna, ascendiendo hasta la rodilla. Me estremecía y no podía evitarlo, sabiendo lo que te proponías. Y bajo la ropa que aun me cubría surgieron la piel erizada, los pezones endurecidos y los labios empapados, que latían deseando polla… Por supuesto, la polla que intuía también deseando mi coño caliente.
Mi puñetero coño ardía entonces… como lo hacía ahora.
Un solo dedo, me enseñaste un maldito dedo y un tremendo gemido se escapó de mi garganta. Descendió lentamente para depositarse, con firmeza, entre los pliegues de las braguitas. De entre la tela se filtró la humedad que esperabas, brillante y espesa, y en tu rostro se dibujó una despiadada sonrisa ladeada que me destrozó la compostura. Estaba loca por tener esos labios donde tenías ahora el dedo, pero ni muerta te iba a suplicar… Ni muerta lo oirías de mis labios.
Volví a gemir. Me deleité en que cumplías verdaderamente tu amenaza, que sacabas una enorme verga de los pantalones y me azotabas los labios hinchados tras arrancarme las bragas empapadas. Creí escuchar el chapoteo de tu polla al chocar contra los pliegues humedecidos, y como la restregabas una y otra vez castigando el clítoris que ansiaba atenciones. Me vi arqueando la pelvis intentando provocar la penetración, sin conseguirlo… Me vi impotente, y horriblemente cachonda. ¡Joder, qué caliente me tenías!
Para entonces yo ya estaba perdida, y no podía apartar los ojos de los dedos que aferraban el limón, ni de la lengua que lo lamía con parsimonia. Me temblaron las piernas y se secó mi garganta. Bebí de un trago el tequila, y apuré a morder el limón que tenía más cerca. Hincarle el diente a algo me sentó muy bien…
Tuviste que entender que algo no funcionaba, tal vez en mi rostro se dibujó cierta decepción tras comerme otro trozo de limón de golpe, porque apartaste el cítrico y lo dejaste al alcance de mi boca, entre tus dedos.
Me dejé devorar la boca por tus labios apasionadamente justo en aquel instante, mientras la palabra dueño retumbaba en mi cabeza. Me mareé ante la perspectiva de ser sometida por aquellas manos, que aquel cuerpo se dedicara en alma a la fantasía que durante años había reprimido y que ahora pugnaba por salir… y sabía que sería realizada esa misma noche.
Siempre he considerado que mi entrepierna era ácida, así que poca diferencia ibas a encontrar cuando me comieras el coño tras arrancarme las bragas.
La presencia de otro hombre en la contienda me dejó completamente descolocada. Y entonces comprendí que a ti te había ayudado a hacerme la proposición, y que no tenías ni idea de que yo estaba esperando a alguien que me reconocería por el limón que reposaba sobre la barra del bar, junto a mi tequila. Entonces… ¿no ibas a ser mi dueño? ¿Yo había quedado con otro?
Que contestaras por mí ya era una muestra de dominación en sí misma. Y tal vez no era mala idea dejarte hacer, pero por una vez en mi vida el sentido común me decía que estaba cometiendo una estupidez, y que me hubieras mojado las bragas no era excusa suficiente para irme con un desconocido… del que tampoco tenía ningún tipo de referencias. Al menos, el recién llegado… venía de una agencia, y era de pago… Que mis buenos seiscientos euros acababa de ingresar en su número de cuenta para que al final acabara atada en la cama de su habitación de hotel.
La cara de mi amante de pago no se desfiguró lo más mínimo. Seguro que ya sabía que le había pagado, por lo que la ofensa al menos no le causaba ninguna pérdida, y sí más tiempo libre en el que invertir el sueldo obtenido sin hacer un solo nudo de los prometidos.
Hasta sentí la tentación de pedirle que me sometieran entre los dos, por la forma tan estúpida en la que había perdido el dinero. Y vi marchar al hombre al que había pagado por hacerse pasar por mi amo durante unas horas, atándome a la cama.
Mi mente volvió a la cama en el preciso instante en que sentí que la tela de las braguitas se rasgaba. Un tirón, y ambos lacitos cedían ante la presión de tus manos. Mi coño se descubrió completamente rasurado y mojado para que te regalaras la vista… y parecía que gustabas de lo que veías, porque la dureza de tu pantalón se hizo más que patente. La tela fue a parar al bolsillo del vaquero que llevabas puesto, y las manos se aferraron al interior de mis muslos, fijando tu pétrea presencia entre mis piernas. Bajaste la cabeza y aspiraste el aroma que desprendía tras la lucha y el consiguiente calentón. Habría sido completamente decepcionante el no haberme humedecido en ese momento, en el que ya me tenías, en el que ya era tuya, en el que poco más podía hacer que gemir y suplicar que me perforaras de una puñetera vez y me hicieras sentir como la zorra que deseaba ser por una noche.
Se me atragantaron las palabras porque no esperaba que de inmediato te lanzaras sobre mi entrepierna, y lamieras allí, como si tuvieras hambre de meses. Sentí tu lengua recorrer mis pliegues, buscando mis secretos, apreciando el sabor, divirtiéndote con las reacciones. Me hacías retorcer y casi aullar entre un movimiento y otro, y lo disfrutaba como una verdadera puta. El no poder escapar al castigo que merecía por haberme resistido como una niña mala, a que me domaras sin ofrecer oposición, hacía aun más excitante el placer que me otorgaba tu lengua. No poder… y no querer en absoluto…
Tu lengua fue implacable, pero nunca rebasó la línea que querías que cruzara sólo tras rogarte. Sabías que debía pedirlo, y teníamos toda la noche para que cambiara de opinión.
Bajaste la cremallera del pantalón y exhibiste tu enorme erección ante mí. Se me llenó la boca de saliva, y no fue la única parte de mi anatomía que se llenó de líquido. La veía tiesa y plena, enrojecida por el cautiverio en la bragueta durante tanto tiempo.
Y la tragué entera en cuanto la tuve a tiro, con tus muslos a ambos lados de la cabeza y tus manos estratégicamente colocadas, una en la frente y la otra propinándome pequeños cachetes en el lado donde se marcaba el capullo al chocar contra el interior del carrillo. Me follaste la boca con fuerza, hasta el fondo, sin detenerte ni dejarme tregua sino un par de segundos para respirar, y aun así se hacía insuficiente. Y me encantó que lo hicieras de esa forma, que me obligaras, que me insultaras y gimieras cada vez que presionabas contra mis labios y metías casi toda la verga en el interior, forzándome a tomar aire solo cuando tú querías, y obligándome a mirarte mientras me empalabas y te enterrabas con fuerza hasta chocar los cojones contra la barbilla.
Tus gemidos me hacían quemar la piel, al igual que tus palabras. Emputecida, sí, así me tenías. Destrozados los resquicios que me habían hecho dudar al montarme en el taxi, cuando te confesé mis fantasías, solo me quedaba actuar como una zorra. Como la zorra que te había dicho que deseaba ser follada atada a la cama de un desconocido. Tu mano se había introducido entre mis piernas mientras los dientes me castigaban los pezones, y yo miraba con descaro al taxista que continuaba espiando nuestras andanzas en la parte trasera del coche. Gemía levemente por el placer que me regalabas con tus dedos sobre la tela de las braguitas, rozando levemente las zonas sensibilizadas por la excitación de la que se sabe que va a cumplir su gran fantasía. Los pezones te recibían endurecidos y hasta llegué a separar levemente las piernas para facilitar el acceso a la entrada de mi vagina, que se encontraba terriblemente vacía. Aferré tus cabeza y guié tu mano con movimientos de caderas, y cuando me sentí penetrar por uno de tus dedos tras apartar la tela de encaje mi cuerpo se arqueó perdiendo la visión del taxista que seguro tendría material para una buena paja al terminar el servicio aquella misma noche. Pero me apartaste. Me castigarías por intentar aquel movimiento, lo sabía. Tenía muchas cosas que aprender, si me dejabas…
Y aunque tuviera el coño ardiendo, deseando tus atenciones para el mayor de mis orgasmos, gracias al cielo no podía articular palabra por la enorme polla que me impedía otra acción que no fuera chupar el capullo hinchado. Me encantaba el sabor de ese trozo de carne. La piel era suave y se dejaba manejar, agradecida por las atenciones. ¡Por Dios! ¡Cómo deseaba que me follaras! Necesidad… pura y dura. Eso era lo que sentía. Necesitaba sentirme llena con tu cuerpo, sentirme poseída sin poder negarte ninguno de los orgasmos que me tenías prometidos. Los quería todos, tras haber disfrutado de cada instante en el bar donde pasé de un experto para decantarme por tu sonrisa torcida y tus dedos hábiles que prometían la gloria para recordarla lo que me quedara de vida.
Mis ojos te miraban, como pedías. Pero mis labios se negaban a entregarte lo que los dos ansiábamos. Te reíste, y de varias embestidas más te derramaste en mi boca. Tremenda tortura el hecho de sentirte fuertemente empotrado, disfrutando de tu orgasmo y negándome el mío por testaruda. Espesa, caliente, abundante. Tu leche me castigó el paladar y la lengua sin mi preciada penetración, como me imaginaba que al final sería, al no dejarme llevar y haber sido una niña mala. Conseguí tragarla entera siguiendo tus indicaciones, ya que te negabas a retirar la polla, clavada contra el fondo de la boca. Jadeabas…
Pero sonreías.
Comments 2
hay que tener sangre fria, yo este relato lo hubiera terminado en el taxi, con el taxista, claro…
besos
Pongamos que para juzgar tu relato una polla flácida es suspenso, si queda estendida es un aprobado, una tiesa ya es muy bueno y una corrida significa excelente. Bueno, pues yo he terminado sacando los kleenex.
Un besazo, y gracias por el momento.