Acabo de llegar a la terminal del aeropuerto. Los lectores me esperan al otro lado de las puertas de cristal automatizadas.
Llevo poco equipaje, lo imprescindible para pasar dos noches en una ciudad nueva. Pero tal vez demasiado debido a las circunstancias.
Y las circunstancias son que no tengo ni puñetera idea de lo que voy a hacer este fin de semana en esta maldita ciudad.
Pero he de decidirlo pronto, porque siento que todo el mundo me está mirando. Y porque alguno de los cuatro hombres que me mira fijamente, cada uno con un libro diferente, pero bien expuesto para que la portada sea de fácil acceso para mí, puede ser el que tome la iniciativa.
Y en ese momento elijo yo.
He pasado por un tormentoso divorcio hace unos meses. Mi marido se ha quedado con casi todo, incluso con nuestro perro, al que realmente echo mucho de menos. El resto de las pertenencias… bueno. Todo es reemplazable en esta vida. Y sin ser mis vestidos de marca y mi lencería fina, decidí que iba a poner tierra de por medio. Nuevo apartamento, nuevo puesto de trabajo en una ciudad nueva.
Pero no ésta. Aquí… solamente vengo a pasar un fin de semana.
Y a follar, como no.
Me apunté a una de esas páginas web para conocer gente hace un par de meses. De primeras, pensé en comerme el mundo y salir con todos los tíos que me lo propusieran. Alguno de ellos, probablemente, acabaría gustándome, y no quería que se me escapara la oportunidad de tener buenos ratos mientras esperaba al hombre perfecto. Pero las citas fueron casi siempre malas… o muy malas. Las conversaciones fueron pobres en la mayoría de los casos, los tíos no sabían lo que querían, y yo tenía las cosas muy claras. Quería pasarlo bien, y ellos no sabían si buscaban en mí una amiga, un polvo rápido o una pareja estable.
De esas opciones… lo que menos sé ser es una amiga.
Dos meses más tarde, y tras darme cuenta de que los perfiles de los hombres con los que me citaban no se acercaban ni mucho menos a la realidad… decidí cambiar de táctica.
Y allí estaba yo, a la aventura. Sabiendo que ese fin de semana solamente quería sexo.
Lo que había que averiguar era qué tipo de sexo me apetecía tener.
Por ello, me había alejado de mi cuidad, para evitar luego caer en la tentación de repetir de forma sistemática. Ya que lo que buscaba era sexo, lo podía encontrar en cualquier sitio. Pero mejor no acostarse con un vecino, o con un compañero de trabajo… por si las moscas.
Y allí estaban ellos. Cuatro hombres de los cuales sólo conocía las mentiras que contaban en sus perfiles, y que no ponían una foto a rostro descubierto en la web ni aunque se la cambiaras tú por una de tu coño bien abierto y mojado.
¡Hombres!
Los estaba identificando ahora por los títulos de los libros que portaban. Eran tan diferentes entre sí que me había parecido gracioso decidir en el último momento con cual me apetecería perderme ese fin de semana. Dependía, sin duda alguna, del humor que tuviera al bajarme del avión. Y mi humor en ese momento era magnífico. Me sentía poderosa, deseada, y una gran hija de puta.
Me follaría a uno de esos cuatro… y los otros tres se quedarían sin saber por qué nunca di señales de vida. O tal vez los reuniera en otro fin de semana, siendo solo tres… para poder volver a elegir. ¿Quién podía decirlo?
Allí estaban ellos. Los libros, y los lectores.
Crepúsculo, para el romántico. Una putada como otra cualquiera.
50 sombras de Grey, para el dominante. Desde mi punto de vista, más putada aun para éste.
Las edades de Lulú, para el vicioso. Ese libro me había gustado mucho en su momento. Su lector había tenido suerte.
El ocho… para el que no comprendía. Ese hombre era un enigma. Y yo estaba empezando a jugar al ajedrez… por hacer cosas nuevas en mi vida
¿Qué tipo de sexo quería yo hoy?
Al levantarme por la mañana y elegir la ropa que llevaría ese día al trabajo ya empecé a apuntar mis preferencias. Me sentía… una chica mala. Por lo tanto, y por muy mono que me resultara ahora mismo Carlos, el romántico del libro de Crepúsculo, estaba casi convencida de que no sería mi elección de hoy. Aun así, traté de imaginarme la velada con él. Un ratito en la barra de algún bar con mucho olor a madera, esperando a que nos prepararan la mesa para cenar algún tipo de verdura ligera, acompañada de un buen vino. Velas a diferentes alturas, miradas caídas esquivando ser directa… y sus dedos extendidos sobre el blanco mantel, buscando el contacto con mi mano. Un beso robado a la salida del restaurante, esperando el taxi. Su mano tras mi nuca, atrayendo mi boca a la suya. La otra mano… perdida en mi cintura, deseando bajar hasta mis nalgas, pero sin dar el paso. Ojos cerrados de ambos…
¿Qué podía tener de malo dejarme conducir hasta la habitación del hotel, perfumada para la ocasión, donde me esperaría un baño de agua tibia, una cama con dosel y un hombre que me desvestiría con mimo, acariciando mi piel anhelante de las manos masculinas? Dejarme caer sobre las sábanas, permitirle cubrir mi cuerpo con el suyo, y separar las piernas lo justo para que sus caderas de frotaran contra mi vulva enrojecida por el deseo. Allí donde necesitara su plenitud acabaría entrando, suavemente, en profundidad… haciendo que notara la dureza de su miembro henchido y caliente, presionando, mientras su boca se perdía en la mía, y sus manos entrelazaban los dedos en mi pelo. Sentirle frotarse contra mí, jadear necesitando su apremio… y explorar a su alrededor al notar que estallaba dentro de mí, muy al fondo, llenándome…
Sexo romántico en semipenumbra…
La verdad que Carlos había resultado ser bastante guapo. Si no fuera que no me apetece que intenten enamorarme…
Yo voy vestida para que me follaran. Para que me acorralaran en el ascensor del aeropuerto, me obligaran a inclinarme de espalda ofreciendo el trasero y me empotraran contra el espejo, sintiendo una enorme polla entrar y salir, dilatando las paredes de mi coño, haciéndome gemir mirando mi imagen… y su rostro contraído por el morbo de poseerme sin más, disfrutando de la humedad y estrechez de mi entrepierna.
Me despido mentalmente de Carlos pensando que, tal vez en otro viaje, pueda dejarme acariciar a la luz de la luna por los pétalos de rosas que me había prometido. Pero esta noche… no.
Me quedan tres. ¿Qué me habían prometido estos salidos? ¡Ah! Ya… Orgasmos. Vamos a analizar esas caritas, a ver qué lengua es la que más me apetece que se pierda entre mis pliegues…
Iván, el que tiene el libro de las 50 sombras, me mira con bastante curiosidad. Es rubio, alto, y con una figura esbelta y atlética. Tiene unos ojos profundos, pero en verdad no esconden nada. Me atará a la cama, dejándome la piel marcada por la cuerda y la palma de sus manos. Lo imaginé en su momento azotándome las nalgas, calentando mi piel antes de aferrar mis piernas para separarlas y hundirse dentro. Lo imaginé pellizcando mis pezones, tirándome del pelo para que abriera la boca y aceptara su beso, y llamándome zorra, exigiendo que gimiera para él. Quería una chica a la que dominar, a la que golpear con la punta de la verga en la comisura de la boca mientras la aferraba de los cabellos; una chica contra la que restregar la polla para derramarse en su cara, jadeando con los dientes apretados y los ojos bien abiertos, reteniendo la imagen en la memoria. Ver los chorretones de leche resbalar por las mejillas hasta los labios entreabiertos, y en un último empellón meter la polla en su boca hasta el fondo, cortando el aire, para que se la limpiaran…
Iván quería someterme… pero para eso ya había tenido yo un marido, que me usó todas las veces que le dio la gana, llamándome su zorrita. Probablemente disfrutaría otra vez del sexo pasivo, de un hombre que me abriera el culo de un empujón contra el cabecero de la cama, y que me dejara sin correr varias horas, mientras jugaba con mi cuerpo tembloroso por la excitación y la impotencia.
Pero aquella noche no iba a ser la noche. Ni Iván tenía pinta de buen dominador… ni el libro que tenía en las manos era un buen libro de dominación. Si él fuera verdaderamente un hombre dominante nunca se habría dejado identificar con aquel libro. Curioso, sin duda, que los hombres tuvieran tan buena imagen de sí mismos…
Éste se las daba de Amo, pero al final era un sumiso capaz de dejarse dominar por la mujer para conseguir un coñito caliente que recibiera su polla tiesa. Decepcionante…
Quedaban dos.
¿Cuánto tiempo llevaba allí parada, observando? Empezaba a ser bastante incómodo para todos. A mi espalda, el resto de pasajeros seguía saliendo por la puerta, reencontrándose con sus seres queridos. Saco de mi bolso el teléfono móvil y simulo que hago una llamada. Sin duda, con eso ganaré algunos minutos, pero no demasiados. Me alegra no haber mandado nunca una foto de mi rostro a esa web. El juego habría tenido poco sentido.
Y yo me estaba divirtiendo mucho.
Las edades de Lulú…
José era de los hombres que disfrutaban con casi todo. Con las extensas conversaciones que habíamos mantenido por correo electrónico podía llegar a decir que era, sin duda, mi pareja ideal para ese fin de semana. Lo conocía mejor que a cualquiera de los otros. Me había divertido mucho con él, masturbándonos por cam, mientras en las pantallas de ambos sólo se enfocaban nuestros sexos ardientes y húmedos. Me gustaba su voz, varonil y aterciopelada, y me lo imaginaba susurrando palabras suaves y dulces mientras me sujetaba la cabeza para que un tercero me follara con fuerza la boca. Muchas veces me había dormido con la sensación de sus manos a ambos lados de mi rostro, y sus palabras de aliento complacido por verme disfrutar, mientras los ojos, llenos de lágrimas por el esfuerzo de acoger toda la polla en la boca, lo miraban con perversión.
José me había prometido sexo y desenfreno. Tríos, orgías, mi cuerpo bañado en leche de varios hombres, pollas muy hinchadas turnándose por follarme. Me había prometido masturbarse para mí mientras yo gozaba de otros hombres. Me encantaba la idea de fijar mis ojos en sus manos, que tantas veces había visto por cam aferradas a su polla dura, y verlo subir y bajar sobre ella, dándose placer, disfrutando de la visión de mi cuerpo desnudo y poseído por dos o tres pollas al tiempo.
Nunca había follado con más de dos tíos a la vez. Mi marido una vez me propuso un trío, y yo había aceptado por no llevarle la contraria. Había sido una situación excitante, sin duda… pero yo no estaba preparada para ella, y al final me había cortado bastante tener la polla de otro hombre en la boca mientras él me follaba salvajemente el culo. Me había costado correrme, por miedo a que él se disgustara pensando que me había gustado más el tamaño de la otra polla que la de la suya. Al fin y al cabo, nuestra relación empezaba a hacer aguas, y no sabía ya lo que acabaría provocando una discusión entre los dos. Aquella vez, sin embargo, no acabamos peleados, pero yo había tenido reparos durante todo el tiempo, y me habría gustado mucho haberlo disfrutado con libertad. Por ello, ahora… me llamaba tanto la proposición de José.
Me había confesado que tenía un par de primos muy bien dotados con los que solía montar fiestecillas privadas en el apartamento de uno de ellos. Me había prometido una cena muy intensa para los cuatro en algún local de tapas rápidas, con bastante alcohol en la mesa y mucho morbo en las palabras. Quería hacerme sentir una reina, adorada por los tres pares de ojos masculinos, ocupados por no perderse detalle de la amplitud de mi escote. Le encantaba la idea de fantasear durante la cena entre los cuatro, verbalizando las opciones de posturas que podíamos adoptar para darnos placer entre todos. Mirarme a los ojos y verme ruborizar mientras me explicaba cómo restregaría su polla sobre mis pechos mientras uno de sus familiares me follaría el coño muy lentamente, y yo masturbaría al tercero con una mano. ¡Había tantas posibilidades!
¿Podría yo con tres pollas?
Había, seguramente, pocas mujeres que tuvieran que hacerse esa pregunta en un aeropuerto. No temía que al final pudiera dolerme alguna de las embestidas, o que uno de los primos no me resultara atractivo y me diera asco que me metiera su enorme, según José, polla en la boca. Me preocupaba más el hecho de la desorganización, de que al final fuera un caos de miembros que no conseguían moverse de forma coordinada para que yo pudiera, por fin, correrme a gusto mientras era usada a placer por aquellos pervertidos.
Porque, sin duda… quería correrme.
No, no iba a salir mal. Si tenía que fiarme de algo, me fiaría que José había hecho ya unos cuantos tríos, y no de que trabajara de buzo recuperando objetos perdidos por el gobierno en aguas internacionales. ¡Menudo trabajo! Antes me creería que estaba seguro que podía darme un orgasmo con solo soplar sobre mis pliegues ardientes.
Sexo y desenfreno. En verdad creía que aquella iba a ser una noche memorable. Tenía muchas ganas de volver a sentirme como imaginé que iba a ser aquel primer trío con mi marido… Ritmo, cadencia, mientras cada uno de los participantes se introducía en mi cuerpo, profundamente, dejándome sin opción de movimientos.
Pero mi vista se iba hacia el libro de El ocho.
Julio.
No tenía ni puñetera idea de lo que le iba. Siempre que le había introducido el tema sexual en la conversación me esquivaba de forma sutil pero contundente. No iba a hablar de sexo conmigo sino cara a cara. El correo electrónico no le parecía para nada adecuado. No conseguí un solo dato de él. Si era romántico o su sexo era brutal y rápido. No podía saber si me follaría hasta dejarme agotada o por el contrario me mantendría a raya, haciéndose desear.
Si le iban los hombres o las mujeres. Si se dejaba los calcetines en la cama, o si se la ponía dura que le metiera un par de dedos en el culo mientras me la introducía hasta el fondo en la boca. Si era de los que follaban en la calle para que otros pudieran verlo bombear contra unas piernas abiertas subidas en unas cajas de madera amontonadas en el puerto. O si le ponían escuchar porno y ver a un actor escupiendo sobre el agujero dilatado del culo de una rubia mientras él hacía lo propio sobre el agujero que se follaba en ese momento, aferrando las nalgas y separándolas para ver su verga entrar y salir con todo lujo de detalles, brillante y a punto de llenarla de leche espesa y caliente.
No sabía nada de él.
Economista, cáncer, conducía un Audi. Estaba rapado al cero, seguía llevando gafas oscuras aun dentro del aeropuerto y portaba el libro con una sola mano, mientras que la otra la tenía metida dentro del bolsillo de la chaqueta de pana azul oscuro.
La otra mano estaba cubierta por un guante de ante marrón.
Me moría por ver esas manos…
No sabía nada de él. Y eso era, simplemente, un mundo de posibilidades…
La orgía tendría que esperar. No sabía si acabaría follando esa noche, o la siguiente… o si tendría el coño caliente y mojado sin consuelo durante las 48 horas que iba a durar ese viaje. Pero sabía que aquella mañana me había vestido para Julio, y había estado pensando en él en el avión, aunque no quisiera reconocerlo.
Lo deseaba…
Con suerte… mancharía la tapicería de su coche antes de salir del aeropuerto. O, en el peor de los casos, pasaría luego el viaje de vuelta en el avión metida en el baño con un enorme consolador follándome el coño, desesperada por correrme.
– ¿Julio?
Parece que he conseguido sorprenderlo. De los cuatro tíos, es el único que no me había mirado más de dos veces seguidas. Aunque… ¿quién sabe? Podría haber cualquier cosa debajo de esas gafas oscuras… incluso unos ojos que no me hubieran quitado la vista de encima en todo el tiempo desde que salí por la puerta acristalada…
Comments 5
Bonito relato, intriga por conocer más de esta
Mujer tan interesante. Besos… Dani…
Sigues siendo la mejor, Magela. Quizás algún día volvamos a encontrarnos. De momento sigo sin escribir. Zarrio01.
Un placer leerte, estar en tu cabeza mientras tus pensamientos irrumpen mezclandose con las fantasias. La neceseidad de disfrutar de alejarte de todo; de sentirte única y de espantar los fantasmas del pasado. Escribes genial!!!!
Un beso
Un placer volver a leerte después de tanto tiempo.
Un muy buen relato; muy excitante.
Un placer leerte, Magela recien salida del armario 😉
original, mucho, y tan bien contado como el resto.
Todo un descubrimiento.
🙂