Se puede decir que es el relato más pecaminoso que he escrito. Es lujuria en estado puro, basar el sexo en los instintos más primitivos del ser humano, buscar la satisfacción en el morbo sin mirar las consecuencias.
Así era un lector mío, hace ya muchos años. He perdido todo contacto con él, pero recuerdo que era un dominante que quiso someterme viendo que mi escritura cuadraba con un perfil de rol sumiso. La verdad es que por aquel entonces, que aún no me leían en tantos países como ahora, podía atender a los lectores de forma mucho más personal a través del mail. Ahora siempre contesto, pero tardo más tiempo, y tal vez me cuesta más entender el morbo cuando me lo cuentan.
Si me has escrito… ten paciencia. Te leeré, seguro. Y te responderé también.
A este lector lo acabé conociendo un día en un escueto almuerzo, en un viaje de trabajo que hizo a la isla. La comida se quedó casi toda en la mesa, porque los dos nos centramos tanto en hablar que ni cuenta nos dimos que se enfriaba un plato entre ambos
Recuerdo que me traía unas braguitas de algodón, muy blancas y con un fino encaje, en una caja. Y quería llevárselas tras tenerlas yo es ese almuerzo puestas.
Era su trofeo, como quiso llamarlo.
Quería el recuerdo de mi humedad impregnando la tela, y haberla despertado él con sus insinuaciones y comentarios.
A lo largo de los años he ido entendiendo que a cada ser humano le excita algo distinto, que las fantasías pueden ser tan variopintas como diferentes son los deseos sexuales de las personas, practiquen o no ese tipo de sexo, o no practiquen ninguno. Porque para tener deseo sexual no hace falta practicar, ¿o sí? Cada persona me ha ido sorprendiendo con una nueva perversión, una nueva vuelta de tuerca. Y yo, que soy una esponjita, escucho a todo el mundo con mucha atención, porque de la persona que menos te lo esperas aprendes una lección en la vida; entendí el morbo, de este lector, a través del trofeo en cuestión.
No te quedes con la idea de las braguitas como algo excepcional. Te sorprenderías con la cantidad de peticiones que tengo de ir regalando mis bragas a todo el mundo.
Por suerte… es una prenda que no suelo usar. Si no… me arruinaría.
También es el relato que hizo que, una mañana, una persona muy especial me escribiera un mail tras leerlo. Algo hizo que, unos meses más tarde, estuviera escribiendo más relatos para él, y que casi siempre, las manos que imagino en cada escena de sexo, sean las suyas. Aquel día tuve que escribir, cuando contesté a su mail, que tenía un bolso muy grande para poder adueñarme de lo que me ofrecía a cambio de sexo. Le mandé la foto del bolso, sacada de internet. Me mandó las dimensiones de lo que se suponía que me iba a regalar para vender en el mercado negro a precio de oro.
El bolso se me quedaba algo pequeño.
Y a él se le quedaron pequeñas las fantasías que, hasta el momento, tenía conmigo.
Por suerte hemos sabido crecer.
Da igual si las fantasías se hacen realidad o no. No me veo practicando un sexo como el que se describe en Máscara de Leche por muchos motivos que no voy a exponer aquí ahora. Pero nada nos impide que nos excitemos al pensarlo, que algo revuelva nuestros bajos instintos en el acto de ser marcados en la piel por la persona que nos encela.
O por muchas otras…
Hay gente a la que le gusta el sexo limpio. Hay gente que le gusta ensuciar la cama mientras tienen sexo.
Yo nunca he creído que el sexo pueda quedar, simplemente, en caricias y besos y semen encerrado en un preservativo. Pero ese tipo de sexo no se puede practicar con todo el mundo, y has de tener tal nivel de compenetración con tu pareja para que cualquier locura sexual que se nos ocurra pueda llegar a buen puerto. Y el puerto no tiene que ser otra cosa, muchas veces, que la intimidad de un dormitorio, compartiendo gustos y fantasías, mientras mi mano aferra su verga y sus dedos se pierden en mi entrepierna.
No seas estrecho de miras. Si te excita pensarlo… ¿Puede ser malo?
No todas las fantasías están pensadas para realizarlas. Como me dijo una estupenda escritora una vez, entre confidencias:
“Una cosa son las fantasías… y otra los planes que aún no has realizado”.
Yo tengo muchas fantasías, al igual que mi pareja, o al igual que tú… Máscara de Leche puede ser una de ellas, o la más aborrecible de todas las situaciones imaginables. Da igual como se mire. Yo no juzgo a nadie…
No me juzgues por escribirlo. Y espero que te guste leerlo. Porque es el cuarto relatos de Una Mancha en la Cama.
Hay tantas formas de manchar las sábanas…
¿Cuál es la tuya?
Máscara de Leche es mi relato más querido, pero no porque sea la más excitante de mis fantasías. Es el que más aprecio porque me puso en contacto con el hombre que ha hecho posible que se cumplieran muchas otras después de aquel día.
Por eso no hay que cerrarse en banda con algo que a primeras puede parecer una locura. Porque para fantasear… vale cualquier idea.
Por morbosa que sea.