Esa noche no pude ligar. Por más que lo intenté no tenía el cuerpo para estar tonteando con desconocidos que lo único que buscaban era sexo rápido y sin compromiso.
“Mira tú por dónde, como quería mi amante”.
Cuanto más le daba vueltas a la cabeza más entendía que había sido una estúpida al no darme cuenta antes de la vida que había llegado con mi novio. Vida de amante. Vida de mujer resignada que se conformaba con las migajas que le dejaba la otra. Vida clandestina.
Se acercaron un par de hombres interesantes, acuciados por mis amigas, claramente. Cualquier espécimen que le entrara a Oriola, Olga u Olaya venía rebotado hacia mi lado del reservado, donde nos habíamos sentado a beber mojitos, reírnos de la vida, y criticar vestidos de las otras féminas del local.
Y a observar al género masculino, por supuesto.
No me quité el abrigo en toda la noche. Habían bajado sensiblemente las temperaturas, y no estaba muy por la labor de coger un fuerte catarro que me tuviera otro fin de semana en casa, con un nuevo pijama -ya que el otro al final había ido a parar a la beneficencia-, y más decapitaciones en la tele. Olga se había encargado de ir conmigo a comprar la prenda de ropa, y había tenido muy buen ojo para rebuscar entre los pijamas de rebajas.
Me había quejado varias veces del frío a mis amigas. Ellas parecieron no sentirlo, probablemente porque bailaron más, bebieron más, e incluso interactuaron más de la cuenta con los hombres, probablemente para atraerlos hacia mí.
Las miré y hasta las envidié por poder estar sin abrigo en pleno enero. De todos modos, como no tenía el impulso de ponerme a lucir vestido y curvas para levantar alguna polla que quisiera pasar un buen rato, no me quedó pena por el mal tiempo en la terraza, siempre que no me obligaran a despojarme de la preciada prenda de abrigo.
El cielo amenazaba lluvia, y yo tenía muy a menudo ganas de llorar, acompañando la humedad del clima.
Al tercer tío que vino a parar a mi lado tras ser desviado sutilmente por mis amigas me puse algo tiesa en el sillón de mimbre, en el que compartía hueco con Olaya cuando se cansaba de bailar.
– No sé qué te habrán dicho las lenguas viperinas de aquel lado-, comencé, señalando con el mentón a mi grupo de amigas, que había hecho un corrillo para mirarme. Pusieron los pulgaren en alto, señalando que les gustaba, sin duda alguna, el hombre que acababa de acercárseme-. Pero no ando buscando conocer a nadie esta noche, muchas gracias.
Supongo que fui demasiado brusca, porque el hombre que se me acababa de presentar frunció el ceño hasta parecer enfadado. Me sentí mal por ser tan grosera. En verdad yo nunca había sido descortés con nadie, y no tenía que empezar a serlo aquella noche. Era mi primer fin de semana sin pareja, y tenía que dejar de comportarme como una mártir. Nadie en aquella terraza tenía la culpa de que a mí me acabaran de romper el corazón.
– No por no andar buscando conocer a alguien se deja de conocer a alguien-, contestó, tratando de obviar lo grosera que acababa de ser al hablarle.
El rostro se le suavizó mientras charlaba, y me esforcé por mirarlo a los ojos, cosa que no había hecho con los dos tipos anteriores. No sabría decir quienes eran los otros dos hombres que se me habían acercado pocos minutos antes, y era toda una descortesía por mi parte. Me sentí mal, a la vez que me quedé sorprendida al darme cuenta de que me resultó muy agradable mirar a mi interlocutor.
Era, sin duda alguna, muy atractivo.
– Cierto. No buscar compañía no me exime de ser educada.
Me levanté del sillón, no sin algo de dificultad tras tres mojitos y el vino de la cena. Le extendí la mano para presentarme tras estirar mi vestido y el abrigo por debajo del culo. El tipo siguió mis movimientos con la mirada, y pude notar que sonreía complacido cuando volví a mirarlo a los ojos.
– Me llamo Olivia.
Rechazó mi mano y se apropió de mi rostro para darme un beso suave en la mejilla, muy cerca del oído.
– Eso me ha dicho tu amiga. Un placer… Olivia.
Tenía una voz sensual que hizo que me temblaran un poco las piernas al aceptar su beso. Lucía una barba de tres días que me raspó la mejilla, haciéndome cosquillas. El beso fue húmedo, y cuando retiró los labios sentí frío sobre la piel que había dejado atrás.
Impulsivamente llevé los dedos a la zona, gesto que le hizo mucha gracia.
– Yo soy Oziel.
Me quedé como una tonta mirando sus labios, enmarcados en la barba incipiente. Tenía unos preciosos ojos picarones que jugaban con la idea de recorrerme el cuerpo para valorar si merecía la pena el esfuerzo de quitarme el mal humor. No puedo decir que me desagradara su poco disimulado descaro, ya que hacía un par de mojitos antes había decidido que aquella noche iba a meterme en la cama con un completo desconocido, y aquel lo era.
Y estaba realmente bien el caballero.
Cabello oscuro ligeramente ondulado, lo suficientemente largo como para poder peinarlo y aferrarlo mientras se le besaba. Mandíbula cuadrada que me recordó a la del personaje de Batman bajo la máscara negra. Cuerpo esbelto aunque sin grandes pretensiones. Buena postura, y buena mirada…
Supongo que a él también le hizo gracia que lo valorara.
– Siento que sea un mal día para conocer a alguien. Me habría encantado tomarme una copa contigo.
Volvió a darme un beso a modo de despedida, algo más largo que el anterior. Y muy húmedo. Sentí que me excitaba bajo la presión de sus labios, mientras sus palabras me acariciaban la piel cerca del oído, tratando de dejar huella en mi mente… y en mi entrepierna.
– Espero que otro día quieras conocerme.
Su mano tocó mi cuello para terminar de embaucarme, y la otra rozó mi cintura. Temblé y sentí su sonrisa a mi lado, raspando con el gesto mi mejilla. La música sonaba alta en el local, pero no se me escapó ni una de sus palabras.
Hubiera quedado como una hipócrita si de pronto me entraban ganas de aceptarle esa copa tras haberlo mirado a los ojos, así que no dije nada. Me limité a asentir, como él intuía que haría, y lo observé con cara de lela mientras se alejaba, volviendo a saludar a Oriola, que era la que lo había conducido hasta mí.
“Gilipollas”.
Me lo llamaba a mí, no a él, que para nada se había comportado como tal. Acababa de dejar pasar al tío más atractivo, probablemente, de todo el local, y su beso de despedida había sido como un bofetón por la promesa de erotismo que escondía, y que me había privado de disfrutar.
Sentí el impulso de quitarme el abrigo y salir a bailar con Oriola, pero mi estado de ánimo se ensombreció ante la perspectiva de comportarme como una niña que trata de recobrar la atención del niño al que acaba de insultar. Seguí con la mirada su trasero, casi cubierto por el blazer que llevaba, mientras se alejó de nuestro reservado y se confundía entre la masa que se movía al ritmo de las notas musicales.
No me gustó el sabor de boca que se me quedó al perderlo de vista.
Y no me gustó la canción que sonaba, por lo que volví a sentarme en mi sillón de mimbre, cruzando las piernas, y poniendo más tela del abrigo sobre ellas.
Mi humor había empeorado considerablemente.
Me prometí que era la última vez que dejaba que Octavio me fastidiara una noche. No había nada entre él y yo, salvo las mentiras y mi corazón roto. Mi rabia y mi impotencia, y mi necesidad de volver a estar entre sus brazos. Necesitaba comprobar si esa necesidad se evaporaba al estar entre otros, que apretaran mi cuerpo con la misma fuerza.
Pero mi promesa me recordó demasiado a la que me había hecho el fin de semana, tratando de comer algo para no perder peso por un disgusto amoroso.
Mis promesas sonaban demasiado huecas…
– ¿No te ha gustado ese hombre?
Mi amiga soltera se había quedado también mirando la estela que dejó Oziel al alejarse, con mejores cosas en la cabeza que llamarse gilipollas a sí misma por haberlo espantado. Ella, probablemente, se veía ahora mismo acercándose a él, presentándose con una enorme sonrisa, y plantándole un enorme beso en los labios a modo de saludo. Si se lo follaría en alguno de los baños de la terraza, en el asiento de atrás de su coche, o en la cama de cualquiera de los dos, no me quedaba muy claro. Pero mi amiga se había puesto en modo caza, y Oziel iba a tener pocas posibilidades de defenderse de ella.
Me dio cierta envidia.
En verdad ella había prometido acostarse con el tío más guapo del local, y me quedaban pocas dudas de que ese era sin duda Oziel.
– Todo tuyo. Disfruta de la noche-, le contesté, intentando sonreír-. Y dale recuerdos de mi parte.
“¿Recuerdos de mi parte? Cada día ando más atontada”.
Me dio un beso donde aún conservaba el recuerdo del anterior, y dando saltitos se perdió en la misma dirección que el primer hombre que había conseguido que se difuminara la imagen de mi amante, metido entre mis piernas, entrando y saliendo con ansia, apoyada contra la pared de mi piso una noche cualquiera.
Aquella noche iba a necesitar los servicios de mi consolador, lo estaba viendo.
Olaya me miró desde la zona de baile, y sonrió entendiendo cómo me sentía. A los pocos minutos se sentó a mi lado portando dos copas con sendos mojitos. Lamí el azúcar del borde del cristal para quitarme el amargor de la boca, y mordisqueé un poco de hielo. Olaya me abrazó cuando las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas. Al final, había empezado yo a lloran antes que el cielo a llover.
– ¿Qué voy a hacer contigo?
– Perdonarme las malas noches que voy a darte…
Olaya cogió un poco más de azúcar con su dedo y me lo ofreció para que lo lamiera.
– Todas las que hagan falta. Para eso están las amigas.
Y mientras lloraba y masticaba azúcar busqué con la mirada a los hombres que no podía identificar de aquella noche. Pensé que les debía una disculpa. Pero ya si eso para cuando pasara otra vez por delante de un espejo, que el maquillaje tenía que estar hecho una pena con las lágrimas.
“Olivia en modo mapache”.
Sí, me prometí que aquella noche era la última que me fastidiaba mi ex novio.
Era una pena que mis promesas me sirvieran de poco a aquellas alturas.