Aún no me había quitado las legañas de los ojos cuando mi novio vino a despertarme con la tablet en la mano. Algo extraño tenía que estar pasando, ya que por norma general yo era la que dormía poco, y él era al que siempre despertaba yo, preferiblemente con una mamada o restregando el culillo contra su entrepierna.
– ¡Dormilona, tenemos un mensaje nuevo!
Llevábamos semanas recibiendo mensajes de parejas en la dirección de correo que habíamos abierto para la web, pero no nos había llamado la atención ninguno de ellos. ¿Que por qué? Pues porque hablaban de quedar directamente en una habitación de hotel para “conocernos mejor”, o ir a tomarnos unas copas al club liberal de turno que nos quedara más a mano y darnos masajes para entrar en ambiente.
Nada de una cena para meternos mano por debajo de la mesa; nada de quedar en una exposición de arte, indecorosamente vestidos, para que la gente se preguntara qué hacíamos allí mirando cuadros cuando parecía que lo que pedíamos era que se nos mirara a nosotros -si has visto el anuncio de la cerveza Estrella “Vale” sería algo así como lo que pasa en la exposición “un palito, dos palitos, tres palitos”-; nada de ir de tiendas y meternos los cuatro en un probador hasta que la dependienta amenazara con llamar a la policía… o viniera directamente la policía a sacarnos.
Ummm. Esposas… Porras…
En fin. Unos sosos…
¿De esto iba, simplemente, lo del mundo swinger? ¿De querer quedar sólo para follar? ¿Dónde estaba el morbo, la complicidad, lo de despertar el deseo en la otra persona? Seducir y ser seducido…
Lo miré con cara de cansancio, y algo desilusionada con el tema. A él le alegraba la cara cada mensaje que recibíamos en el correo nosotrosdossiemprejuntosforeverhastaelfindelosdias@gmail.com, ese tan largo que habíamos abierto para contactar con otras parejas desde la página web, pero yo me había imaginado que aquello iba de otra cosa. Supongo que para un hombre era más fácil pensar en el “aquí te pillo, aquí te mato” aunque para mí, que me interesa más el morbo de la situación que el sexo con desconocidos en sí, no estaba resultando nada fácil.
Por ello, con la misma que había abierto los ojos para mirarlo saltar sobre la cama, volví a cerrarlos y a meter la cabeza debajo de la almohada. Si no dejaba ya clara mi postura nuestra incursión en el mundo liberal iba a quedar en un perfil poco interesante, con fotos bastante mal elegidas, al que se le acercaban otros perfiles de parejas que lo mejor que tenían para describirse era que eran muy limpias. Un perfil en una página web de la que olvidaríamos la contraseña de no usarla, en plan “se nos secó el amor de usarlo tan poco”.
Y no quería que lo más morboso que nos hubiera pasado en el mundillo liberal fuera haber ralentizado el paso al caminar delante de la puerta de un club, para poder espiar si se veía algo tras el cristal tintado. Los maromos que se apostaban franqueando la entrada solían mirarme con superioridad, como si estuvieran seguros de que nunca me iba a atrever a traspasar el umbral.
– Algún día entraré y no te dejaré propina- solía replicar por lo bajo cuando los veía burlarse de mi natural curiosidad hacia lo que ocurría dentro de esos locales. Pero eso, lo decía muy bajito, que tenían pinta de no gustarles las bromas de mujeres descaradas que no daban ni un euro por abrirte la puerta, y aquellos tipos tenían el triple de envergadura que yo, y el doble que mi novio. Ya lo veía a él diciendo “querida, ha sido un placer conocerte, pero entre el guantazo que piensa darte ese hombre y tu cara no pienso interponerme”.
Hombres…
Mi novio me hizo cosquillas para que volviera a prestarle atención, aunque bien sabía que no tenía.
– ¿No quieres saber lo que dicen?
– Déjame pensar…- comenté, con desidia-. ¡No!- respondí, bastante malhumorada. Había estado soñando con una playa de arena fina, mi cuerpo tumbado al sol desnudo, y un montón de tíos cachas con minúsculos bañadores que poco dejaban a la imaginación-. Y por NO quiero decir que ya sé lo que dice el mensaje. Seguro que habla de algo parecido a quedar para que le abra las piernas y así, mientras tengo su cabeza allí metida, me pueda decir su nombre y a qué se dedica. Paso.
Mi novio saltó sobre mí y retiró la almohada y la sábana. Era verano, dormía desnuda, y había demasiadas marcas en la bajera de la cama como para que no oliera la habitación al sexo que habíamos compartido por la noche.
– Pues esta pareja manda foto. Tienen moto…
Punto para la nueva pareja. Si alguien quería engancharme para que le hiciera caso las motos eran una excusa muy eficaz.
Levanté la cabeza y lo miré de reojo. Seguía mirando la tablet con interés, y al final estimuló mi curiosidad también. Mi novio lucía empalmado, desnudo, y con el bronceado del que lleva ya casi un mes de vacaciones, – las cuales se acababan y desearía que se prolongaran otro mes más-. Tuve la tentación de inclinar la cabeza y hacerlo olvidarse del correo hasta más tarde centrando mis atenciones en sus atributos físicos, pero temí por la integridad de la tablet yendo directamente al suelo, y no había terminado aún de pagar los recibos como para quedarme sin ella tan pronto.
– A ver qué cuentan…
– Nada interesante. Han sugerido ir de ruta con las motos, y he pensado que te gustaría una escapada a la sierra, llevándola yo a ella y él a ti…
Me imaginé poniendo mi trasero en el sillín de la moto de un desconocido, sujetando su cintura y contándonos cosas intimas sin vernos las caras por los cascos integrales. Me imaginé a mi novio metiendo sus dedos entre las piernas de la chica al tenerla detrás en una señal de Stop, y comprobando si le iba a dejar también el sillín encuerado manchado… como solía hacerlo yo. Luego, siempre podíamos tener sexo como buenos desconocidos, sin quitarnos los cascos, en algún descampado rodeado de hierba seca, apartados de la carretera. En plan astronautas…
No, que no me gustaban las garrapatas.
¿Qué tal sugerir ir a algunas de las presas nudistas de la zona? Seguro que encontraríamos sitios escondidos donde poder aplicarnos lentamente un poco de protector solar…
Algo raro ponernos a tomar el sol con los cascos puestos, ¿no? En mi fantasía desaparecieron los cascos…
– Puede ser divertido-, comenté, tomando la tablet entre las manos para mirar las fotos que habían mandado.
Me entraron ganas de matar a mi novio. En la foto se veía a una pareja, precisamente con los cascos puestos, y una horrible Scooter amarilla a un lado. Mi culo no iba a quedar nada bien en una Scooter. Es más, no creí que la cilindrada fuera capaz de soportar el peso de dos cuerpos en llano, mucho menos de camino a la sierra.
Lo miré sabiendo que ya andaba riéndose de mí, y ganas me entraron de golpearlo con la tablet tras la mala jugada. Él llevaría a la chica en nuestra moto, y yo tendría que ir con el otro, muy a la zaga, porque no habría forma de seguir el ritmo de los 800 cc de la nuestra.
– Ya si eso a la sierra subes tú con la scooter, y voy yo con la BMW- le dije, con la sonrisa torcida.
– Tú no llegas al suelo para llevar la nuestra, ni aunque te pongas tacones.
Los tacones me entraron ganas de clavárselos en un ojo, pero opté por volver a meter la cabeza debajo de la almohada. Sin un café no tenía ganas de que se burlara de mí.
– ¿Entonces no te gusta la moto?
– Entonces va a ser que me apetece llegar algún día a la sierra, y no para cuando vosotros ya hayáis follado un par de veces. Al menos espero que las garrapatas tengan la deferencia de ir todas a por tu culo antes de que llegue el mío a la montaña.
– Eres un pelín rencorosa…- comentó él, empezando a frotarse contra mis nalgas, muerto de la risa. Sabía que ni muerta me subiría a una moto que no hiciera juego con mi ropa. Y conseguir ropa que pegara con el amarillo iba a ser tremendamente complicado.
– Sólo un pelín, y porque te burlas de mí sin haberme traído un café.