El perfecto acoplamiento entre los cuerpos, donde solo se distingue el inicio de uno con el término del otro por el color de la piel, me deja completamente perturbada. Me pediste que mirara, y eso hago. Y ahora no sé cuánto podré resistir sin sucumbir al deseo de unirme a completar el cuadro. Amigo perverso… no me vuelvas a pedir esto… que me matas.
Tu polla entrando y saliendo de su coño, como hicieron en su momento mis dedos y mi lengua. Tus manos apresando sus nalgas de la misma forma en que las mías recordaban su piel plena y negra, en íntimo contacto. Tu boca enredada en sus labios, tus jadeos contra su piel, esa piel que me pertenecía… No, que me había pertenecido. Y tu mirada clavada en la de ella, y con ironía sobre la mía, buscando mi repuesta. Maldito amigo, que me hagas presenciar mi caída es del todo ruin; hacía tiempo que no me sentía tan ardiente. Y celosa.
Te la beneficias a mi costa, riéndote de mi rostro contraído, mientras paso la puta prueba. Eres un cabrón y lo sabes. Si me tiembla todo el cuerpo es parte de lo que esperabas que pasara, y en eso debo darte la enhorabuena. Porque lo estoy pasando mal de verdad, y no solo porque ella esté follando con un hombre, sino porque me he dado cuenta de que se llega a conocer mucho menos a una persona en su cama, que en el trabajo.
Esa que pensaba que solo adoraba pechos y vulva ahora se restriega contra tu pelvis, engullendo en sus entrañas tu polla de actor porno. Esa negra, que me quitaba hace nada el sentido, me ofrece ahora el espectáculo de sus pechos moviéndose al compás de tus embestidas. Sus pechos coronados por pezones erectos, que no pueden evitar mostrarme que de verdad está disfrutando. Al igual que su coño brillante, abierto para recibirte, y expuesto para mi ojo experto…
Sentada en una butaquita en la entrada del dormitorio me he dispuesto a aguantar la prueba, endureciendo el alma para no quedar como una imbécil. Cámara en mano, sobre las rodillas, espero el pulso necesario para poder empezar a concentrarme en el encuadre. Pero la respiración no se desacelera ni contando ovejas, y eso que ya llevo varios rebaños. No esperaba que fueras a buscarte esta pareja. Me has dado donde más duele. Querías darme una lección ante mi prepotencia, y ha sido un golpe que realmente me ha afectado.
– No tienes cojones- me lanzaste, con la arrogancia acostumbrada. No te tembló la voz al soltarlo, y a mí me tembló el cuerpo entero al escucharte.
– Cojones no tengo… No seas vulgar. Pero por dinero, como está la cosa, hago lo que sea necesario.
No me lo creía ni yo, por supuesto. Hay cosas que no se hacen, por mucho dinero que te paguen. De esa forma había caído donde había caído, por no ceder en mis convicciones, ni dejarme manosear como mujer objeto, y menos por un hombre. Pero aquello estaba resultando tentador y molesto a partes iguales. Por muy puta que haya sido una, nunca me vi observándote follar a otra. Y menos a ella. ¡Qué mala leche la tuya! ¡Ojalá se te caiga la polla!
Mi amada diosa… Esa a la que se lo comería todo, durante interminables horas.
– Si no te tiembla el pulso con las fotos te llevo al estudio. Nos hace falta un reportero desde hace días, y todos los que han hecho las pruebas acaban yendo corriendo a masturbarse en el baño.
– ¿Quieres decir si las fotos son buenas?
– Con que no salgan movidas a la productora les vale. Los lectores no son demasiado exigentes en ese aspecto.
¡Con lo que yo había sido!
Reportajes todos los meses en las revistas más prestigiosas del país. Moda, famosos, paisajes… Lo que me pusieras por delante fotografiaba. Maldito hijo de puta aquel que me hizo perder el prestigio con mentiras y su buena posición para influir en los que me contrataban. Amigos hasta en el infierno tenía. Y por no dejarlo meter la cabeza entre mis piernas, y saborear mis bragas, me vi de la noche a la mañana subsistiendo con reportajes de bodas… si es que la gente aun se casaba. Demasiadas deudas para cubrir con eventos solo los fines de semana. Hay veces, en la vida, en que decir que no a una polla sale muy caro. ¡Qué le voy a hacer, si lo que me gusta es otra cosa! Borraría de la memoria aquella noche en la que el director de la revista donde pensaba publicar mi última serie fotográfica me acorraló en el ascensor y metió la mano bajo mi falda. Su boca apresó la mía con violencia y apremio, sabiendo que solo tenía esa oportunidad. Llegó tan lejos porque no me lo esperaba, y porque no quería que se me cayera el equipo fotográfico al suelo, que si no, no hubiese podido hacerlo.
Sus dedos recorrieron en un momento mi entrepierna, disfrutando del roce de la tela.
El bofetón dolió, lo sé. A mí y a él. Me ardió la palma inmediatamente, con rabia, al igual que ardía mi pecho, de indignación. Pero lo peor fue su risa, mientras me apretaba la vulva bajo los dedos duros, y me pellizcaba el clítoris, con suficiencia. Grité de dolor, y eso pareció dejarlo satisfecho. Le encantaba provocar cualquier tipo de reacción, aunque fuera esa. Estaba segura.
– Este coñito no lo puede disfrutar solo una mujer. Seguro que necesita una buena polla…
No era la primera vez que me hacía una de esas insinuaciones tan groseras, pero sí era verdad que jamás se había atrevido a ponerme la mano encima. Mi cabreo era de tal magnitud que me importaba una mierda la excusa que pudiera tener, como por ejemplo el exceso de copas en la cena de trabajo de la que acabábamos de salir.
Mi respuesta fue la que firmó mi sentencia de ir directa a la cola del paro. El escupitajo le impactó en el entrecejo, y resbaló dividiéndose a ambos lados de la nariz. No se lo esperaba; su cara de perplejidad lo decía todo. De verdad que pensaba que no podía ser rechazado por una mujer que trabajara para él, por muy lesbiana que fuera.
Al menos le di por culo, vengándome con las fotos que a escondidas saqué de su insignificante verga a medio empalmar. Menos orgullo debí de tener, que luego me dejó sin trabajo. En vez de escupirle, debí salir corriendo del ascensor y recomponer mi ego mancillado poniéndolo a parir con mis amigas. Si al menos hubiera hecho algo con las fotos que le saqué por despecho mientras se la dejaba mamar por su secretaria en la sala de juntas tal vez tendría trabajo con otras editoriales. Si es que para chantajear… no valgo…
Fotos pornográficas de tercera, entonces… Ni siquiera se necesitaba que fueran buenas, solo que no salieran movidas. ¿Se podía caer más bajo? No iba a hacerme otra vez esa pregunta, de todos modos, porque sí… se podía… Aquello era peor, todavía… Que en la prueba en la que deciden si te contratan o no pongan a tu ex novia a follarse al tipo que te ofrece el trabajo… junto con otro desconocido.
Ella, modelo de lencería, con las curvas más maravillosas que se podían pensar. Negra como la noche, no simplemente tostada. Negra de verdad… Su piel perfecta, cubriendo su voluptuosidad natural. Yo lo sabía, había recorrido con mis manos sus pechos y nalgas más veces de las que podía contar. No había engaños, se lo había dado todo la madre naturaleza. Y bella… mi ex era guapa a rabiar.
Nos habíamos conocido en un reportaje de moda, cuando yo andaba flotando en un mundo de lujo al que me iba acostumbrando poco a poco, pero gratamente. A nadie le amargaba un dulce, y a mí me gustaba lo bueno. Y esa diosa era buena de verdad. Como se suele decir, enamoraba a la cámara… igual que hizo conmigo. Caí rendida nada más verla en la mini batita con la que llegó al estudio. Sus piernas bien torneadas andaban con gracia, de puntillas, fingiendo llevar tacones. Ni falta que le hacían con lo alta que era. Se sentó en un taburete frente a la cámara, colocada en un trípode, y esperó mis instrucciones. Yo lo que quería era vaciar la sala y desnudarla solo para mí, recorrer sus miembros firmes con dedos trémulos y grabar en mi mente cada recoveco de ese cuerpo divino. Me había mojado las bragas… pero no solo era eso. Era deseo más allá del mero calentón.
La sesión de fotos, con todo su trajín, me dio la oportunidad de apreciarla de una forma a la que no hubiera tenido acceso de haberla conocido en la calle. Se mostró sensual, provocativa, insinuante y más… Quería que me excitara, de eso no cabía ninguna duda. Sabía que era lesbiana y jugó con ventaja. Quería que la recomendara para más sesiones y así me lo dejó claro cuando me susurró unas palabras una de las veces que me acerqué para colocarla en la postura en la que la deseaba.
– Será un placer seguir trabajando contigo…
Se me secó la garganta y en mi pecho algo presionó fuerte. Un golpe seco, y luego una caricia. Había algo de promesa en el tono de su voz que me decía que ese trabajo podría acabar con nuestros cuerpos sin ropa sobre la tarima flotante de mi ático. Y no me importaba reconocer lo más mínimo que estaba dispuesta a recomendarla una y mil veces si así podía seguir disfrutando de su piel negra expuesta para mis ojos.
A mi ático la llevé a la primea de cambio, por supuesto…
Coincidimos en más sesiones de las que eran posibles achacar a la casualidad. Me aproveché de mi posición para recomendarla una y mil veces, cuando me hablaban de las chicas que aparecería posando en un paraje desolado, para promocionar el calzado deportivo del último anuncio, o el maravilloso lugar de vacaciones para el que me habían contratado. Todas las modelos parecían insulsas a su lado, su piel era demasiado especial como para que pudiera olvidarla fácilmente.
Estaba encoñada, estaba claro.
Y estaba como loca por llevarla a mi casa. Yo me hacía a la idea de que ella sentía lo mismo, pues en más de una ocasión me insinuaba que ansiaba tomarse la última copa en mi casa, tras una larga sesión y una cena para celebrar el buen trabajo realizado. Deseaba que fuera cierto, no me importaba reconocerlo.
Y allí acabamos, por supuesto, un día.
Si sabía a lo que iba, precisamente esa tarde, no me dio ningún mensaje claro. Pero yo la deseaba, después de haberla solicitado en varias sesiones de la misma marca, en la misma semana, como una loca. Me conocía su cuerpo como si fuéramos pareja, incluso me había enseñado una tarde sus grandes pechos sugiriendo que alguna vez debería fotografiarla desnuda. Quería un book erótico para una novia. Novia, había dicho, y me había puesto completamente cachonda. Esa diosa estaba un poquito más cerca…
Habría que ver si merecía la pena comentarle que tenía un caché alto, o me valdría como pago contemplarla en poses más indecorosas. Me relajé, y dejé que la tarde transcurriera como si de dos amigas en confidencia se tratara. Mi ático tenía su pequeño cuarto preparado para improvisadas sesiones fotográficas, al que tan buen uso daba en momentos como este. He de reconocer que nunca he sido una santa, y que más de una ocasión me había follado a una beldad como esa entre carretes de fotos y objetivos carísimos rodando por el suelo. Y me parecía de lo más apropiado utilizar las paredes blancas para contrastar la negrura de la piel que se me ofrecía tan abiertamente.
Se desnudó con delicadeza. Yo no quería coger aun la cámara; disfruté de cada movimiento y cada trozo de piel expuesta. Curvas y más curvas, cero imperfecciones. Me tenía rendida… me tenía muy excitada.
La deseaba como pocas veces había deseado a otra mujer. Siempre me había sentido atraída por el sexo femenino, aunque en la adolescencia la falta de madurez me había obligado a comer pollas. No voy a decir que no lo disfrutara, a fin de cuentas una boca es una boca, y si los dedos eran ágiles mi orgasmo estaba asegurado. Pero no me llenaba, y no pude ocultarlo durante mucho tiempo. Las pollas me excitaban poco, la metieran donde la metieran; la barba me molestaba más de la cuenta, y los cojones chocando contra mi culo no me decían nada de nada. El problema era que nunca me había atraído una piel negra, y ahora era lo único que veía. Parecía increíble que no hubiera explorado nunca esta faceta, que no la hubiera descubierto antes. Yo no era ninguna niña, y fotos a modelos negras había hecho unas cuantas. Era ella la que me tenía loca, ese color tan tremendamente oscuro.
– ¿Aceite?
Ni de broma iba a permitir que el brillo retirara los matices que me mantenían en constante excitación. La quería mate, sólo eclipsada, si era el caso, por la saliva de mi boca recorriendo sus orgullosos pechos. Resbaladiza sólo si acababa la humedad de mi entrepierna mezclándose con la suya en brutal movimiento. Quería mojarme con ella, ahogarme en su coño abierto, probarla y morirme con su sabor fuerte de perra en celo. Sabía que me estaba poniendo límites, que me estaba provocando. El aceite estaba de más… cuando tendrían que ser mis manos las que hicieran el trabajo para obtener un resultado perfecto. No le iba a dar el gusto de hacerlo tan fácil.
– Si sudas… mejor. Pondré los focos.
Y esa mujer sudó.
Y yo también.
No se anduvo por las ramas, y yo tampoco. La sesión, apenas iniciada, tuvo que ser pospuesta indefinidamente, cuando nada más comenzar retiró la tela de sus bragas a un lado y me expuso, con las piernas abiertas, su vulva bien rasurada. Sus pliegues sonrosados contrastaban dulcemente con el resto de su cuerpo, oscuro como el ébano. Separó los labios menores, mostrando un paraíso húmedo y cálido, y me perdí e ellos.
– Sabes que lo estás deseando…
Creo que dejé la cámara en el suelo, pero tal vez solo cayó de mis manos antes de avanzar y enterrar la cara entre sus piernas. Ni un beso, ni una caricia… solo una salvaje necesidad de probar su sabor.
Meses probándola. Metiendo mis dedos en ella, lamiendo su sexo, arrancándole orgasmos. Meses llenos de gemidos ahogados contra su piel, cuando su lengua trabajaba mis partes íntimas, y yo me aferraba a sus pechos clavándole las uñas en el último momento.
Meses siendo mi zorra. Meses yo siendo su puta.
Y ahora esto…
Cuando el segundo tío se acerca a ella por detrás, mientras mi diosa cabalga al primero, sentado en una silla de la cual peligra la integridad de alguna pata con el meneo de sus caderas, yo monto en cólera. Su culo prieto moviéndose sobre la polla de mi amigo al menos ha calmado mi ansiedad, porque hacía mucho tiempo que no lo contemplaba… Tanto, como el tiempo de mi caída en desgracia. Ella se había alejado buscando otros fotógrafos, y por lo que había descubierto, la crisis nos había pasado factura a todos.
Pero este segundo actor viene a quitarme las vistas. Apoya su capullo contra el agujero de mi diosa, y presiona con determinación. Parece que se le va a doblar de la fuerza que hace. Pero su agujero cede, y los dos bombean ahora en su interior, arrancándole gemidos a la negra más negra que he conocido nunca. Y le gusta. Es imposible fingir ese rostro. Mi diosa está gozando de las dos pollas a un tiempo, y más sabiendo que yo la observo. Me regala su imagen, me regala sus jadeos… pero no me mira. ¡Mírame, joder! Y dime por qué no me habías dicho nunca que te iba tanto una verga.
Ramera…
Sé que tengo que sacar alguna puñetera foto, y eso intento hacer. Por una vez en la larga noche no me tiembla el pulso, y levanto la cámara para enfocarle la cara. Poco m importa lo que sucede entre sus piernas, como se la follan esos dos pollones hormonados. Lo que quiero son sus ojos, su boca, el sudor perlando su piel. Quiero eso para las fotos que me llevaré a casa, aunque al final no me den el puñetero trabajo porque me negué a retratar una verga empalando el coño que tantas veces había recorrido con la lengua.
– Nena… regálame esa mirada.
Y ella, negra y lustrosa, jadeando como una perra, gira la cabeza para mirarme, entre el movimiento de ambos machos que se disputan la posesión de su cuerpo. Primero una embestida en el coño, otra en el culo, se retiran al tiempo, y vuelta a empezar. Y ella jadea por todo… pero me mira. Me mira porque en el fondo sigue siendo mi nena.
Sus pechos se elevan al girarse, y sus pezones se me ofrecen como tantas veces antes, duros y orgullosos. Pero mi jodido amigo se los lleva a la boca, mientras rodea sus nalgas con sus enormes manos, para frotarla contra su pelvis, y ponérselo difícil a su compañero, que quiere follársela igual de bien que él. Ella gime cuando los pezones pasan por su boca, cuando los muerde y succiona, cuando entierra la cara entre ellos y la menea haciendo vibrar todo su cuerpo. Pero me sigue mirando, aunque el otro le folle el culo a un ritmo frenético y sus manos compitan ahora por la posesión de los pechos plenos que tantas noches rodeé para quedarme dormida… ¡Qué coño! No es eso lo que recuerdo. Lo que me viene a la mente son las veces en las que me masturbó con esas tetas, restregándolas contra mi sexo húmedo y palpitante, que pedía a gritos su lengua chupando mi clítoris, y sus dedos recorriendo mi interior con determinación, entrando y saliendo con rapidez… Pero no. A ella le ponía restregar sus tetas contra mi vulva, y me torturaba así durante largos minutos, hasta que por fin estallaba y se las empapaba con mi corrida, que luego, gustosamente, limpiaba con largos y sensuales lametones.
Pero ahora sus tetas son de ellos, su coño es taladrado por una verga descomunal, y su culo sigue siendo torturado por la polla del desconocido, que gime y se restriega contra ella moviendo todo su cuerpo contra mi amigo, que recibe a la negra con gusto abierto de piernas, con los cojones colgando entre ellas, siendo aplastados por los envites del momento. Su coño brilla, y sé que no es por la saliva de ninguno de ellos.
Le está gustando. Y no soy yo la que se lo provoca.
Levanto la cámara, inmortalizo un par de imágenes de lo más groseras para mí, y me centro en sus ojos. Lujuria, lascivia y morbo teñidos de negro intenso. Me levanto y me acerco a ellos. Apesta a sexo, pero aun así me excita. Inclino la cabeza y me llevo su boca a la mía, apresándola en un profundo beso. Ella jadea contra mi lengua, y los movimientos de los tres me balancean de un lado a otro mientras me despido de mi diosa. Mi amigo me toca el culo y me acerca más a ella; ella me aferra las tetas por encima de las prendas de ropa y me soba con dedos expertos.
– Ábrete de piernas y deja que te lo coma…
Es ridículo hasta para una historia de porno malo como aquella. La voz de mi amigo me invita a unirme, a la fotógrafa que tantas veces se había follado a aquella beldad Sí, muy mala tenía que haber sido en otra vida.
– Espero que las fotos le gusten a tu jefe. Necesito el trabajo.
Mi ex novia baja la mano hasta mi coño y mete los dedos entre la tela de las bragas y mi piel. Acaricia con maldad mi clítoris, y yo me estremezco. Mi amigo me sigue aferrando el culo, acercándome a ellos.
– ¿No vas a quedarte a ver cómo me corro?
Hija de puta…
– Rómpele el culo. Llénala de leche. Parece que eso es lo que esta zorra necesita.
Y mientras salgo por la puerta lo escucho blasfemar mientras se empotra contra ella, corriéndose como un loco, empujándola contra la silla y dejándola sin aliento. Mi amigo hace lo propio unos segundos más tarde, y me imagino el semen de ambos pintando de blanco la negrura de su deliciosa piel al salir de sus entrañas entre bombeo y bombeo, mientras ella se deja ir y se corre escandalosamente, siendo para esos dos capullos lo que meses antes había sido para mí.
Una jodida diosa…
Comments 1
Un relato muy excitante. Un besazo.