Caliente… sí. Caliente durante días.
Así me has tenido, mi Amo. Así me querías, para ti, y para mi marido. Fueron tus órdenes, y creo que estarás satisfecho. Pero algo en mí, aparte de excitado, está nervioso y temeroso al mismo tiempo. Algo que no esperaba que apareciera, algo que me tiene perdida…
Sintiendo tu presencia cada vez que me doy la vuelta; esperando encontrarte en todo lo que me rodea. Viendo tu imagen en el espejo en el que me veo reflejada, escuchando tu voz en los comentarios de un desconocido, sintiendo la ausencia de tu lengua cuando se me impide desahogar la tensión que me provocas.
Un susurro, una caricia, una mirada.
Todo vale, si es para sentirte cerca.
Descubrirte en otro cuerpo, por el mero hecho de conocerte. Hay momentos en los que pienso que este juego me puede saber a muy poco, y por eso te invento. Hay instantes en los que me agobio, y pienso en que no podré continuar, y entonces llegas a aliviar mi pesar con una caricia, y un mandato. Tanto… y tan poco…
Sí, todo vale, si es para sentirte cerca.
Incluso dejarte dominar mi cuerpo, y permitirte mandar sobre mi orgasmo. Mi mente se doblega a tu deseo. Tus palabras son órdenes suspiradas con tu mano bajo la tela de mi falda y tu boca acariciando mi cuello. Sabes que no puedo negarte nada. Mi alma te pertenece, fue entregada. Es tuya…
Y no sé si quieres realmente reclamarla…
Esperar tu asalto aunque sepa que no llegará. Desear el contacto que es imposible que exista. Anhelar tu cuerpo, sobre todo tus manos, aferrando mi piel y dominando mi osado temperamento. Todo eso, y mucho más, preciso. Necesito la firmeza de tu ser encauzando mis sentidos, guiando mi excitación, castigando mi desobediencia. Te necesito a ti, mirando a mi lado, cuando me follo al que escogiste, con perverso gusto. Y dando tu aprobación a mis actos.
Te necesito, mi amo. Acepta que me ofrezca.
Si quieres que separe las piernas y entregue mi vientre mojado a otra mano, ordénalo. Sabes que estoy deseando obedecerte. Si esa mano tiene que ser otra, y no la tuya, rechinarán mis dientes de rabia, pero tu sumisa intentará complacerte.
Y sí, cumpliré como deseas, igual que he hecho hasta ahora.
Igual que hice, para ti, cumpliendo tus órdenes, anoche…
Allí me vi, como me imaginaste. En pie, cachonda por la idea de que te metieras en mi cama sin hacerlo, que pretendieras compartir mi sexo por el mero hecho de gobernarme, sin saber qué provecho sacabas tú de decirme, únicamente, córrete esta noche.
Sin entender cómo podías estar a mi lado me dejé utilizar a tu antojo. Sin casi darme cuenta estaba siguiendo tus instrucciones, haciéndote patente a mi lado. Allí estabas, indecoroso Amo, vigilando para que te hiciera caso. Y yo, que te sentía latir a mi vera, no pude resistirme al embrujo de tus perversas intenciones al interferir en lo que debiera haber sido un polvo más con mi pareja. Uno de tantos, como tantos otros no había disfrutado, porque tú así me lo habías ordenado.
Y allí te vi, y allí te quise. Por más que intenté excitarme, no podía. Por más que me centraba en la polla que me perforaba, no sentía. Mis dedos como él quería, masturbando mi sexo, y como querías tú también, que obedeciera sus deseos. Sí, por el culo quiso. Sí, rudo fue conmigo. Sin besos, sin caricias, sin ninguno de aquellos gestos que otras veces nos acompañaron a la cama cuando tú no estabas. Así lo quise porque me sentía sucia, salvaje, desesperada. Creí que sexo por sexo era lo que necesitaba, después de tantas noches sintiendo latir la entrepierna sin poder buscar consuelo. Y no fue así.
¡Qué equivocada estaba!
Lo único que necesitaba era tu cabeza en mi almohada, con tus dedos en mis labios acallando mis gemidos, escuchándote decir sin pronunciar palabra, que no me habías dado permiso para llegar a mi orgasmo. Podría estar él a mi lado, más no importaba para el juego. Si yo no me corría era porque tú no me lo permitías, o porque no me lo permitía yo al considerar que mi goce te pertenecía.
De todos modos así me lo habías propuesto.
– Mandas tú esta noche. No puedes permitirte el lujo de que no te folle.
– ¿Cómo yo quiera?
– No, como quiero yo. Y quiero que lo domines, que sea tu esclavo. Que se corra desesperado, y tú me brindes tu orgasmo.
– Es tuyo, lo sabes…
– Es mío, pero sólo cuando yo te lo ordene.
Y así, con él a mi espalda, golpeando fuerte mis nalgas y su polla clavándose como nunca, me vi deseando que estuvieras presente, complacido de mi obediencia y excitado ante la mirada que desde el sofá te lanzaba pidiendo clemencia. Y así, con sus manos aferrando mis nalgas, su garganta encabritada por los jadeos y su pelvis en continuo bamboleo, te miraba allí sentado, reteniendo mi encele por el mero placer de gobernarlo. Tu mano extendida, enseñando la palma, con un dedo en alto como si de batuta se tratara. Imposible no sentirte, imposible no obedecerte.
Y así empecé a disfrutarlo, entregando mi imagen sodomizada a la sensación de que me observabas. De ese modo comencé a encenderme, a jadear alto pidiendo más para que tú me escucharas. Me destrocé la entrepierna con los dedos a la vez que me enculaba rindiéndome al deseo de estar con dos hombres en ese mismo instante. Tu cuerpo mandaba aunque no me tocara; ya lo hacía yo por ti, pues mis dedos fueron los tuyos mientras me sentía subir como la espuma en un vaso a punto de ser desbordado. Me toqué por ti, pero fue tu morbosidad la que se encargó de hacerlo. Desde tu asiento, viéndome sufrir mientras él sacaba la polla y se la meneaba para derramarse sobre mis nalgas, disfrutabas de la sensación de haberme entrenado bien por una noche para aguantar la tortura sin quejarme. Su esperma resbaló por mi espalda y el hueco entre mis nalgas, mientas sus gemidos me decían que había superado la prueba, y rogaba por ser premiada.
Tú, sentado. Todavía sentado, imaginándote empalmado. Una mano sobre el pantalón, aferrando tu masculinidad enarbolada y orgullosa. Tu mano levantada, y tus ojos clavados en mi rostro contraído por la sensación de vacío al faltar la polla en mi cuerpo que hasta hacía un momento me mantenía atada a la realidad de mi existencia. Sin ella dentro sólo estábamos tú y yo, pendientes de las respiraciones que nos robábamos constantemente, sin atrevernos a alzar la voz para no ser descubiertos. Sin la polla que me había follado yo sólo era tu sumisa en la distancia, y no su esposa entregada en una noche de pasión desbocada que tal vez ninguno de los dos recordara al siguiente día.
¡Y no me hacía falta tu polla, pero por Dios que la deseaba!
Y tus manos… ¡Cómo deseaba el tacto de tus palmas!
El parpadeo del móvil me dio la señal que esperaba, esa que concedía mi premio por mi buen comportamiento tras obtener de mi marido lo que querías. Su esperma me había sido brindado para yo entregarte su recuerdo, y tú lo recibías gustoso porque eso es lo que esperabas de tu sumisa. Que yo fuera la correcta esposa, y la puta en la cama que todo marido deseaba, era tu plan morboso para esa noche.
El parpadeo del móvil me decía que me dabas permiso…
Y suspiré, agradecida. Y completamente cachonda.
Te levantaste mientras él se apoyaba en mi espalda y lamía su semen con lujuria, probando la esencia que mi culo había querido arrebatarle y él no había deseado entregar sino después de minutos interminables. Te colocaste a mi lado, aunque no estuvieses. Me miraste serio, y cargado de deseo. Pleno y satisfecho te vi, y me llené de gozo. Apartaste mi mano y colocaste tu palma en mi sexo, presionando lo justo para sentir mi calor y humedad. Complacido, aceptaste mi sacrificio, como yo había querido ofrecértelo, mi Amo. Y esperaste el momento preciso para sentir las contracciones de mi orgasmo retenido.
Tu boca, cerca de mi oreja, y tu nariz acariciando la piel de mi cuello. Tu respiración cálida acompasando mis jadeos entrecortados, a punto de brindarte lo que tanto anhelaba.
Un susurro tuyo, una orden imposible de negarte. La voz más suave que imaginé jamás imponiendo su autoridad.
– Córrete.
Comments 5
Se me olvidaba.
Tan bueno como el relato, es la ilustración que la acompaña. Exquisita. La mano es el contrapunto a la cadena:
A cuál más fuerte. A cuál más necesaria.
No sé cuántas veces más puedo llegar a leerlo…
Nunca es el mismo, siempre es diferente.
Tan diferentes, como nos sentimos después de leerlo.
Porque algo cambia en nosotros. ¿Algo? Quise decir, mucho.
Nadie es tan Canalla, que no pueda sentir.
qué gran descubrimiento Magela!
El dominio y la sumisión, reconozco que me gusta todo lo que lo rodea, su atmósfera, su cierta «teatralidad», un atrezzo que suele ser muy elegante, y unos cambios de tono irresistibles…
pero también reconozco que hasta un límite y no siempre con un «rol» fijo.
Hay mucho talento aquí!
si, muy bonito.
un beso
Me encanta…. este relato merece una continuación