Recogí mis alas para poder sentarme mejor. Para poder mirarla, para poder disfrutar de su sinuosidad. De ese culo aterciopelado y esas tetas coronadas de encanto rosado. Tu cadera de infarto y tus piernas torneadas por la lujuria. Quien te hizo así tenía muy mala leche… pero que muy mala. Hay que joderse, que el creador que me pide respeto te me ponga delante.
Mis alas doradas recogidas a mi espalda, mis alas que me recuerdan lo antiterrenal que soy. Y, sin embargo, tan sexual… Y tú, frente a mí, con tu humanidad, más diablo que humana, más sexo que mujer. La miro y me hierve la sangre, si es que tengo, que lo dudo. Pero algo me quema, algo me posee mientras me deleito con tus quehaceres diarios, sus banalidades, sus risas superfluas e intrascendentes…
Vida entera de pecado. Sudor y fuego en sus venas. Puede que también algo más… Pero esas piernas… Sus curvas, la flexibilidad de su piel, el sabor de su sexo. No hay nada que uno pueda desear más que ese sabor perdido en la boca; bajo la lengua, en el velo del paladar, en la garganta… Allí lo quiero. Tu sabor, tu sexo.
Loco me vuelvo cuando te imagino con las piernas abiertas alrededor de mi cintura, y tus manos aferradas a mis alas, desplumándolas. Uñas que cortan mi espalda. Y sí, es verdad, no sangro… Pero algo ha hinchado mi polla, esa que todo el mundo piensa que no tengo. Esa que sorprende y temen. Tremenda polla caliente por tu puta culpa.