Te la está pegando… y sin embargo sigues mirando como se la folla. Miras como te pone los cuernos. ¿Masoquismo? No llegas a comprender exactamente por qué lo haces. Pero allí sigues, mirando desde la puerta, sabiendo que las sombras te amparan y protegen… Eso, y lo muy cachondos que andan esos dos, mezclando sus cuerpos entre jadeos y sudor.
A ella no la conoces. Te daría igual que estuviera haciéndolo con su hermana. Ya puestos, unos cuernos son unos cuernos. Pero te da rabia, porque la tipeja está tremenda. ¿Como tu marido ha acabado follándose a una mujer así? Todo un misterio, la verdad, porque no se le puede considerar un tío con facilidad para el ligue. Y, sin embargo, ella está empapada. Lo sabes porque escuchas el chapoteo de la polla de tu marido cada vez que se entierra en su coño. Lo sabes porque esos gemidos no se fingen fácilmente, Porque suda, porque tiene la piel enrojecida. Y porque lo mira con deseo. Cada vez que sus ojos se enganchan del hombre que comparte tu cama… saltan chispas.
Con él… llevas casada unos diez años. Noviazgo corto, porque te quedaste embarazada y la vergüenza hizo que no esperaras a vestirte de blanco con una tripa incipiente. Luego perdisteis el bebé, y a los dos se os quedó cara de bobos. Os acostumbrasteis a lo que había, y al final creías incluso que erais felices… hasta esa noche.
Nunca habías imaginado a tu marido poniéndote los cuernos. Es más, no sabías donde había aprendido a follar así. Contigo se limitaba a metértela por el culo, ya que a ninguno de los dos les había quedado ganas de tener más hijos. Te ponía a cuatro patas y te cabalgaba durante un rato, sin apenas hacer ruido, hasta que se corría dentro. Si tú te masturbabas y llegabas al orgasmo, bien. Si no… tampoco es que le importara demasiado. A ninguno de los dos, en verdad. Te habías abandonado un poco en los últimos años, y si conseguías correrte era más bien en la intimidad del baño, cuando tu marido andaba trabajando.
No sabías que a él le gustara cambiar tanto de postura, o que tuviera tanto aguante. Ahora, que lo mirabas follarse a otra, te dabas cuenta de lo que te había negado durante todas las noches que compartiste su cama. Se estaba aferrando a sus caderas como si temiera que se le fuera a escapar. Su polla entraba y salía, rabiosa, de entre sus pliegues, con una facilidad pasmosa. Estaba tan duro y erguido que de repente te dio miedo que te pudiera follar el culo en ese estado. Seguro que a ese ritmo tenía que doler…
Y, sin embargo, cuando se la sacó a ella para luego clavársela entre las nalgas, sólo escuchaste gemidos de gozo. A la muy puta le encantaba aquel ritmo, con su verga tiesa y empapada por la humedad de su coño. Te fijaste en el rostro contraído de tu marido, y lo viste disfrutar de verdad. No como lo hacía contigo, que solo gesticulaba algo cuando estaba a punto de correrse. Ahora, bombeando contra el culo duro de su amante, se le veía pletórico, cabalgando a una mujer de cuerpo firme y garganta obscena, que no se cansaba de decirle que siguiera follándola.
Sí… Después del primer choque de la visión de tu marido con su polla en la boca de la muchacha, por lo menos diez años más joven que tú… te habías quedado a mirar con curiosidad. Dolía, ciertamente… Pero era tremendamente excitante. No estabas enamorada, pero la rabia te había inundado. Más que nada, porque de tu garganta no habían salido nunca tales gemidos. Su verga no se había enterrado en ti con toda la fuerza que demostraba tener ahora tu esposo. Agarrándola por la cabeza, como los habías encontrado, con la polla en la mano, incrustándosela hasta los cojones en la boca. Y ella chupaba con tremenda dedicación, dejándose guiar por los deseos del macho, que movía su cabeza asiéndola de los pelos, cogidos en una coleta larga y rubia. Arrodillada frente a él, con las manos en las caderas de tu marido para no perder el equilibrio, no dejaba de mirarlo mientras él le indicaba como le gustaba que le trabajara la polla. Lo escuchaste decirle que siguiera, que se la tragara toda, que le chupara los huevos o jugara con su capullo. Las palabras de tu esposo te sonaban a chiste, ya que nunca lo habías escuchado hablar así… Pero te mojabas.
Estabas deseando que te follara de esa misma forma.
Querías la polla de tu esposo metida de tal forma que te impidiera respirar, que te lo hiciera como a la puta que ahora tenía empalada por el culo. La miras gozar con cada embestida, y sientes el vacío en tus carnes, calientes y mojadas como nunca antes. La recorres con los ojos, deseando unirte a la fiesta, y sabiendo que no estás ni mucho menos preparada para algo tan escandaloso. Pero anda tan excitada que probablemente te daría igual, con tal de ver la espléndida erección de tu marido tan cerca, justo frente a los ojos, en el preciso instante que te agarre por la cabeza, estirándote el cuello, y la sientas restregártela por toda la cara. Quieres sentirte sucia por una vez en tu vida, deseada, poderosa, ardiendo.
Te imaginas que es la amante la que mira mientras le pides a tu marido que te separe las nalgas y te folle el culo. Escuchas tu voz resonando en tu cabeza, rogando a tu pareja que te dé más fuerte, que haga que tu cuerpo tiemble con cada empellón que dé, que te empotre contra el colchón de la cama y te impida moverte, por el ritmo frenético que han cogido sus caderas. Mirar a la amante a la cara y decirle que esa polla es tuya, que vas a recuperarla, y que te follará a partir de ahora como a ella. Quieres su leche derramada por todo tu cuerpo, mezclada con el sudor que te produce las posturas a las que te somete. Las piernas abiertas en ángulos imposibles para ti hasta ahora, pero que gracias a sus manos apoyándose en tus muslos vas a poder mantener. Quieres su lengua metida en tu boca mientras te folla, su saliva resbalando hasta la tuya, sus palabras rebotándote contra los labios. Quieres escucharlo, después de tantos años…
Cuando ves que se la saca la apoya entre las nalgas de la rubia, y empieza a correrse sobre la piel enrojecida por las palmas de las manos, te quieres morir. Esa leche debía ser tuya, estar en tu vientre, apaciguando el calor de tus entrañas. Te estremeces viendo los espasmos de tu marido contra el cuerpo de ella, escuchando sus gemidos, y tirándole del pelo para que arquee la espalda y no se resbalen los chorros hasta la cama. Levanta la cabeza y gime para el techo, y tú clavas la mirada en su polla, satisfecha.
Te quieres morir…
Porque sabes que tu marido se folla a otra, o a otras. Que a ti nunca te ha dado el placer que le ha provocado a su amante. Y porque ahora estás tan caliente que en vez de pensar en entrar en la habitación y partirle la cara a guantazos estás deseando meterte en el baño y masturbarte como una loca, metiéndote los dedos que sustituirían la polla que te falta, torturando tu coño hasta que, desde el otro lado de la casa, te escuche gemir al estallar en tan necesitado orgasmo.
Sí… Te quieres morir. Pero no te mueres. Por unos cuernos nadie se muere…
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Magela Gracia
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