– Sí, ya veo que a partir de ahora puede que nos entendamos…
Mi cuerpo se estremeció con esas palabras. Al fin y al cabo, llevaba más de una hora en aquella postura, desnuda, y la cabeza agachada sin poder mirar al frente. Y nadie podría decir que no tenía ganas de levantarla y echar un vistazo a los dos hombres. Uno de ellos era el que me había puesto en aquella postura; el otro era la causa de que estuviera así colocada… arrodillada con las piernas separadas.
– Me alegra saber que al final el tiempo va a estar bien invertido.
Por lo menos hacía más de diez minutos que la voz conocida de mi Amo no se acercaba a mi oído, a susurrarme lo satisfecho que estaba de ver cómo mantenía el tipo, aun sabiendo que mi entrepierna estaba empapada, y mi cuerpo, físicamente agotado tras la inmovilidad. Me había tomado de los brazos en la primera media hora para recolocarlos y poder apoyarme, pero las piernas permanecían en la misma postura, ofrecida a la vista de ambos.
Sabía que me miraban. Era como si cada vez que sus ojos se posaban en mis nalgas, deseosas de clavar allí los dedos, la intensidad de la mirada me abrasara. Mi imaginación volaba cuando hacían una pausa, y los dibujaba a ambos a cada lado de mi cuerpo, pensando en si lamer mi coño sería más placentero que enterrar la polla hasta los huevos. Una pausa necesaria, sin duda alguna, como la que se toma un fumador, ansioso por llevarse el cigarrillo a la boca. Y es que dejar que mis pliegues húmedos envolvieran la verga endurecida del invitado seguro que mantenía muy dura la polla conocida de mi Amo.
Ciertamente, su polla tenía que estar completamente erecta, pensando en permitir que el otro probara el género antes de cerrar el trato. Dos embestidas firmes, tres a lo sumo, lo justo para dejarlo con la miel en los labios y ceder a cualquier exigencia que luego pudiera presentarse. Ya podía escucharlo ordenarme gemir…
– Gime, putita. Gime para nuestro invitado. Regálale los oídos.
Y mi garganta, deseosa siempre por complacer sus deseos, haría lo que se le ordenara. Gemir, callar, acomodar el capullo tieso de la polla deslizada entre los labios, ansiosa por estallar en el orgasmo y regarla con la leche caliente que me alimentaba cada día…
Pero no me decía nada. Ni él ni el otro…
Me observaban… o se observaban entre ellos, midiendo sus fuerzas. Mi Amo, sabiendo que simplemente se haría su voluntad, se deleitaría con la satisfacción por el poder que le había otorgado. El otro, sospechando que por fin conseguiría usarme, aunque fuera sólo bajo las directrices impuestas. Después de tantos meses, poco importaba como fuera. Me deseaba… Si no, no habría llegado tan lejos.
– ¿Quieres follártela ahora?
Me ardió el coño y se me aceleró el pulso. Sentí los latidos en la zona de mi entrepierna que tanto ardía, justo antes de que los dedos ágiles que tanto me torturaban se deslizaran por mi intimidad, mostrando lo mojada que me encontraba. Podía oler la polla de ambos como si las tuviera enfrente, pugnando por decidir cual se introducía primero en mi boca.
Me estremecí con el contacto de los dedos. Ansié que me follaran. Después de tantos minutos, exponiendo mi cuerpo a las miradas de ambos, necesitaba un desahogo. Deseaba dos dedos presionando dentro de mí, recorriendo los puntos que sabía que me harían perder la cabeza, que harían que rogara como una hambrienta por un trozo de pan. “Por favor, Amo. “Por favor…”
– ¿Cuándo no he querido?
La voz sonaba esperanzada, por fin, tras tanta espera. A esas alturas, si le llegan a decir que debía follarme mientras rezaba diez Padre Nuestros sospechaba que encadenaría otros tantos Ave Marías para aferrarme de los pelos y cabalgarme el culo bajo la atenta mirada de mi Amo.
Sus dedos se introdujeron lentamente en mí. Dos, y luego tres, y jugaron conmigo con malicia, arrancándome varios gemidos.
– Creo que es justo que te la folles-, comentó, de forma distraída, mientras sacaba los dedos y comprobaba el efecto de sus palabras en los temblores de mis muslos-. Ella también está deseando que la usen.
Dos, tres, cinco pollas… Necesitaba sentirme ocupada. Daba igual por donde, daba igual el ritmo. Enloquecería si aquello se prolongaba más tiempo.
– Entonces, le daré el gusto a tu putita.
El sonido de la cremallera al bajarse me hizo tambalear, y mi garganta dejó escapar un leve gemido, suplicante. Me quemaba tanto… que hasta dolía. Dos pasos más tarde, sentí las manos del desconocido sobre la piel ardiente de mis nalgas, levantadas y expuestas. Mi Amo, a mi lado, me levantó la cabeza cogiéndome del cuello.
– Huélela.
Su polla también lucía espléndida, erecta frente a mi rostro. Mojado el capullo, la mano aferrada en torno a la base. Las deliciosas manos de mi Amo…
Me dejé transportar por su olor a las sesiones de sexo que me regalaba. Su polla enterrada en mi boca, hasta casi asfixiarme, me había otorgado los mejores orgasmos. Adoraba su piel suave, la dureza de su tacto, lo mojada que se encontraba siempre que me separaba los labios para que se la aferrara. Me moría por lamerla. Y mis ojos suplicaron, como tantas veces…
– Nuestro amigo va a disfrutar de tu coño, mientras me cuenta lo que tiene pensado hacer contigo. Pero quiero sentir como te folla. Te vas a meter mi polla en la boca, y vas a chupármela con energía si disfrutas de lo que te hace. Quiero saber si te complace.
Mi rostro asintió, necesitada de sus atenciones. Le miré a los ojos, mientras me acariciaba el rostro y me derretía.
– Abre la boca.
Su polla chocó contra el paladar. Estaba tan loca por sentirse allí como yo por tenerla cortándome el aire. Gimió con voz ronca, y sus manos se aferraron a mi cabeza. Perdí el sentido de mi cuerpo, sabiendo que lo único que me importaba era aquella conexión. El resto no importaba, sólo que su polla estuviera dura dentro de mí.
– Cuando quieras.
A mi espalda, una polla igual de dispuesta me taladró las carnes, empotrándome contra el cuerpo de mi Amo. Era dura y gruesa. Disfruté de cada centímetro que me introdujo de un solo empujón. Su dueño jadeó, complacido. Yo hice lo propio, contra la de mi Amo, y él disfrutó de la lengua que presionó su verga contra mi paladar.
– Bien, putita. Me complace que te haga disfrutar.
Chupé su polla con determinación mientras la polla ajena me follaba con brutalidad. Sus embestidas me empujaban la cabeza una y otra vez contra la pelvis de mi Amo, y lo escuchaba repetir en voz baja lo mucho que le gustaba.
– ¡Oh, sí! ¡Qué bueno!
Ardía. Chapoteaba. Simplemente enloquecía.
– ¿Qué quieres hacerle a mi sumisa?- le preguntó, aferrándome nuevamente del cabello y levantándome la cabeza para mirarme a los ojos. Quería ver mi reacción ante sus palabras, verlos arder de deseo.
– Voy a colgar a tu sumisa del techo, con las piernas bien separadas-, comenzó diciendo. Mi Amo me metió un poco de polla en la boca para que la chupara, para desahogar la tensión que sabía que sentía por el hecho de verme ya atada-. Le voy a meter una enorme polla de goma por el culo, tan adentro que me va a pedir que pare…
Mi Amo me embistió la boca y aferró mi nuca, obligándome a mantenerme allí, sintiendo sus latidos contra la lengua.
– Le voy a follar la boca para que se calle. No quiero escucharla quejarse. Me encantará meterle dos dedos en el coño y comprobar lo mojada que está, mientras se traga mi polla una y otra vez…
El desconocido me follaba como un animal. Sus palabras salían entrecortadas de su boca, dominando mis nalgas con dos grandes manos, empujando su cuerpo contra el mío, haciendo que su peso debilitara mis muslos hasta el punto de pensar que no aguantaría mucho más su ritmo sin resbalar. Pero las manos de mi Amo me sujetaban la cabeza con firmeza, haciendo que mantuviera la postura.
– Tu sumisa se va a tragar hasta mis huevos la primera vez que esté bajo mi voluntad-, continuó narrando. Me imaginé atada y suspendida boca arriba, con las piernas tan separadas que doliera, y el culo lleno por el consolador que hubiera colocado aquel tipo de un solo movimiento. El coño chorreante y latiendo, mientras me sujetaba por la nuca para ladearme la cabeza y me empotraba la polla contra la garganta. Mi Amo me miraba hacerlo, con la suya tiesa dentro del pantalón, decidiendo si se la sacaba para que comprobara lo mucho que le excitaba mi entrega, o esperaba un poco más.
Sentí que necesitaba correrme. Sabía que no tardaría mucho en suplicar por mi orgasmo. Pero tenía su polla en la boca, y en ese momento los ojos de mi Amo tenían que estar clavados en la polla del invitado que me follaba con contundencia. Sabía que le excitaba ver su verga entrar y salir, escucharla chocar contra el fondo encharcado, y su cuerpo embestir el mío. Se la chupé con más energía aun, sabiendo que llamaría su atención de ese modo.
– Te gusta lo que te hace, ¿verdad, putita?
Gemí, loca de deseo. Chupé y lamí como si hiciera años que no lo hacía, como si no recordara el sabor de la leche de mi Amo, como si necesitara nutrirme tras una época inhumana de ayuno. Lo miré y supliqué por mi orgasmo, y él rió por lo bajo.
– Los orgasmos de mi sumisa son míos-, le dijo entonces-. Estate quieto, que soy yo quien le concedo los orgasmos.
La polla dentro de mi coño dejó de moverse. La sentí latir y temblar en mi interior, quejándose por el cambio de papel que le tocaba aguantar.
– Córrete. Tienes permiso.
Aferrándome los cabellos movió mi cuerpo para que le recorriera la polla a un ritmo frenético. A su vez, me follaba la boca, desesperado por descargar su orgasmo en mi garganta. Mi cuerpo se restregó contra la segunda polla, y la presioné contra mí, sabiendo que el dueño no se movería. Gimió a mi espalda, y gemí yo a mi vez.
– Córrete para mí, putita.
Mi orgasmo estalló con su orden más que con su permiso, y envolví con mis espasmos la polla que pugnaba por volver a cargar contra mi coño para llenarme de leche. Los chorros de la corrida de mi Amo me atragantaron mientras gemía contra su verga, llenándome los oídos con sus palabras de goce. El invitado no se atrevió a moverse, pero le sentí estallar mientras mi orgasmo aun duraba, disfrutando de mis movimientos. Cuando se separó de mí, su corrida resbaló por mis muslos, y supuse que él la miraba, satisfecho, salir de entre mis pliegues brillantes. Lamí la polla que me concedía el goce todos los días, y tras sacarla y recibir un beso en los labios me desplomé en el suelo, desmadejada.
– ¿Continuamos negociando las condiciones?
The following two tabs change content below.
Magela Gracia
Latest posts by Magela Gracia (see all)
- El Fantasma de la Ópera - 31 octubre, 2015
- No me prometas… - 27 octubre, 2015
- Olores en piel ajena - 24 agosto, 2015