Cabalgar…

La tira de cuero curtido le aprieta el cuello… fuerte, de forma contundente, con decisión. Eso es lo que verdaderamente le excita. El con las piernas a ambos lados de sus nalgas, en cuclillas, perforándole el culo con la polla férrea en ritmo frenético. En vez de usar la cama como tantas otras veces, hoy, por algún extraño motivo, han decidido acabar en el suelo. Un perro los mira a un lado, olisqueando el ambiente. Huele a sexo y parece que él lo sabe, porque no quita ojo de la escena.

Ella continúa a cuatro patas, estirando el cuello hasta donde su elasticidad se lo permite. Es para ella tan excitante sentirse dominada por un simple cinto que ha decidido que ese va a ser su mejor polvo, de momento… Y que él haya mantenido el morbo de sujetarla, amordazarla, obligarla a  humillarse y a ofrendar su culo sin siquiera bajarse los pantalones la dejó completamente mojada.

Un movimiento seco y él se había quitado el cinturón.

Su rostro cuadrado y serio la observaba con lascivia al llegar a casa. Un día como otro cualquiera, pero él había entrado en el dormitorio con ganas de follar. No de hacer el amor, no con simple necesidad de caricias. Esa noche, mientras ella se quitaba la toalla mojada tras secar su cuerpo y buscaba la crema hidratante, su pareja había llegado hasta el dintel de la puerta y la había mirado en silencio. Sopesaba si ella aceptaría lo que a él le había mantenido la polla tiesa todo el santo día. Se la imaginaba negándose, y se le ponía aun más dura pensar en tener que someterla.   Su verga había reaccionado a los verdaderos impulsos que llevaba días mitigando, pero por una vez había decidido que debía darle ese gusto a su sexo. Tal vez, solo tal vez, ella le siguiera el juego.
          Zorra…
Ella levantó la cabeza, sorprendida de escucharse llamar así. Miró al hombre en la puerta, y sonrió abiertamente. Le encantaba que llegara temprano a casa, porque por norma general eso implicaba ganas de irse pronto a la cama… Y mucho más le gustó intuir el bulto que le deformaba la bragueta del pantalón vaquero. Su hombre venía con ganas de juegos. Continuó aplicando la crema en las piernas; una de ella la tenía sobre una pequeña butaquita que utilizaban a modo de descalzadora, (un trasto que atrabanca el dormitorio, según él.) Siempre le han gustado sus pies, y a su pareja también. Allí se detiene ella, pulcramente, para aplicar la crema, sin saber que su pareja hoy la quiere sumisa, dominada, jadeante como una guarrilla. Le encantaría verla ahora separar las piernas, meter los dedos entre sus labios húmedos y ofrecerle su esencia con la cabeza gacha y los ojillos implorantes de atenciones. Así la quiere él, y no sabe cómo avanzar ahora.

Y algo intuye ella, porque que su marido ahora la mire de esa forma mientras se quita el cinto no es habitual. Hay en su rostro algo que lo transforma en una mueca que no conocía. Y no sabe decir si le gusta o no lo que está viendo. Y ha de decidir, rápidamente, porque él avanza con el cinto en una mano y los dedos de la otra en la cremallera de la bragueta. Él nunca le pegaría… Por lo tanto, si es solo una azotaina en las nalgas, tal vez hoy se lo merezca…

Y es que hoy ella ha mirado a otros hombres.

Los chicos del gimnasio andaban con las mancuernas exhibiéndose delante de unas chiquillajas, y ella ha disfrutado de la visión ofrecida y sin ningún pudor ya que nadie la miraba. No es que tenga mal cuerpo, pero ya no es una niña, y aquellos muchachos parece que aun no saben lo que se pierden teniendo sexo con una madurita.

Si, tal vez se merezca que su pareja ahora le azote el culo con el cinturón. Y cree que puede gustarle. Si esa erección se mantiene como la está observando ahora mismo las marcas en la piel valdrán la pena. Y total… es invierno, no va a lucir el cuerpo enrojecido en la playa…
          ¿Soy tu zorra?
          Eres mi zorra… sí que lo eres- contesta él, loco de lujuria al ver que su mujer no se niega al juego.

Le ha llegado al lado y la ha sujetado por la quijada, obligándola a mirar para arriba. Ella no le teme, siempre ha sido correcto en el trato, y en la cama lo ha dejado hacer, en parte incluso para no perderle. Pero es cierto que le gusta que la maneje, que la utilice y que disponga de su cuerpo. Ella tiene mucha menos imaginación, y aunque sea sexualmente activa prefiere que el hombre sea el que la guíe. Nunca se había posicionado como sumisa… Y ahora así se sentía.

Mientras él la sujetaba por el cuello con el cinturón se sintió una zorra sumisa.

Y le gustó.

Le gustó tanto que inmediatamente sintió su entrepierna húmeda y latente. Se excitó de forma brutal cuando la obligó a hincarse de rodillas y abrir la bragueta. Notar el bulto duro y pleno bajo la tela elástica del calzoncillo la hizo estremecer, y que él le apretara el rostro contra la polla y se restregara contra ella casi cortándole la respiración fue ya la última tecla que tenía que pulsar para rendirse como buena guarra.
          ¡Dámela, cabrón! No te hagas de rogar…
Él sacó su miembro, exultante, y le golpeó los pómulos y los labios entreabiertos con contundencia. Ella gozaba con cada toque. Empezó a salivar para regarle la polla a su macho, y éste, entendiendo las intenciones, le penetró la boca de un empellón mientras la sujetaba para no caer de espaldas con el cinto. El tirón en el cuello la enceló al máximo, sintiéndose su perra. Y se dejó follar la boca con el movimiento de caderas una y otra vez, chocando el capullo contra el paladar hasta sentirlo casi correrse. Se retiró entonces, ya que tenía otros planes.

Quería cabalgarla…

La montaría y la domaría con el cinto. Estaba tan cachondo que necesitaba hacerlo de inmediato, pues solo imaginarlo sentía que se derramaría en el suelo delante de ella, con el cuello unido a sus deseos por el cinturón.
          A cuatro patas, perra. Te vas a enterar de lo que es reventarte el culo.
La mujer se estremece. Su culo también…
Y se echa al suelo, sin pensarlo, pues el sitio de una perra salida como ella siempre está a los pies del amo. Eleva el culo, ofreciendo sus placeres a su macho, que con la polla tiesa entre los dedos se la casca con morbosa lentitud. Ella, con ambas manos, separa las nalgas para facilitar la visión de su agujero prieto, y a él le parece que le va a reventar la verga antes incluso de penetrarla.
          ¡Fóllame, cabrón! Dame por culo hasta que me corra.
La primera embestida le aplasta la cara contra el suelo. Él ruge de gusto cuando sus pelotas se estrellan contra el coño empapado de ella. Se aprieta contra sus nalgas en cuclillas, aferrando con una mano el cinto y con la otra la cintura femenina, para no perder el equilibrio. Y la empala una vez, y otra, y otra… hasta que el culo está tan dispuesto que comienza a moverse como un loco contra ella, sintiendo que se muere por correrse en sus nalgas blancas. Ella gime con cada embestida, las disfruta como la guarra que es, mientras se tortura la entrepierna con la yema de los dedos, que se turnan entre su clítoris y su vagina empapada.
          Mastúrbate, zorra- le dice él, sabiendo que no le falta mucho para correrse-. Quiero sentir como te corres cuando aun la tengo dentro.
Y la mujer, que está loca por correrse con la verga de su pareja en el culo y sintiendo como el cinturón se entierra en las carnes tiernas de su cuello, se deja llevar hasta estallar y brindar su orgasmo, con contracciones rítmicas que le recorren la vulva, y se extienden a su culo, como él quería. Gime y maldice, blasfema de gusto con el cuello estirado por deseo del macho, y se rinde a la satisfacción de ser la perra de su amo, que por prolongación de un cinturón la obliga a mirar al techo ofreciendo su rostro con la espalda arqueada en difícil postura. La embiste casi con crueldad, destrozándose la polla en cada envite, hasta que la corrida se hace inminente. La saca y se la menea sobre el culo de ella, y se derrama sobre la piel de sus nalgas con un largo gemido que extasía los oídos de ella. El puño aun aferra el cinturón, y la obliga a rendirle pleitesía a su miembro con la lengua, para limpiarlo y calmarle el capullo hinchado. Ella lo lame con placer, y recoge entre los labios varias gotas que desde sus nalgas han caído al suelo de madera, recién lavado…
 
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Magela Gracia

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Un comentario:

  1. Impresionante amor, como todo lo que tu escribes. Este de verdad me ha hecho sentir un placer desconocido hasta ahora por mi…..GRACIAS

     

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