Cena Preparada

La mujer llega a casa de noche, cansada tras la jornada laboral. Los hombros caídos indican que ha tenido mucho trabajo, que no ha sido solo estar por estar, aunque de esos también tiene días. Hoy casi se la nota abatida, con el uniforme de faena, sin ganas de cambiarse en su centro… Con lo único con lo que sueña es una ducha.

Sube las escaleras y se encuentra a su pareja en el primer rellano, sentado en el suelo de mármol, con el pantalón desabrochado y la polla semierecta en la mano saliendo a través de la bragueta abierta. Se la menea despacio, casi con descuido. La actitud de un hombre que ya se ha corrido…

          Hola, amor- le saluda ella, dándole un beso en la frente, agachándose hasta rozarlo con los labios.- ¿Entretenido?
          Ahora no, pero pienso estarlo…

En su mirada, fuego. Y mientras, su polla se va endureciendo…  Sus labios se ponen tensos, su lengua lame la carne y los pies descalzos sienten por vez primera la frialdad del mármol recorrer desde la plata hasta la parte baja de la espalda. Pero se contiene, sabe hacerlo desde hace años… Lo que está por venir es mejor que lo que su mano ahora puede ofrecerle.

          Cámbiate, zorra. Ahí tienes tu ropa.

Un juego…

Con lo cansada que está ella, con lo que desea un baño, con lo que precisa quitarse sus ropas y quedarse en pelota picada en la intimidad de su casa… Su marido, el fetichista… Su amante, el que siempre la quiere con tacones de aguja.

Y por Dios que los ha bajado. Sus tacones más altos, y su minifalda más corta. El cinto ancho, como bromean en la intimidad, sabiendo que esa falda es solo para el disfrute de él, que nunca ha salido de esas cuatro paredes estando apenas cubriendo la parte superior del espléndido culo de ella. El vicio de unos ojos que la visten y le hacen sentir el calor que no produce la falta de tela. El vicio de unos ojos que la miran andar sobre esos tacones imposibles y la sostienen y animan con cada paso y el bambolear de caderas. Vestida para el morbo de un fetichista, vestida para follar en unas escaleras.

El deseo de él enciende el de ella. Sus manos dejan caer sus pertenencias, que se arremolinan en torno a los pies de ambos. Se quita la ropa y se descalza, y coloca las nuevas ropas de zorra sumisa sobre sus formas tensas y plenas. Y luego un zapato cubre un pie, y luego el otro afianza la posición del tacón para erguirse sobre ambos. La diosa que él desea, la dueña de la casa… y de su polla.

          ¿Me ves muy zorra, mi dueño?- ronronea ella, doblando las rodillas y enseñándole el coño con las piernas abiertas. La tela de la falda vaquera es demasiado breve para que tenga significado llamarla, en verdad, falda, y así se deja ver por su pareja, que la contempla extasiado mientras no deja de machacársela…
          La mejor de las zorras…

Sus tobillos se contonean sobre los tacones, moviendo la pelvis en círculos, ofreciéndose, melosa. Los ojos del hombre brillan ante la visión del sexo de ella, sabiendo que se lo comerá, como ella tanto le gusta.

          Tienes tu cena en las escaleras, zorra…

Ella se da la vuelta y observa; no ve nada. Se levanta, se acerca y se inclina, ofreciendo una maravillosa panorámica de su culo en pompa, coño caliente y muslos prietos esperando ser separados. Y se inclina más…

Allí, en el primer escalón, una gotas…

Semen…

A ella también le brillan los ojos, ahora. Su lengua escapa de su boca y se presta rauda a recolectarlas. La desliza lentamente sobre el frío mármol, con la punta se adhiere su metálica esencia, fría… A eso no está acostumbrada. La prefiere caliente, como solo él sabe tenerla para ella.

          Todo, zorra…
          Como gustes, mi dueño…

Recoge más gotas y un chorro más espeso en el siguiente escalón. Seguramente el primero que salió con fuerza. Lo imagina allí, machacándosela con dureza, pensando en ella, jadeando frenético. Y se moja su entrepierna más, y allí van sus dedos, a la vista de él, a darse consuelo, mientras la lengua describe círculos contra el escalón, recolectando la corrida de su amante.

          ¿Puedo hacerlo?- pregunta ella. En su posición siempre es respetuosa, y sabe que a él le calienta que lo sea.
          No… Ya te lo hago yo…

Y mientras ella limpia el suelo con la lengua lasciva de esclava él la empala a cuatro patas con su verga de dueño, y le gime agarrado a su minifalda, mientras los zapatos se bambolean ante el poco asiento que le dejan los tacones. Disfrutan de las carnes el uno del otro, de las visiones y sonidos que se regalan, como solo ellos saben hacerlo. Gemidos entre la zorra y su cabrón, solamente gemidos y sudor.

          Cuando termines con esa aquí tendrás otra, zorra.
          Gracias por el regalo… – responde entre jadeos.- La estoy esperando, mi dueño…
 
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Magela Gracia

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