Dos Gatas

Te despiertas con sensación de vértigo, algo mareado. Está oscuro, y solo puedes distinguir un haz de luz donde supones que hay una puerta, colándose bajo ella. No escuchas nada. Al intentar incorporarte de das cuenta de que estás encadenado a una cama muy grande, con esposas en los tobillos y muñecas, de esas que vienen forradas en peluche, (por favor, que sea negro y no rosa.) Y caes en la cuenta tras varios forcejeos con el cabecero que estás completamente desnudo… y con la erección más grande que hayas tenido en tgu puta vida.
Jadeas, excitado. Te remueves sobre la cama, frotándote con las sábanas de seda que sientes bajo tus nalgas (por favor, que sean también negras y no rosas.) Están calientes… igual que tú. Pero es que la habitación está muy caliente. Entonces reconoces de donde proviene la luz de detrás de la puerta: de una chimenea encendida, y al agudizar tus sentidos puedes oler la madera quemándose en el hogar, y puedes escuchar el chisporroteo de las ascuas en contacto con el aire. El ambiente es sumamente agradable, muy relajante. Y entonces detectas también otro sonido, el crujido de la madera bajo unos pies al otro lado de la puerta. Pero son varios pares de pies, y son unos tacones los que pisan.
Te duele la polla de tanta presión. La sientes latir como nunca antes la has sentido. Es como si ahora la escucharas hablar, (-o me descargo- te dice,- o te vas a enterar de lo que es un dolor de huevos.) ¡Cómo palpita! ¡Cómo desearías tener una mano libre para machacártela hasta correrte sobre las jodidas sábanas de seda! Así le dejarías tu sello al que te dejó atado en la cama… te ibas a correr tanto que las sábanas habría que tirarlas. ¡Qué ganas tan horribles de follar!
Los tacones al otro lado de la puerta vuelven a resonar, y un momento después lo único que sientes es una ráfaga de aire aun más caliente entrando por la puerta al abrirse. Allí, bajo el quicio, se recortan dos figuras femeninas, muy, muy sinuosas. Solo entonces notas en la boca un regusto a cava que no habías notado antes, ya que de pronto la lengua se te ha pegado al paladar, completamente seca. Y recuerdas vagamente el repiqueteo de unas copas bajo un árbol lleno de pequeñas bombillas blancas, con tus pies en un suelo empedrado y olor a madera barnizada. Vaho saliendo de tu boca, frío en las mejillas y fuego en la bragueta. Una fiesta, tú y dos mujeres… mucho alcohol…
Las figuras femeninas se mueven, distingues perfectamente dos preciosos culos embutidos en pile negra, y unas piernas bien ceñidas dentro de los pantalones, hasta terminar en zapatos de tacón de aguja. Cinturas sinuosas…  ¿Acaso no es la ropa que llevaba aquella motera en el anuncio de la colonia… esa en la que la chica busca a Jacks? Por Dios… si hasta llevan una caperuza con un antifaz negro, del que salen a ambos lados unos graciosos bigotes gatunos, y el casco negro de cuero termina en unas inequívocas orejas felinas. Dos gatas… y un hombre atado a una cama muy, muy cachondo…
No jodáis,- les dices.- ¿No vais a soltarme?

Las dos gatas se miran, y con movimientos lentos y armoniosos sobre sus tacones se acercan a la cama hasta que sientes que se suben a ella y se arrastran a cuatro patas por los pies del colchón… ¡Por favor, qué cama tan enorme! Te lamen los dedos de los pies, los dos a la vez… y las piernas, y tus muslos… Mientras, tú no puedes hacer otra cosa que jadear. Cuando las lenguas se unen en tu polla bordeándola a ambos lados con movimientos rápidos y coordinados, sin dejar un espacio de piel de ese magnífico miembro sin atenciones, ya estás tan enloquecido que te importa un carajo si te sueltan o no… ¡Qué la chupen, que te monten, que te la destrocen a arañazos si es necesario para conseguir que te corras! ¡Por el amor del señor de los gatos… esas lenguas te están volviendo loco! Las sientes jugar entre ellas, su saliva resbalar por tu carne hasta tus muslos… Sudas, te estremeces… Estás a punto de correrte…

Las dos gatas lo saben y levantan la cabeza al unísono.

-Miau,- te dice una de ellas.

-Miau, miau,- te dice la otra…

 
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Magela Gracia

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