Hay que ir más al circo…

Acabo de terminar de cepillar a uno de los caballos. El espectáculo circense ha salido bien, pero no perfecto. Me has despistado tú, entre todos los asistentes del público, con tu mirada traviesa y tus labios carnosos. Sentado entre las primeras filas, podía verte e incluso imaginar tu olor al pasar por el albero haciendo mis piruetas sobre los caballos. Yo, con mi body de lentejuelas y tocado de plumas, medias brillantes y botines de tacón alto. Tú… no me fijé en lo que llevabas puesto, pero me daba igual… tardaría lo mismo en quitártelo fuera lo que fuera.
El segundo caballo se queja por la brusquedad de mis movimientos al pasar las cerdas del cepillo por los flancos doloridos tras el ejercicio. Lo tranquilizo con palabras suaves al oído, y relincha con deleite. Busco en el bolsillo del pantalón corto unos azucarillos y se los ofrezco colocando la palma bajo su hocico. Me lame con ansiedad y se disuelve en su boca, dejándome la mano pringosa de saliva y azúcar. Y me imagino recibiendo lametones tuyos por mi nuca, el envés de mis muñecas, las ingles… Retozar sobre el heno del establo, revolcarnos a la luz de los candiles con el barritar de los elefantes de fondo…
Me mirabas… me mirabas y no perdías detalle de mi actuación, ni de mi cuerpo. El modo en que mis nalgas rozaban la grupa del caballo, la línea de mis piernas que acababan enchanchadas en los estribos, mis pechos brincando al compás del trotar del animal… y sudor, mucho sudor por los focos y el ejercicio, por la presión de las piruetas y la presión de tantos ojos atentos a mis movimientos contorsionistas. ¿Esperaban una caída, o tal vez que la ropa se descolocara y me quedara medio desnuda durante la actuación? ¿Y tú? ¿Qué esperabas? Querías que al bajar del caballo me acercara a tu fila y te besara, seguro. Que te agarrara de las solapas y te echara hacia atrás mientras te montaba como al caballo, que notara tu verga tiesa igual que noto los fuertes músculos de mi semental…
Terminó mi espectáculo y no dejaste mirarme. Terminó la función y no quisiste abandonar tu asiento. Se acercaron mis compañeros a desalojarte y te revolviste como si te fuera la vida en ello. Me buscabas entre bambalinas, con ojos enloquecidos y una eterna erección en la bragueta. Encuéntrame, te susurré entre mis compañeros, entre los tigres y los payasos, con mis lentejuelas y mis plumas, con mi sudor y el maquillaje corrido.
Me buscaste hasta que te echaron. Y en mi camerino me quité la ropa y me di una larga ducha en los baños comunes, entre los trapecistas y el mago, el domador de leones y la adivinadora de cartas. Suelo de tierra, mucha espuma, cuerpos mil veces conocidos…
Termino de cepillar al tercer caballo; aun quedan seis. Vestida ahora de vaquera, con la camisa a cuadros atada bajo los pechos, botas altas y sombrero de ala ancha, disfruto de la libertad de imaginarme desvistiéndome para ti, mi desconocido. Soltando el nudo de la camisa y tapando mis pechos, juguetona, con el sombrero, aunque sin demasiada convicción. Luciendo mi precioso trasero en los cortos pantalones, inclinándome para que te imaginaras embistiéndome en esa postura, medio vestidos, con los cabellos revueltos y llenos de briznas de heno.
Fumaría si lo hiciera, bebería hasta emborracharme compartiendo tequila contigo, lamiéndonos la sal de los muslos y ofreciéndonos el limón de una boca a otra. Mi cuerpo chocando contra el tuyo, mis muslos alrededor de tus caderas, mis manos aferradas a tu cuello… Sentirme penetrada por ti, sentirme dichosa y plena, sentirme partir por tu miembro activo y deseado. Escucharte llamarme zorra, que me palmees los muslos y me los marques…
Te enterraría en heno, te follaría entre heno, me correría entre heno.
El caballo relincha, esta vez asustado. Me vuelvo y estás ahí, con un par de margaritas en la mano, con una nota prendida del papel celofán. En la otra, tu bragueta; relajada, con el dedo pulgar agarrado del cinturón y la palma hacia el vaquero hinchado, sin saber si lo que quieres es disimular la erección o señalarla con la postura. No me he movido y ya tengo las flores en la mano, no recuerdo haberme movido y ya estoy leyendo la nota, con caligrafía muy masculina. No recuerdo haberla leído y sin embargo de mis labios se dibuja una sonrisa torcida, completamente sorprendida. Te miro, me miras… Sé que me deseas. Y tiemblo de placer y me siento mojada al verte recorrer mi cuerpo con esos ojos llenos de lascivia.
Una sola palabra en la nota.
¿Follamos?
 
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Magela Gracia

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