No me prometas…
No me prometas amor en todas tus cartas, en todos tus mensajes, en todas tus miradas. No me prometas caricias con una piel que está tan lejos de la mía que no seré jamás capaz de sentirla en la distancia.
No me prometas…
No me prometas que siempre estarán tus dedos haciendo bucles en mis cabellos. No me prometas tu ropa en mi armario, tu coche en mi garaje y tus libros ocupando baldas en mis paredes. No me prometas besos dulces con final amargo cuando te veo alejarte por el pasillo del aeropuerto, cuando doy otra vez vuelta al reloj de arena para que caigan los granos hasta que tu mano lo arroje de tu lado de la cama en el próximo viaje.
Me he acostumbrado a barrer la alcoba cada vez que estás de regreso…
Cuando eso sucede, cuando me arrojas sobre la cama y arrancas los botones de tus pantalones vaqueros… las promesas pierden importancia.
Y lo único que tengo en mente es hacer desaparecer el aire que separa nuestros cuerpos cuando veo tu verga erecta.
No quiero nuestra historia en una foto de un folleto de viajes para el día de los enamorados. Quiero que siga siendo algo prohibido, que se espía desde la clandestinidad y que arranca gemidos de gargantas heridas y mordidas en los labios, envidiosos del deseo que nos profesamos.
No me prometas un futuro reflejado en una bola de cristal, que las cábalas hay que dejarlas a la gente que juega a la lotería. Y nosotros sólo sabemos jugar a meternos en el cuerpo del otro, a darnos placer hasta caer extenuados, y a limpiar luego con saliva y lengua viciosa el sudor que nos provocamos.
No me prometas el cielo y la tierra, la luna o las estrellas, que de letras hipotecadas están hechos los sueños y los dos sabemos que nuestro sitio está más bien en el infierno. Allí, entre los cuerpos que antes que nosotros disfrutaron del placer de la carne y ardieron consumidos en el orgasmo, reposarán nuestros huesos fundidos aunque nuestras almas estén destinadas por siempre a vivir separadas.
No me prometas nada… y entrégate por entero.
Perverso como sólo yo sé que eres, dulce como nadie te imagina. Mis dedos tienen la llave que te despoja de la coraza seria con la que te proteges y a la que te aferras. Mis dedos te la devuelven cada vez que se alejan de mí tus suelas…
No necesito imaginarme llegando a vieja contigo para saber que lo que siento ahora vale la pena. No reivindico que el mismo techo nos cubra para poder legalizar lo que otros censuran y critican por desconocido. No me importa que al mirarme en el espejo no estés detrás de mí reflejado, tomando mis mejillas y elevando las comisuras de mis labios para dibujar una sonrisa con la punta de tus dedos.
Sonrío sola… sonrío sin ti y contigo.
No te necesito en mi vida… y sin embargo te quiero en ella.
No me prometas amor eterno, que para eternas ya están las telenovelas…
Yo lo que quiero es sentirte en el aquí y ahora, en el chocar de cuerpos pecaminoso que haría que mi madre se echara las manos a la cabeza. Lo que necesito es saber que cuando tu lengua se enreda con la mía en el interior de tu boca no te importa no respirar mientras mis labios sigan besándote y mis uñas te arañen la espalda. Lo que quiero es no darle otro nombre a lo que siento por más que se empeñen en mancillar nuestros actos. Me muero por estar abrazada a tu cuerpo aunque sólo pueda hacerlo un par de veces al año…
Quiero gemir contra tu garganta sin promesas. Quiero que te corras en mi boca y sacies la sed que se acumula en ella por tu ausencia. Quiero que cuando estés no importe nada y que cuando te vayas sientas que arde la sangre en tus venas. Quiero ser el frío que apacigua tu piel mientras duermes cuando es tu torso el que calienta mi espalda sin sábana pudorosa que nos proteja.
Quiero sentirme así ahora. Tierna y perversa, dulce y obscena. Quiero transformarme entre tus manos y secar mis lágrimas mientras vuelvo a darle la vuelta al odioso reloj de arena.
No te puedo prometer nada porque ni el amor es eterno. De pequeña me enseñaron a jurar con los dedos cruzados detrás de la espalda, y ahora lo hago con la mente mientras mis ojos y tus ojos se cierran, mientras se prometen mentiras nuestras bocas y se desnudan nuestras almas a los pies de la cama.
El suelo vuelve a estar lleno de arena.
No quiero llamarlo amor… porque me da miedo.
Y no quiero que lo llames amor… porque suena a promesa.
Magela Gracia
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