– ¿Enamorada yo?- pregunto, con cara de ilusa, mientras cepillo mis cabellos rizados frente al espejo-. ¿Qué dices, tía? ¿Cómo voy a estar enamorada, si sólo nos vemos para follar?
Me encanta mi aspecto juvenil. Nadie diría que tengo la edad que tengo. Y a nadie le importa, en verdad. Ninguno de los tíos con los que últimamente me veo me ha preguntado por mis años. Les ha valido mirar lo tiesas que están mis tetas, y que cuando se rozan con algo se endurecen los pezones a la primera. Si, además, son dedos masculinos…
El tío al que se refiere mi amiga es uno de tantos. Un hombre más bien tirando a feote, de esos en los que no repararías a la primera de cambio. Pero es muy morboso.
Un autentico pervertido…
Nada más verlo en la barra del bar, rodeado de sus amigotes, supe que su polla iba a acabar entre mis labios. De esas imágenes que te dejan parada en el sitio, sin aliento, casi jadeando. Un flash…
– Para nada, tía. Es sólo sexo-. Mi amiga estaba al otro lado del teléfono, y no podía ver que en mi rostro se había instalado cierto rubor preocupante. Yo intenté ignorarlo, mientras recolocaba los rizos en una alta cola de caballo-. Únicamente folla bien.
No sólo follaba bien. Simplemente me derretía entre sus brazos cuando, con dedos hábiles, soltaba los broches de mi ropa y dejaba mi piel expuesta a sus lascivos deseos. Y eran muy obscenos.
Putón, me llamaba. Y por supuesto, así me sentía.
Con él siempre estaban húmedas mis bragas, acelerado el corazón y anhelante la boca. Con él siempre tenía ganas.
Ganas de sexo vibrante y sin barreras, perversiones a las que otros no llegaban ni imaginaban. El sexo era, definitivamente, diferente.
– No. Esta noche no lo veo a él. Tenía no sé qué de una partida de algo con sus amigos-. Una estúpida partida de algún videojuego que llevaban meses esperando que se pusiera a la venta. Me había dado tanta rabia que había quedado con otro pringado, de esos con los que se relacionaba él, sólo para que se enterara de que me había dejado magrear por otro, de primera mano-. Sí, tía, como te lo cuento. Es un auténtico friki. ¡Pasar de mí por una tarde delante de una consola!
Por supuesto, no se lo iba a perdonar con facilidad… Y, sin embargo, cancelaría todo si me llamara en ese mismo instante y me dijera que quería meterme la polla en la boca.
Como había hecho aquella vez en el bar.
– Quiero que me lamas la polla, muy lentamente. Ensalívala despacio, saboreando cada pliegue de piel.
Se me tuvo que quedar cara de imbécil, porque sus amigos, a su espalda, sin poder escuchar lo que me decía aquel tipejo, se rieron a carcajada limpia. No sé si se me desencajó la mandíbula, o bizqueé, o quizás se me escurrió un poco de saliva por los labios al imaginarme haciendo exactamente eso allí mismo, arrodillándome frente a él, desabrochando el cinturón y la bragueta y descubriendo unos calzoncillos con dibujillos japoneses. ¿Cómo coño me había dicho luego que se llamaban esos cómics? ¡Mierda de memoria!
Tener su enorme polla entre los dedos, recorrerla con las yemas suavemente, deslizar la lengua sobre el capullo brillante… ¿Cómo podía desear hacerlo sin saber siquiera el tamaño de la verga?
El tono autoritario de su voz…
Tenía la voz más varonil que había escuchado nunca. Nada de timbres estridentes. Era la típica que se escuchaba en los anuncios, por la que se pelearían las cadenas de radio para hacer un programa nocturno de llamadas. Me imaginé descolgando el teléfono para hablar con él en antena, y contarle mi vida sexual desde los dieciésis años, con tal de escucharle decir nuevamente la palabra polla.
– Quiero que te la tragues hasta los cojones. Tienes pinta de ser capaz de hacerlo. Estoy seguro que la mamas de vicio…
Y, desde luego, no lo hacía nada mal.
– Como lo oyes, chica-, seguía contándole, mientras me colocaba el perfume en mis rincones estratégicos-. Quedé para chupársela a un amigo suyo.
La mayor venganza… que se lo contara.
¿Cómo había sido que en aquel bareto me había visto lamiendo su verga? Una mano en la base de tu tremendo pollón, y la otra retorciendo uno de los pezones sobre la camiseta, gimiendo de gusto al hacerlo. ¡Y eso que aún no había bebido!
– Imagina cómo se le van a levantar las pollas a esos de ahí atrás cuando te vean hacerlo…
Ahí estaba el clic que no entendía. El morbo… Quería hacer que ese tipo se corriera en mi cara, y que sus amigos se la cascaran mientras tanto, sufriendo ante la idea de saberme intocable, pero a la vez tan cercana y facilona. Tantas corridas a sus pies… tantos jadeos resonando en mis oídos.
El sonido de las cremalleras bajándose a mi alrededor, acompañando el succionar de mis labios, apretados contra la polla más enorme que había visto en mi vida… -ya puestos a imaginar, había que imaginar a lo grande, ¿no?- ¿Cuántas vergas tiesas, deseosas de la rapidez y destreza de las manos de sus dueños? No importaba el número, importaba que estaban duras por mí. ¡Qué excitante! ¡Por fin una fantasía hecha a mi medida!
Morbo. La palabra clave.
Y me imaginé llevándome a todos al baño, y siendo observada y follada por mis jodidos agujeros al tiempo, siendo la más señora de todas las putas, como una vez cantó Sabina. A mi edad, y con la seguridad que tengo tras lo que he hecho con mi cuerpo, y con mi mente… el mayor de los retos es dejarse llevar, y olvidarse de lo convencional. Y aquel tío, sin más, me ofrecía el cielo. Aquello que ninguno pedía, pero que a todos se la ponía tiesa cuando lo soñaban.
Sentirme clavar una verga enorme en el culo, mientras mi boca sofocaba el grito de molestia contra otra polla. Resoplar contra esa piel caliente y dura mientras empezaba a bombearme contra las nalgas. Fuerte y rudo. Como dirían en la calle, rompiéndome el culo. Babear y gemir sintiéndome empalada, disfrutar al ser sometida por las voluntades de los hombres… Y descubrir, con ansia, que también necesitaba una polla que rellenara mi coño, rozara mis paredes en pugna por marcar el ritmo con la otra con la que me follaban, y compitiera por el espacio y la humedad que me provocaban.
Y más pollas esperando…
¿Cómo podía haber vivido sin eso?
Manejada como una muñequita, deseada y usada sin más. Poco importaba de cual de aquellos tipejos fuera la verga que me arrancara el gemido, ni la boca que escupiera sobre mi culo, para facilitar el deslizar del miembro erecto hasta el fondo, donde ya casi sentía que dolía. Y, en ese momento, sentir mi coño reventar por un empellón rápido, que continúa taladrándome una y otra vez sin descanso.
Y mi morboso desconocido follándome la boca, y disfrutando de la visión de mi cuerpo desmadejado por sus coleguillas. Complacido más por lo que observaba que por lo que realmente le hacía sentir en la polla.
Obsceno…
– Creo que no nos han presentado…
Sonrió de medio lado, arqueando una ceja.
– Y tanto que es cierto…- Se rió, y tomó mi mano.
Creí que en ese momento, en ese primer contacto, oiría su nombre. Sus dedos eran finos y suaves, con uñas perfectas. Manos de mujer, de tío que no ha trabajado con tierra en su vida. Imaginé esos dedos recorriendo mi cuerpo, soltando los broches de mi ropa interior, e introduciéndose en mis pliegues mojados. Los sentí moverse una y otra vez dentro de mí, clavando las yemas, arrancándome estremecimientos con cada círculo que completaban. Dedos ágiles, dedos enloquecedores.
Querría probar esos dedos tras correrme. Le pediría que los llevara a mi boca, para chuparlos con ansia, y darme el gustazo de relamerme con mi propio sabor caliente. Mis manos alrededor de esos dedos, mirándolo a los ojos. “Y ahora chupa otra cosa.”
– Pues sí, cariño-, le contesté a mi amiga, poniéndome unos enormes taconazos negros, y arreglando las medias frente al espejo. Mi interlocutora resoplaba al otro lado de la línea telefónica, maldiciendo por lo bajo mi desfachatez-. Da igual que éste en especial tenga pasta gansa para gastarse en mí, yo lo que quiero es que no me tomen el pelo.
Y por supuesto que no me lo iba a tomar, el muy cabrón. Se iba a arrepentir del plante que me había dado por una partida de videojuegos. Dejaría que su amigo metiera la lengua en mi coño, succionara con hambre, y me hiciera correr. Agarraría sus cabellos y guiaría su cabeza si era tan torpe como para no saber comérmelo en condiciones. Y si llegaba a ser realmente necesario, me pajearía moviendo yo mis caderas contra su barbilla, si tenía tan poco seso como para no hacer que estallara y le mojara los labios con la humedad de mi entrepierna. Todo… con tal de que se llevara impregnado a casa mi olor, y que mi friki amante me reconociera cuando le dijera, con mi corrida aún en los labios, que me había pasado por la piedra.
Su compañero de piso…
Por muy morboso y fascinante que sea un hombre, no se merece el berrinche que sufría ahora por su culpa. Buen sexo, sí… Fantasías cumplidas, por supuesto… Desinhibición sin la necesidad de tener que estar borrachos los dos para perder los complejos.
Pero también quería devoción.
– Se lo merece. Ya sabes lo que pienso al respecto-, concluí.
Y colgué el teléfono escuchando sus últimas palabras. Me habían enfurecido.
“¿Y por qué te molesta tanto que no pase la noche contigo, si no estás perdidamente enamorada de ese capullo?”
Aquel primer contacto… cuando sus dedos tocaron los míos, y cogió mi mano entre la suya. Lo recordaba como si fuera ayer… y ya hacía casi un año. En ese momento supe que se la chuparía sin duda, que todos sus amigos mirarían si querían, y que se correrían por el espectáculo que les iba a ofrecer. Mi lengua recorriendo toda la verga tiesa, mis ojos viciosos negándose a apartarse de la visión del resto, mientras se masturbaban frenéticamente ante mis piernas abiertas, y mi coño rasurado expuesto apenas oculto por la diminuta falda. Mis pezones erectos… ansiando esos dedos masculinos que me cogían la mano.
– Una descortesía, desde luego, no presentarte…- le había replicado yo.
En mi cabeza resonó una orden. “Preséntate”.
– No te hace falta mi nombre, a la que tienes que conocer es a mi polla.
Y mi palma se cerró sobre la verga endurecida y caliente del hombre que me tomaba la mano. Apretó la pelvis contra ella, y cerró mis dedos sobre el mango duro y poderoso. Al fin y al cabo… era ella la que quería conocerme.
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Magela Gracia
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La más señora de todas las putas
Morbo, mucho morbo, me encanta como escribes…
Creo que fue Arquímedes quién dijo eso de que ‘dadme una polla, y moveré el mundo’ (irony on)
Una venganza morbosa…..
Parece que la ausencia de la Escritora va en detrimento de sus relatos…… no tiene la fuerza con que nos maravillara no hace mucho….. de cualquier forma el crédito sigue abierto…..
Néstor