– ¡Eres una cerda!- te dice tu madre, después de que te sorprendiera con la cabeza de tu novio enterrada entre las piernas.- No te tienes ni un poco de respeto.
Y tanto que sí te lo tienes. Si no, no estarías dejándote comer el coño por la mejor lengua del instituto. El culo más prieto… y la polla más cachonda. ¡Claro que te quieres! Buscar lo mejorcito para tu cuerpo no es pecado…
Recoges la toalla para limpiar las babas de tu novio de los pliegues de tu coño, entremezcladas con los líquidos de tu propia cosecha. Mientras, no apartas la mirada de los ojos encolerizados de tu madre, esa que ha entrado sin llamar a tu cuarto para joderte la corrida de tu vida.
Allí, en el coño, sientes todavía sus dedos y su lengua, los dientes mordiendo y los labios chupando con ansia. Allí querías su polla gorda y brillante. ¡Pena de calentura!
Sigues mirando a tu madre…
Retiras la toalla y la lanzas a un lado de la cama, donde las sábanas está revueltas por la fogosidad de los cuerpos y la huída rápida del muchacho. Y en un arranque de morbosidad llevas tus dedos a la entrada de la vagina y te penetras tú misma ante la atenta y desorbitada visión de tu pobre madre, que se lleva las manos a la cara y se marcha del cuarto llorando.
Ya debe estar en su casa…
Gimes… ¡Joder, cómo gimes!
Magela Gracia
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