Las sábanas enredadas en mis piernas como único vestido de noche. Dormir desnuda por costumbre, arrimada al calor del cuerpo del ser amado. Se me hace extraño que haya llegado la frialdad del invierno y torture la tranquilidad de mis carnes, y al posar la mano en la almohada ajena no percibir en ella sino recuerdos. Gemidos de otras épocas, confidencias pasadas. Amores perdidos… Dolor en el alma.
Mi cama vacía…
Amor mío… créeme que te quiero…
Te marchaste y no dejaste sino sombras. Me dejaste vacía y es así como sigo. No hay forma de levantarse de la cama sabiendo que no te encontraré en algún rincón de la alcoba sin derramar lágrimas que mojarán el suelo de madera. No entiendo cómo llegamos a estar tan separados que tu partida fue únicamente la prolongación lógica de tus sentimientos. Dijiste que hacía tiempo que mi ser no te decía nada. No sabes lo que duele perder tu cuerpo, pero perder tu alma junto a la mía… ¿Cuándo ocurrió eso?
La noche antes de tu marcha recuerdo tus manos en mis pechos, tus caderas entre mis piernas, tu sexo en mis entrañas. Tus labios en mi boca, tu lengua entregada… Recuerdo y vivo tus jadeos a cada minuto del día, aquellos que me dedicaste en tu última corrida, hace ya tantas lunas. Los cortinajes de la ventana ahora cubren mi vergüenza de cara a la calle, me esconden de las murmuraciones y de la especulación referente a tu marcha. Permanecen corridas, porque ya solo me asomo para observar que tú no vuelves a casa por las noches, que mi cama va a volver a echarte de menos.
Ya me siento seca por dentro, y sabes que también por fuera. Al quitarme las bragas no hay restos de la excitación que antes sentía. Si algo mojara mi entrepierna, sabes que ahora sería el llanto que por ti derramo. Nada me excita en las sombras de nuestro cuarto, nada me eleva hasta donde tu cuerpo lo hacía. Mis orgasmos te los llevaste escondidos entre tu boca y la bragueta, se engancharon en tu maleta arrancados de igual forma que tu voz pidiéndome que me corriera. Esa boca perversa que me pedía que me estremeciera con sus movimientos de cadera ahora ya no tiene más palabras para mis oídos que un triste y seco adiós lanzado desde la puerta de entrada.
El alcohol no ha sido un gran consuelo, y ahora ni lo miro. Tampoco resolvió mis problemas, y la narcolepsia producida no me ayudaba sino a parecer más lenta aun en mis actuaciones. No me ayudaba a no sentir, solo a llorar sin importarme quien estuviera delante. Tal vez lo que debía haber hecho era simplemente perder la consciencia, así las horas pasarían sin dañarme en exceso. Al final, la resaca no puede ser tan mala como la pérdida. Al final, la bebida no me ayuda a engañarme al decirme que solo era sexo.
¿Y si no vuelves?
Magela Gracia
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Magela, tengo un nudo en la garganta. Que tristeza!!! Que desconsuelo!!!
QUE VUELVA, QUE VUELVA!!! Haz que vuelva…
Besote