Me doy de narices contra la realidad y no es otra que, aunque me empeñe en girarme hacia el otro lado de la cama, para no verte, sigues roncando allí, donde caes siempre dormido, sin importarte las lágrimas que vierto en mi almohada.
Cierro los ojos e imagino que no estás ahí, y que mi cuerpo por fin puede disfrutar de los placeres que le niego por tu abandono y desidia. Pero tus ronquidos vuelven a traerme al presente, para recordarme que si quiero simplemente vivir he de sacarte de mi alcoba…
O dejar de creer que la alcoba es mía, y buscar una nueva.
Magela
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