Cuando nadie te llama…

La describiría si la viera, pero solamente puedo imaginarla. La oscuridad me ciega a la hora de hacer el esfuerzo, e intuyo líneas difusas que poco pueden aportar para satisfacer mis dudas. Se perfila su cabello revuelto sobre la blancura de un forro de almohada, desmadejado por el sueño que agitaba hace pocos instantes su cabeza. Una mancha de rímel en su rostro, y en la tela, da constancia de las lágrimas previas al descanso; y una mano, saliendo bajo las mantas, se aferra, con la necesidad producida por la pesadilla, a cualquier trozo de tela que pueda enredar en sus dedos. Supongo que su rictus anda alterado, pero sólo puedo escucharla gemir en sueños.

No sé cómo se llama porque nunca se lo he preguntado, pero pongamos que alguien la llama, en susurros, María…

Si el sueño fuera reparador el timbre del teléfono la habría asustado. Pero cuando son las pesadillas las que acompañan la mente en el momento del descanso cualquier interrupción es bien recibida. Su mano se relaja mientras el teléfono sigue sonando, rasgando el silencio que pugnaba con los gemidos de la chica por prevalecer en la alcoba cerrada.

Pero, a pesar de que se despereza y abre los ojos, y se estira bajo las ropas de la cama, deja que la llamada se extinga sin tratar de descolgar el teléfono. Sabe perfectamente que es una equivocación. No tiene a nadie que pueda llamarla, ni por la tarde, a la hora del té, ni por la noche, a las tres de la mañana…

Y da gracias al desconocido interlocutor, en silencio, porque ha ahuyentado a sus fantasmas.

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Magela

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