Hoy ha empezado a ponerse sus muestras. Esas que dan en las perfumerías cuando haces alguna compra, y te meten en la bolsa junto con tu paquete para que peques la próxima vez que te pases por la tienda.
Hoy ha abierto la cajita donde las tenía todas guardadas. Le parecieron cientos de ellas, aunque no se puso a contarlas. Cogió una, rasgó el envoltorio sin miramientos, y se untó la cara con la crema.
Hoy ya se ha resignado a que no las usará en los viajes para los que las tenía reservadas. En los aeropuertos las cosas se habían puesto algo difíciles, y siempre era mejor llevarse a París un par de esos sobres que todo el tarro de crema facial y que se lo confiscaran por ser un producto de los prohibidos en el equipaje de mano. Su marido había muerto antes de que tuvieran tiempo para empezar a realizar esos viajes con los que tanto soñaban. ¿Con quién iba a ir ahora a París? ¿Para qué iba a guardar aquellas muestras?
Hoy alguien en la calle le había dicho que la veía bastante demacrada. No quiso decirle que llevaba noches sin dormir, mirando al techo sin poder soltar una lágrima. Tenía que lucir ojeras, arrugas, rictus cansado. Para eso servían esas cremas, ¿no? Para que soñara con la juventud perdida, y los viajes que se van aplazando.
No quiso contar los sobres de muestras que tenía guardados…
Magela
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