Mi madre se empeñaba en traerme todos los meses una planta de plástico a casa, cada vez que me visitaba. Opinaba que a mí se me morían las de verdad, y que había que sustituir las hojas marchitas y tallos marrones por el verde artificial que elegía para mí en las tiendas de los chinos.
Siempre aparecía en la puerta de la entrada con una orquídea de tela, un ficus de pequeñas hojas, o un boj recortado en forma de bola.
Mi madre no sabe que yo, pidiéndoles perdón a mis plantas, las he dejado morir para que ella pueda sustituirlas sin saturarme la casa. Le hace muy feliz encontrar un hueco donde colocar una maceta y un tallo artificial. Cada vez que tiro una planta marchita me acuerdo del día en el que la compré en el vivero, llena de vida. Me imagino que mi madre también se acuerda de cada plata de tela que elige entre las atestadas estanterías, y sonríe cuando entra en mi casa y las ve verdes y floridas.
Mi madre cree que se me dan mal las plantas. Y yo, para verla sonreír, he dejado de cuidarlas.
Queda una maceta en la entrada, y ni dejando de regarla se muere, la luchadora. Estoy pensando en pasar directamente a la lejía…
Magela
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