– Por quinientos pavos hago lo que quieras…
Eso no lo vuelvo a decir en la vida. Lo juro. No vuelvo a decir algo semejante. ¡Fuerte cagada!
Soy los entrantes. A mi derecha veo a las otras dos chicas que cogieron en el casting. Una tiene los platos principales y la otra porta espléndida los postres. Puede que hubiera preferido la parte dulce de la cena, pero no me tocó en el sorteo.
– Nunca he visto una mesa con tan buena pinta- comenta una voz varonil en un ángulo de mi cuerpo al que no tengo visión por culpa de los alimentos.- Pero se te ve apagada. ¿Nadie ha jugado contigo un ratito?
– No te he visto nunca en este tipo de eventos sociales- continua el desconocido, como si fuera totalmente consciente de que no puedo contestar.- Eso quiere decir que tal vez no hayas sido bautizada…- En ese momento se pone en mi campo de visión, y se me corta la respiración al verle la cara. Es de esos rostros pícaramente varoniles que saben perfectamente cómo sacarle los colores a una mujer… de todas las partes del cuerpo.- Creo que empezaré comiendo algo de tus labios.
Me hubiera gustado poder decirle que perdía el tiempo ya que no iba a encontrar nada en mi boca, pero su mano ya se había agenciado de una lámina de carpaccio y la había depositado sobre mis labios. Sentí el aceite resbalar por mi mejilla hasta la oreja derecha como si fuera una caricia justo antes de que su boca raptara el bocado de su lugar, casi sin rozar la mía.
– Claro que siempre se puede conocer a alguien interesante en este tipo de locales- continuó, mientras rodeaba mi cuerpo eligiendo los trozos que quería degustar.- Pero la gente que va a acompañarnos hoy es más de cogerte luego y pagarte otros 5000 más para que te lleven directamente así a su habitación del último piso, no sé si me he explicado.
– No te escandalices todavía, bombón. Lo bueno que tiene este mundillo es que no quieren un escándalo. Te preguntarán si quieres subir, eso no lo dudes.
– Los quinientos son limpios para ti. En mano.
– Ya están depositados en consigna, por si estás interesada. Solo tendrías que dejarte conducir a la habitación cuando esto termine.- Coge un crudité de zanahoria y me acaricia con el borde desde la rodilla a la ingle, haciendo un camino sinuoso en la piel especiada. Baja por la ingle hasta el interior del muslo separado y de repente no lo siento.- Lo cierto es que estamos hablando de mucho dinero.
– Es una pena que por un miedo irracional a lo desconocido prives a tu cuerpo de las sensaciones de sentirte… amada, como la belleza que eres.
Sobre la zona de unión de los labios mayores de mi sexo se derrama una salsa tibia y densa. Apenas puedo levantar un poco la cabeza para observar la escena. El hombre, con una cuchara en la mano, dejando caer sobre mi clítoris una fina capa de alguno de los acompañamientos líquidos para las verduras. Siento como la presión aumenta en esa zona a medida que se recubre con la salsa, mientras la caliento yo con mi piel encendida. Me mira. Se muerde el labio inferior sin sonreír y deja la cuchara en su sitio. Me enseña el trozo rectangular de zanahoria cruda un momento antes de llevarlo a esa zona y presionar con él mis zonas nobles, como si estuviera apagando un cigarrillo en la base de un cenicero.
-¿Sabes que te brilla?- me dice, como si hubiera visto mi coño toda la vida con ese aspecto. Total naturalidad ante mi excitación.- Está rojo e hinchado. Una delicia.
Abro la boca para protestar ante el comentario hacia mi vulva pero chista al ver mis intenciones.
– No, no, no. Recuerda que no puedes hablar. Ahora sí, no se lo diré a nadie si gimes un poco.- Y se ríe, el muy cabrón se ríe.- Creo que hay algo que se me apetece probar…
Mi vagina se cierra en una serie de espasmos sobre el crudité de pepino, y siento que mis labios bajos se empapan con los líquidos que me ha provocado esa mano perversa. Igual de lento que al entrar, sale de mi cuerpo rozando mis pareces latentes por la sensación causada. Y poniéndose a la altura de mi cabeza me enseña el trozo de hortaliza antes de llevárselo a la boca. Primero lo lame, y luego lo devora. Un momento más tarde se ha dado la vuelta y se encamina a la siguiente mesa. Otra chica lo aguarda tumbada con más platos expuestos en sus tetas.
-¿Te ha gustado lo que te ha hecho el CALIENTAPLATOS?- me pregunta, con un fondo lascivo en la voz.- Al igual que he pagado los 5000 por tu compañía, quería hacerte un regalito para ponerte y mantenerte… ¿caliente?