El calientaplatos

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– Por quinientos pavos hago lo que quieras…

Eso no lo vuelvo a decir en la vida. Lo juro. No vuelvo a decir algo semejante. ¡Fuerte cagada!

Tumbada en la mesa del restaurante, completamente desnuda,  intentando no moverme para no tirar la obra de arte del chef a la basura… Sobre todo comida cruda en mi cuerpo, crudités de verduras de temporada, quesos curados, encurtidos selectos, carpaccio de vieiras, reducción de  granadas y naranja… ¡Estoy para comerme!

Soy los entrantes. A mi derecha veo  a las otras dos chicas que cogieron en el casting. Una tiene los platos principales y la otra porta espléndida los postres. Puede que hubiera preferido la parte dulce de la cena, pero no me tocó en el sorteo.

Estoy incómoda. Debo permanecer 3 horas sin moverme en esa postura mientras los invitados picotean con desgana sobre mi cuerpo. Directivos de empresa, millonarios, políticos y algún  que otro actor de cine he visto pasar a la altura de mis piernas abiertas, donde han dejado estratégicamente colocados los cuencos de salsas. Los hombres me miran con desdén, se entiende que hacen esto unas cuantas veces al mes, porque ni siquiera se interesan por ser sutiles a la hora de alimentarse. Queso de mis pechos… algún que otro pellizco en los pezones, pero poco más. ¡Qué ganas tengo de marcharme a casa!
La indiferencia me mata. Las conversaciones son aburridas, asuntos políticos y comerciales que no esperaba encontrarme. ¡Con lo excitada que estaba yo con éste trabajo!

          Nunca he visto una mesa con tan buena pinta- comenta una voz varonil en un ángulo de mi cuerpo al que no tengo visión por culpa de los alimentos.- Pero se te ve apagada. ¿Nadie ha jugado contigo un ratito?

Una de las cláusulas que dejaron muy claras en el contrato era la no interacción con los invitados. Por lo tanto, ni se me ocurre abrir la boca al hombre que se dirige a mí en esos momentos… Pero la piel se me ha erizado. ¿A eso se le puede llamar interacción?

          No te he visto nunca en este tipo de eventos sociales- continua el desconocido, como si  fuera totalmente consciente de que no puedo contestar.- Eso quiere decir que tal vez no hayas sido bautizada…- En ese momento se pone en mi campo de visión, y se me corta la respiración  al verle la cara. Es de esos rostros pícaramente varoniles que saben perfectamente cómo sacarle los colores a una mujer… de todas las partes del cuerpo.- Creo que empezaré comiendo algo de tus labios.

Me hubiera gustado poder decirle que perdía el tiempo ya que no iba a encontrar nada en mi boca, pero su mano ya se había agenciado de una lámina de carpaccio y la había depositado sobre mis labios. Sentí el aceite resbalar por mi mejilla hasta la oreja derecha como si fuera una caricia justo antes de que su boca raptara el bocado de su lugar, casi sin rozar la mía.

Me descubrí completamente excitada… deseosa de que esa boca me hubiera separado mis labios e introducido la lengua hasta la garganta. Me había calentado la entrepierna… estaba mojada.

          Claro que siempre se puede conocer a alguien interesante en este tipo de locales- continuó, mientras rodeaba mi cuerpo eligiendo los trozos que quería degustar.- Pero la gente que va a acompañarnos hoy es más de cogerte luego y pagarte otros 5000 más para que te lleven directamente así a su habitación del último piso, no sé si me he explicado.

Tragué saliva. De repente el juego ya no me parecía tan erótico, después de todo. Debí haber leído la maldita letra pequeña.

          No te escandalices todavía, bombón. Lo bueno que tiene este mundillo es que no quieren un escándalo. Te preguntarán si quieres subir, eso no lo dudes.

¿Y por qué esas palabras no me tranquilizaban lo más mínimo? Lo veo llegar a mis pies separados adornados con trozos de fruta confitada y agacharse a elegir el siguiente bocado. Esta vez no usa las manos en ningún momento, introduciendo los dedos uno a uno en su cálida boca para llevarse la comida que presentaba todo el pie. Los mordisquea con leve presión, los chupa, los lame… Me corta el aliento.

          Los quinientos son limpios para ti. En mano.

Lo miro directamente a los ojos, queriendo incumplir ahora mismo el contrato para poder preguntar de qué coño está hablando ese hombre. Lo miro con mayor atención, ya que anteriormente solo he había percatado de su atractivo perverso. Es un hombre que  me dobla perfectamente la edad, ya con cierto inicio de canas. Ciertamente atractivo, aspecto cuidado, correcta la pose. Culto, probablemente…

          Ya están depositados en consigna, por si estás interesada. Solo tendrías que dejarte conducir a la habitación cuando esto termine.- Coge un crudité de zanahoria y me acaricia con el borde desde la rodilla a la ingle, haciendo un camino sinuoso en la piel especiada. Baja por la ingle hasta el interior del muslo separado y de repente no lo siento.- Lo cierto es que estamos hablando de mucho dinero.

–       Es una pena que por un miedo irracional a lo desconocido prives a tu cuerpo de las sensaciones de sentirte… amada, como la belleza que eres.

Sobre la zona de unión de los labios mayores de mi sexo se derrama una salsa tibia y densa. Apenas puedo levantar un poco la cabeza para observar la escena. El hombre, con una cuchara en la mano, dejando caer sobre mi clítoris una fina capa de alguno de los acompañamientos líquidos para las verduras. Siento como la presión aumenta en esa zona a medida que se recubre con la salsa, mientras la caliento yo con mi piel encendida. Me mira. Se muerde el labio inferior sin sonreír y deja la cuchara en su sitio. Me enseña el trozo rectangular de zanahoria cruda un momento antes de llevarlo a esa zona y presionar con él mis zonas nobles, como si estuviera apagando un cigarrillo en la base de un cenicero.

Me estremezco bajo el contacto de la puta zanahoria. Me tiemblan las piernas lo suficiente para que peligre la comida que ya lleva casi dos horas expuesta en mi cuerpo. Al notarlo la mano que la sostiene, aumenta la presión y el roce contra la mucosa encendida. Y tan pronto como estaba disfrutando del contacto vuelve a desaparecer en el interior de la boca el trozo de comida. Lo siento masticar a mi lado, pero no abro los ojos de pura vergüenza. Cuando los estremecimientos sexuales se calman consigo armarme de valor y lo busco. Está a mis pies, con la cabeza enmarcada entre ellos, apoyada la barbilla en la mesa. Barba de tres días.

-¿Sabes que te brilla?- me dice, como si  hubiera visto mi coño toda la vida con ese aspecto. Total naturalidad ante mi excitación.- Está rojo e hinchado. Una delicia.

Abro la boca para protestar ante el comentario hacia mi vulva pero chista al ver mis intenciones.

          No, no, no. Recuerda que no puedes hablar. Ahora sí, no  se lo diré a nadie si gimes un poco.- Y se ríe, el muy cabrón se ríe.- Creo que hay algo que se me apetece probar…

Puedo ver un rozo de pepino entre sus dedos un momento antes de sentirlo introducido en mi coño. Lentamente, pero sin detenerse, todo el trozo de hortaliza acaba sumergido en mi cavidad húmeda y caliente. Siento por un instante el roce de sus dedos al hacer tope con el largo del vegetal, pero se retiran inmediatamente. Siento que varios ojos desde fuera de la escena juegan con mis miembros mientras la oleada del orgasmo me coge completamente por sorpresa. ¡Maldita excitación diabólica ésta!  

Mi vagina se cierra en una serie de espasmos sobre el crudité de pepino, y siento que mis labios bajos se empapan con los líquidos que me ha provocado esa mano perversa. Igual de lento que al entrar, sale de mi cuerpo rozando mis pareces latentes por la sensación causada. Y poniéndose a la altura de mi cabeza me enseña el trozo de hortaliza antes de llevárselo a la boca. Primero lo lame, y luego lo devora. Un momento más tarde se ha dado la vuelta y se encamina a la siguiente mesa. Otra chica lo aguarda tumbada con más platos expuestos en sus tetas.

Y mientras tiemblo aun por la experiencia más erótica de mi vida un caballero se acerca por el otro lado para apoyarse en la mesa, y hablarme al oído.

-¿Te ha gustado lo que te ha hecho el CALIENTAPLATOS?- me pregunta, con un fondo lascivo en la voz.- Al igual que he pagado los 5000 por tu compañía, quería hacerte un regalito para ponerte y mantenerte… ¿caliente?

Lo miro. Y busco la figura que hasta hace un momento estaba con los dedos pegados a mi coño. ¿De pago? Y a la vez que me desanima la idea de no haber despertado verdaderamente la pasión del morboso Calientaplatos, me pregunto cuantas sensaciones como aquellas podría comprarme por cinco mil pavos…

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