Hubo un tiempo en mi vida en que separaba las piernas y los hombres acudían… Sí, en manada acudían. No sé si me olían, no sé si la vista de mis carnes prietas les excitaba, imagino que el sonido de mi voz llamándoles también ayudaba…
Los oídos son buenos para cierto tipo de males. Yo curaba de todo, sobre todo las ansiedades. La gente no puede entender que en el arte de una buena mamada puede residir la capacidad para aliviar la tensión que acongoja el alma. Dejarlos correr en mi boca, y luego tragarla… Dejarlos formar parte de mí mientras sus pollas impiden que el aire me alimente los pulmones. No porque me cuenten cosas, sino porque el jadeo que escucho salir de sus bocas sé que es para ellos una liberación. Por eso repetía, por eso probaba pollas. Escucharles gemir, sentirles vibrar… Para mí, que disfrutaba con sus corridas, el mejor sonido era el de sus voces llamándome puta.
La liberación más absoluta, la relajación más sincera… Una corrida… Un interminable segundo en el que no importa nada. Ese segundo era mío, ese segundo me llenaba las horas muertas de la impertinencia de mi vida vacía.
Ahora…
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expresividad pura sus letras señorita.