Cojines

magela Cartas de mi Puta y Otros Cuentos Eróticos, Otros Relatos Eróticos 2 Comments

Escuchar ciertas letras, a veces, consuelan. En esta ocasión sonaba una de mis favoritas de Sabina, de esas que había convertido en himno para ayudarme a levantar por la mañana. Apoyado en los cojines dejaba que me hiciera sentir la letra. No sé si en ese momento me consolaba… pero igualmente me hacía falta.
Porque me costaba recordarme ciertas cosas por la mañana, cuando miraba hacia tu lado de la cama, y no te hallaba.
“Y en otros ojos me olvidé de tu mirada, y en otros labios despisté a la madrugada. Y en otro pelo me curé del desconsuelo que empapaba tu almohada. Y en otros puertos he atracado mi velero, y en otros cuartos he colgado mi sombrero. Y una mañana, comprendí que a veces gana el que pierde a una mujer…”
¡Cuánta razón tenía! Por suerte era capaz de recordarme muy a menudo que no todo estaba perdido, que había más vida… tras tu partida. Ciertamente, había sido duro verte coger las maletas y abandonarme, dispuesta a comerte el mundo sin mí. Me dejabas atrás, con tu imagen grabada en cada rincón de la casa que compartimos durante años. Esa… que era mía; esa… que hiciste tuya.
Y no te llevaste tus puñeteros cojines. ¿No te cabían en la maleta, acaso?
Lo primero que había hecho fue tirarlos a la basura.
 Lo segundo… recuperarlos.
 Los había odiado como no puedes imaginar, cuando los trajiste al principio y cuando los dejaste al final. Y ahora, simplemente, no veía el sofá sin ellos. Igual que no me veía en el sofá sin ti.
Te habías marchado hacía meses, y cada día te echaba más de menos. A la mierda las letras de Sabina. Podía acostarme con una mujer por la noche, pero lo duro era despertarme a su lado por las mañanas. No era el olor de tu piel el que acompañaba el nuevo clarear del día, no era la suavidad de tus carnes prietas la que se arrimaba a mi pecho, tras un intenso orgasmo nada más abrir los ojos, cuando aun no enfocas bien pero la polla la tienes tiesa, dispuesta a dejarse seducir por tu boca, juguetona.
No eras tú.
Me follaba a otras. ¡Bonito fuera que te guardara ausencia tras todos estos meses de abandono! Pero no me sentía completo. Lo que rezaba la canción para mí no era cierto. Eso de que a veces gana el que pierde a una mujer… no era mi caso.
Al menos, no todavía.
Pero tenía la intención de que lo fuera. A base de intentarlo… alguna encontraría que pudiera completar lo que me faltaba. Aunque fuera algo tan personal… como tu persona.
Sí, disfrutaba seduciendo a las mujeres que estaban dispuestas a perder un rato la cabeza a mi lado. Pero… ¡qué el diablo te llevara! No conseguía conducir a ninguna a nuestra cama, donde tantas veces me había derramado en tu interior, disfrutando del palpitar de tu coño, acompañándome a mí en mi orgasmo. El colchón no había conocido a otra hembra. Había cambiado las sábanas, apartando la fragancia de tu sexo desenfrenado, el sudor de tus muslos al cabalgarme, y lo salado de tus lágrimas de alegría… o tristeza.
Demasiadas veces triste, demasiadas veces… insatisfecha. Ahora lo veo, pero antes no hice nada.
Quité las sábanas, y las lavé. Pero no cambié de detergente, ni suavizante, ni del estúpido agua perfumada para la plancha. ¡Agua perfumada! La casa seguía oliendo a ti. ¡Maldita fueras mil veces! Maldita, aunque yo hubiera tenido, tal vez, la culpa…
El olor es el sentido que más nos evoca los recuerdos. No había nada como abrir tu puerta del ropero y aspirar tu fragancia. Estabas allí, presente, entre las perchas que se tambaleaban en precario equilibrio, como habían quedado tras tu precipitada partida. Estabas en todas partes… y me faltabas en todos los rincones.
Necesitaba el olor de tus pliegues, cuando separabas las piernas y me invitabas a saborearte. Tantas veces había descendido por tu cuerpo, recorriendo con mis dedos esa piel que simplemente adoraba, hasta llegar a la suavidad de tu sexo. Allí, tu coño siempre húmedo, me recibía con el aroma de hembra en celo, caliente y dispuesta a acoger lengua, dedos o polla. Y yo, con gusto, te lo daba todo.
Pasar la lengua y recoger tu sabor con la lentitud del que sabe que hay toda una noche de placer por delante… Me faltaba eso. Sujetar tus caderas cuando se arqueaban, buscando chocar contra mi boca, contra la lengua, endurecida para penetrarte y acariciarte donde solo tú y yo sabíamos…
Bueno, donde ahora tal vez muchos más sabían.
¿A cuántos habrías invitado a compartir el sabor de tu entrepierna? Extrañamente, no me importaba que otros te saborearan, sino que yo no podía hacerlo… también.
Jugar nuevamente con tus pliegues, acariciarlos con las yemas de los dedos, y arrancarte gemidos, mientras te aferrabas a mis cabellos y me empujabas contra tu piel. Sí, me faltaba eso. Tu necesidad salvaje de todas las noches y tu calidez de las mañanas. Enterrar el rostro en ti, luchar contra tu resistencia, y triunfar, con mis dedos metidos en tu coño, apresados por las contracciones de tu orgasmo. Llenarme los oídos con tus jadeos, y regodearme en mi satisfacción, y la tuya…
Y enterrarme en ti.
Hacía muchos meses que me follaba a otras. Las desnudaba en habitaciones de hotel, completamente impersonales, y las empotraba contra el primer mueble que tuviera las medidas apropiadas. Embestía con rabia, con necesidad de olvidar, como si eso fuera posible. Las poseía de forma salvaje, entrando y saliendo sin contemplaciones, con la ropa a medio quitar y algunos botones desgarrados. Aferraba los miembros y dejaba la marca de mis dedos, mordía los labios y jadeaba en bocas ajenas. Las deseaba en aquel momento… hasta que las olía… y no hallaba tu perfume. Enterrarme en sus cabellos al menos hacía que no les viera la cara, y me acordara de que aquel coño no era el tuyo.
Pero tus cabellos olían a jazmines, y aferrarlos entre mis dedos para montarte tenía en aquel entonces un significado especial.
Pero me corría. Vaya si me corría…
Las llenaba donde me dejaran. El coño, el culo o la boca. Me daba igual por donde follarlas siempre que acabara derramando mi leche. Claro estaba que por norma general al final había de correrme fuera, aunque alguna hubo que también se tragó lo que emanó de mi polla tras un largo empellón contra su garganta. Ciertamente… las menos.
Siempre me gustó mezclar mi olor con el tuyo. Tu coño tenía un encanto especial cuando bajaba a ver cómo se derramaba el semen por los pliegues de tu sexo. La carne enrojecida se calmaba poco a poco, y dejabas de palpitar lentamente, mientras lo pringábamos todo. Te lamía y te estremecías, y luego te ofrecía mis dedos para que los limpiaras, como sabía que deseabas. Tu boca sabía gloriosa tras lamerme, y tus nalgas eran el lugar más acogedor de la tierra para acurrucar mi polla y retozar hasta rendirme al sueño.
Con ellas no dormía. Follaba, disfrutaba, me corría…
Con ellas tenía muchas carencias, pero es que tú, simplemente, ya no estabas…
No, para mí lo de darme cuenta una mañana… que a veces se gana cuando se pierde a una mujer, aun no me funcionaba.
Pero seguía insistiendo. Si otros podían, yo lo haría. Y había muchos coños que se mojaban cuando les metía la lengua en la boca y buscaba su respuesta. Sabía cómo ganarme a una mujer, sabía acompañarla hasta el momento en que decidían llevar la mano a mi bragueta y notar lo dura y presta que tenía la polla. Llegados a ese punto, ya no importaba quien fuera ella, solo que no iba a volver a nuestra cama aquella noche.
Porque cuando volvía a casa colocaba los malditos cojines en tu lado de la cama. Uno a uno, metódicamente, los extendía para luego poder acurrucarme contra ellos. Olían a ti, ocupaban tu espacio, y me acompañaban en tu recuerdo. No me quedaba nada de ti, salvo tu olor y calidez, y esos cojines que no me atrevía nunca a tirar.
Maldita fueras, que no me dejaste seguirte.
Maldita fueras, por dejar los cojines…

@MagelaGracia
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