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¿Por qué lo hice?
Ahora, mirándote a los ojos, con el cuerpo rígido y la sonrisa huida de los labios, no logro recordar qué me llevó a hacerlo. Ahora todo tiene mucho menos sentido, y me pongo a pensar si alguna vez lo tuvo.
O fue simplemente por despecho…
¿Por qué se hacen las cosas? He de reconocer que en mi caso siempre hay multitud de factores que influyen. La pregunta de qué ha pasado para que estemos ahora mismo así, mirándonos casi como si no nos conociéramos, es una de las más difíciles de responder. Y sin embargo, creo que la respuesta es bien sencilla.
Ha pasado el tiempo…
Te miro y veo rabia. Y no queda más remedio que entenderte, porque sé que te he hecho daño. Hacía unos años te decía que te quería, y ahora ya de eso no nos queda absolutamente nada. Porque, no te engañes… tú tampoco me quieres.
Si me quisieras no me habrías hecho sentir tan tremendamente sola.

Ahora tus puños se cierran a ambos lados de tu cuerpo, de pura impotencia, y piensas en apartar la mirada, pero tienes miedo. Miedo a que lo único que nos mantiene unidos sea ese contacto de ambos ojos, los tuyos a punto de derramar alguna lágrima, y los míos desesperados por no verte derramar ninguna.

Tienes miedo a que sólo nos quede esa mirada.
Y a mí me duele saber que es exactamente eso.
Tus puños están cerrados, con los nudillos blancos y las muñecas temblorosas. Imagino tus uñas clavadas en las palmas, como hace años se clavaban en la piel de los hombros mientras me embestías, follando como animales. Me gustaba sentirte duro porque me deseabas, saber que cada empujón que dabas en mis entrañas te hacía volver loco, y que mi cuerpo te recibía con idéntico deseo.
Sí, nos deseábamos. Tú mucho… pero probablemente yo a ti más.
Recuerdo mis manos aferradas al borde del colchón de la cama, tratando de mantenerme erguida mientras tus empellones me secaban la garganta por los jadeos. Recuerdo haber visto mis nudillos igual de blancos mientras me corría, sujetando las sábanas de la cama, mientras te incrustabas en mi coño de forma casi dolorosa, aunque sumamente necesaria.
Te necesitaba dentro. Te necesitaba mío, duro y pleno, todos los puñeteros días.
Hacía tiempo que tú a mí no me necesitabas…
Imagino que ahora te sientes igual de engañado que yo en su momento. Te vi darme poquito a poco de lado, y me fui quedando sola en la cama, perdida entre las sábanas que antes cubrían nuestros cuerpos sudorosos cada vez que te me enterrabas dentro, sobre las que nos enredábamos luego, satisfechos, tras estallar en el orgasmo.
Ahora te ves solo…
Pero lo único diferente que hay entre nosotros entre esta mañana y ahora es que he confesado. Si no llego a decirte nada seguirías tan tranquilo, pensando que el alejamiento es normal en las parejas… porque ya a ti te había pasado. Estabas lejos de mí y no te molestaba.
Lo que te molesta es que haya pasado una noche con otro.

¿O temes perderme?

Te miro y la fiereza en tu gesto me desconcierta. Hasta hace un momento pensaba que ibas a romper en llanto, y de pronto me miras con odio, con una repulsión profunda, y te imaginado dándome un bofetón al sentirte traicionado.
Ahora me das miedo.
No es que no te hubiera visto agresivo antes. Sé que tienes mal carácter, y una forma de discutir que siempre me ha hecho daño, pero el hecho de sentir que en el fondo me querías me aportaba la tranquilidad que ahora no tengo. El odio es muy mal consejero.
Las veces que me habías zarandeado, que me habías gritado o insultado quedaban ya lejanas. Ahora había más indiferencia que otra cosa. Nos acostumbramos a tener poco que compartir, y de lo poco que quedaba se fue extinguiendo el fuego que le poníamos. Porque el sexo siempre fue bueno, hasta que de pronto tampoco me buscaste. Recuerdo cada uno de tus insultos como cada uno de esos momentos de pasión con los que nos reconciliábamos. No compensaban, pero aliviaba la pena saber que tras algo tan malo podía quedarnos al menos eso. Si me estampaste más de una vez la mano en plena mejilla luego fue tu boca a ella a jadearme mientras me follabas con la misma rabia.
Mientras hay amor las cosas se vuelven sumamente extrañas.
Mientras el sexo es bueno…
Pero cada vez tu polla se levantaba menos cuando me desnudaba en el baño, y cada vez menos veces tus dedos se enredaron entre mis piernas, separándolas para saborearme. Tu lengua, que antes me hizo estallar contra tu boca mil veces, ahora permanecía en silencio, noches enteras, sin buscar mis labios o la piel que los rodea.
Y eso duele…
¿Te duele a ti ahora?
Tiemblas de rabia porque te sientes perdido. Porque de repente no te queda nada, porque no te viste venir que las mujeres a veces también somos infieles, y muchas de las veces por pura necesidad. Yo necesitaba serte infiel, y ni siquiera lo sospechabas, tranquilo en tu lado de la cama, dejando pasar los días con sus noches, y las mañanas con sus lágrimas secas en la almohada.
Pienso que no sería mala forma para interrumpir esa larga y silenciosa mirada. Un bofetón, como cualquiera de los anteriores, aunque probablemente sin tu polla buscando mis pliegues para dejarse envolver hasta correrse dentro.
Tal vez sí te apeteciera ese último polvo…
O, puede que quizás, no tienes claro que hace mucho tiempo que pasó ese último momento.
Probablemente ni siquiera recuerdas cuando me follaste. Es una pena, porque yo sí que lo recuerdo, y aunque no fue de los mejores, al menos puedo decir que siento aún tus manos recorrer mi cuerpo. Cuando me dejé conducir a la cama por otro era esa sensación la que buscaba, la de tus manos perdidas sin rumbo, simplemente con necesidad y apremio. Sentirme nuevamente deseada hasta el punto de olvidar el pecado y el daño infligido… por ambos.
El daño que me hiciste al olvidarme, y el daño que te hacía al sustituirte.
No recuerdas esa última vez en la que me metiste la polla en la boca, y con gran desahogo descargarte tu leche en el fondo de mi garganta, sosteniendo mi cabeza por la nuca para que no pudiera retirarme antes de que lo desearas.
Y te duele pensar que probablemente otro se corrió de la misma forma, empujando contra aquellas partes que creíste simplemente tuyas, y que ahora veías compartidas. En tu mente recorres los rostros de ambos mientras nos empleamos en ese momento, él concentrado en bombear una y otra vez contra mi rostro con sus caderas, a punto de perderse en el abandono que sobreviene cuando la corrida es ya un hecho, y yo deseosa de recibirle cada gota, lamiendo con deleite la punta del capullo, latente y vibrante, probando un sabor nuevo.
Tu mirada vuelve a ensombrecerse, y la rabia desaparece. Un atisbo de esperanza resurge en ellos, como si pudieras cambiar el significado de los hechos. Un polvo, al fin y al cabo, no significa nada. Una corrida en la garganta no se ve… si se traga…
Y sabes que yo he tragado muchas veces. Tú, en cambio… nunca has tragado nada.
Piensas que es imposible que esté dándole vueltas a dejarte por un tío al que me he follado una vez. Si he vivido tantas noches sin una polla entre las piernas bien puedo olvidarme de haber tenido una hace poco. Una verga que me hizo gemir de nuevo, y que me dio tanto placer como solías darme antes. Gemidos contra la pared del dormitorio, los azulejos del baño o la alfombra de la entrada. Tenía que dar igual que hubieran sido los instantes más excitantes en mucho tiempo. La emoción por el deseo renacido tenía que ser simplemente pasajera.
No puede ser que vaya a tirar tantos años por la borda por un simple polvo.
Eso las mujeres decentes no lo hacen.
O las que se dejan pegar e insultar… durante tantos años.
Puede que sí sepa por qué lo hice, al fin y al cabo. Y no me refiero a abrirle las piernas a otro para que recorriera mis pliegues con su lengua hambrienta. Si sus dedos me follaron mientras me lamía, recorriendo entero mi coño empapado de mi excitación y su saliva, no era respuesta. El motivo para eso lo tengo sumamente claro.
Si follé con otro hombre fue porque lo necesitaba, y me supo a gloria su leche derramada en la boca, tan caliente como el resto de su polla instantes antes de enterrarse en mí.
Mi pregunta va de por qué soy malvada y te lo cuento…
Y soy mala porque te lo mereces. Porque sabe mejor contártelo que haberme corrido varias veces mientras me follaba contra la pared del dormitorio. Y en verdad su polla me hizo olvidar todo por unos instantes, y perdí la noción de por qué se hacen las cosas.
Pero ahora no me pegas…
No quieres interrumpir la mirada. No te arriesgas a perderme todavía.
No te arriesgas a quedarte… solo.

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