Invertir en un gps

magela El Primer club liberal, Sodoma 1 Comment

Hay una cosa que tienen que tener muy presente cuando van a un club liberal. Llevar gps.

Y no me refiero a que sea necesario porque el club liberal esté en una calle a tomar morcillas tan lejos de la civilización para no escandalizar a los vecinos que sea imposible encontrarlo sin uno. En verdad, suelen estar en sitios bastante céntricos, con entradas sin nombre muy bien disimuladas, y con un maromo en la puerta con esmoquin y pajarita, y una máscara veneciana la mar de sexy, que si es noche de parejas no te deja entrar solo aunque le muestres una teta y le propongas una mamada allí mismo.

No, hablo de un gps para que te manejes dentro del local, que suele ser inmenso, y planificado como un laberinto mortal propio de peli de ciencia ficción. Invierte en un gps.

Nada de mariconadas de ropa interior sexy, tacones de infarto, muchos condones, chanclas para cuando salgas de la piscina, tu propia toalla, un antifaz para que no te pueda reconocer nadie… Hazme caso: no hay nada más vergonzoso que andar por el club buscando la cama a la que tienes que volver, y no encontrarla porque para poder practicar ciertas posturas sexuales las gafas son un incordio.

O se empañan los cristales por el calor de la piel… Otra cosa ridícula.

¿No te ha pasado nunca que al abrir el lavavajillas se te queden las gafas hechas una pena por el vapor que sale del aparatejo? Igual que al salir de la ducha, cuando has usado mucho agua caliente.

Las gafas adquieren el mismo aspecto cuando están follando a alta intensidad. Y no me vale eso de que entonces, cuando folles, bajarás el nivel para que no se empañen.

Tienes que tener dos conceptos muy claros.

Uno, que en un club liberal no vas a follar de forma tranquila, y menos como empiecen a competir un par de hombres por ver quién adquiere la postura más rara y el mejor ritmo. Y a competir no le gana nadie a ningún hombre (y así nos va a las mujeres en los clubs cuando vamos).

Dos, que no vas a querer perderte ni un solo detalle de lo que pasa a tu alrededor, así que mejor usa las gafas.

¡Pero si tu pareja te empotra contra el cristal de la puerta de la habitación y te las clava las patillas de los anteojos en la frente!

Llegamos, por consiguiente, a la conclusión de que a un club liberal hay que ir con lentillas.

¿Y si se pierden en la ducha, o en la piscina?

Chica, no se puede tener todo. Asúmelo.

Compra lentillas de repuesto. De esas que duran un mes, de las desechables. Así da menos pena que se te pierda una.

Es mejor haber visto algo en el tiempo antes de perder una lentilla que tener la marca de las gafas pegada a la frente, en color rojo. Y eso te dará la oportunidad de poder orientarte lo mejor posible para saber cómo llegar a tu cama, donde te espera tu novio, la pareja con la que habéis ido al club, ese otro matrimonio tan mono que conocisteis en la barra del bar a la entrada tomando unas copas, y esa pareja de chicas que se os acercó nada más traspasar la cortina de la zona “sin ropa.” ¡Siete personas en total! ¡Vaya cama enorme para no encontrarla sin gafas!

Y serían ocho si no estuvieras tú dando vueltas como una tonta, con la toallita envuelta tímidamente mirando hacia abajo para no mirar a nadie a la cara con cara de lela, al no reconocerlos sin gafas. “A ese tal vez me lo he follado, pero no puedo reconocerlo bien con esta falta de vista…”. Y claro, lo más lógico es mirar al suelo para no tropezar, y allí que te vas encontrando las pollas tiesas de los tíos que te vas encontrando por los pasillos, hechos a propósito en plan laberinto para que no seas capaz de salir del club, y te quedes allí consumiendo alcohol y refrescos (que de eso viven los clubs, de la deshidratación de tanto sudor y tanta corrida, no hay más que ver los pelos de todos al salir de madrugada).

Un tío que encuentra a una chica sola en el pasillo de un club liberal sólo puede pensar una cosa: Está buscando sexo. ¿Y a que no va muy desencaminado? Es el único sitio donde casi estaría permitido que te metieran mano sin pedir permiso (que para eso están los cuartos oscuros de los clubs liberales, de los que ya os hablaré en otro post).

Por lo tanto, mejor que la pregunta esa de “¿andas buscando mi polla?” del tío más listillo del pasillo no te coja con la cabeza gacha, sin lentillas, y la cara manchada de la leche que tu pareja tuvo a bien regalarte mientras te estaba comiendo el coño el marido del matrimonio chachi que conocisteis en el bar.

Queda ridículo, en ese momento, decirle a un tío que no encuentras la cama a donde tienes que volver… tras necesitar ir al baño solita.

Por eso, y porque sé que a más de una le falla la orientación tanto como a mí (y que no nos gusta reconocerlo delante del novio, o de cualquier hombre, que siempre se mofan de que leemos los planos al revés) os doy este consejo. Que yo me pierdo en la casa de mi novio cada vez que me quedo a dormir los fines de semana, y me da vergüenza no encontrar la luz al salir del baño por la noche. Te recomiendo que en vez de la típica muñequera para poner los preservativos (de eso también os hablaré en otro post) os compréis un gps pequeñito, que las brújulas son un desastre en estos casos. ¡Lo digo con conocimiento de causa, que uso una en buceo! Fijas el sitio de regreso antes de abandonar la comodidad de la cama donde te lo estaban comiendo tan ricamente, como cuando lo haces para recordar el color del parking donde has dejado el coche en la zona comercial más atestada en Navidades.

Listo.

Que queda muy feo que cuando llevas media hora dando vueltas, pasando delante de la mazmorra, la piscina, la sauna, los privados, el cuarto oscuro, el pasillo francés y demás lugares atestados de gente follando, te encuentres de repente a siete personas haciendo señas al fondo de una habitación, como si fueras un amigo de toda la vida al que hace mil años que no ven. “¡Mujer, tú por aquí! ¿Qué andas haciendo?”

Y tú, que en ese momento lo único que quieres es que se te trague la tierra, ya que todas las camas han dejado de hacer sus cosas (o sea, follar) para mirarte entrar con la cara más roja que el culo tras unos buenos azotes (y no precisamente porque lleves un buen rato de sexo salvaje), se te ocurre que igual que ellos te han hecho pasar una vergüenza horrible, debieras acercarte y soltarles alguna frase lapidaria.

“Perdón. Me he entretenido en otra habitación, que me estaban follando de vicio. Allí sí que hay pollas grandes…”

Pues eso. Que si no quieres pasar media noche tratando de encontrar el sitio donde has dejado a tu novio aparcado, con un montón de tías que lo mantienen lo suficientemente entretenido como para que no te eche en falta cuando llevas desaparecida media hora larga, compra un gps, póntelo en el tobillo en plan preso rico retenido en su casa de Miami, y disfruta del paisaje.

Que darse una vuelta sola (dejando a tu novio recuperándose en la cama) por un club swinger tiene cosas muy buenas… Pero cuando has pasado tres veces por el pasillo francés, y rechazado todas las pollas que se van asomando a los agujeros (simplemente porque no las ves), empiezas a parecer una estrecha. Y si hay algo que queda raro en un local donde se practica el sexo libre es que una chica ande dando vueltas y no busque precisamente sexo.

Porque la forma de presentarse en estos sitios, muchas veces, es casi dejar que te toquen una teta. Y no poder ver si el tío que te la toca es interesante, o ser capaz de localizarlo luego cuando intentes volver con tu novio para hacer un trío con él… es una pena.

Por lo tanto, dos consejos básicos para vuestro primer club liberal. Lentillas y gps.

Que la lencería sexy puede esperar a comprarse con la siguiente nómina…

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