Que el ímpetu de tu cuerpo me haga perder el equilibro. Que la ducha pierda todo sentido. Que mi mano deje huella al no poder apoyarse en tus carnes. Que tu palma me marque allí donde se posa, mientras las gotas de agua se llevan nuestro gemidos.
Que mis dedos no encuentren donde aferrarse… más que en la mampara que nos cobija.
Allí, en el cristal, dejaré mi palma. Y, tal vez, si empujas fuerte tengas que apoyar luego junto a la mía tu mano. Esa que hace nada calentaba mis nalgas, y las marcaba en rojo deseando luego mancharla.
Que tu dureza nos haga olvidar que hace nada por mi espalda corría jabón y espuma, y ahora lo que deseo que escurra es la mayor de tus corridas.