Capítulo 5

magela La Otra. Historia de la Amante, ¡Quiero leerlo ya!, ¡Quiero leerlo YA! La Otra Comenta

Levantarme el sábado añorando el pijama que di a la beneficencia no fue, para nada, iniciar el fin de semana con buen pie. Acostarme llorando pensando en Octavio… tampoco ayudó a que la cosa mejorara mucho.

La noche del viernes había acabado como se barruntaba, triste y lacrimógena. Después de perder de vista a mi amiga, en pos del amante que se me escapó de entre las manos por comportarme como una tonta enamorada -que lo era-, la velada no había hecho sino empeorar. Y cuando ya ninguna de las chicas pudo consolarme nos metimos en un taxi y nos fuimos a casa.

Cada una a la suya, a compartir cama con su pareja. Yo, simplemente, abrí la puerta de mi casa y me derrumbé contra la pared tras pasar el pestillo. A rastras llegué al dormitorio, y sin quitarme la ropa me acurruqué bajo las sábanas.

Creo que eran las cuatro de la mañana cuando, tras cansarme de dar vueltas en la cama con los ojos en modo mapache, resultado de la mezcla del rímel y las lágrimas, cogí el móvil. No quise pensar en lo que hacía, en si estaba bien o mal, en si quedaría como una completa imbécil o en si me arrepentiría a la mañana siguiente. Encendí la pantalla y mis dedos teclearon un mensaje para Octavio.

“Te echo de menos, hijo de puta”.

Y lo envié casi a la carrera para no echarme atrás…

… Borrando el insulto.

Enamorada y gilipollas.

Para mi sorpresa, y después de enviar el mensaje, conseguí dormir el resto de la noche, tranquila y relajada, embadurnando de negro el forro de la almohada. También lo dejé algo mojado de lágrimas y saliva -aunque no pensaba reconocer ni muerta que babeaba por las noches cuando bebía tres copas- pero por la mañana casi sólo se notaban las manchas de rímel.
Al conseguir despegar los ojos la claridad de la mañana me golpeó de lleno desde la ventana. ¿O era ya por la tarde? Mi estómago me decía que llevaba demasiadas horas sin comer nada, y que no había sido buena idea lo de seguir bebiendo hasta tan tarde. Estaba algo mareada, me dolía todo el cuerpo, y el vestido me había dejado señales muy feas allí donde los broches habían presionado contra la piel durante las horas de sueño.

– Octavio…

Su nombre se escapó de mis labios, y acto seguido el recuerdo del mensaje de hacía unas horas me golpeó en la cabeza como un bate de béisbol. Me senté en la cama, con el cuerpo tembloroso, y alargué la mano hacia el teléfono. Tuve que respirar varias veces antes de atreverme a encender la pantalla y mirar la hora que era, y todas las notificaciones que tenía en la barra superior de la enorme pantalla.

Las doce de la mañana.

Y cientos de mensajes aglutinados en un espacio tan pequeñito, con su diferente iconografía según el lugar de procedencia. Facebook, Twitter, Instagram. Recordaba vagamente haber subido un par de fotos a las redes sociales por la noche, presumiendo de amigas y de lo guapas que nos veíamos. Alguna foto de la vistosa copa del último mojito al final había caído. También tenía la esperanza de que alguien que conociera a Octavio viera las fotos y le comentara lo bien que parecía haber superado yo la ruptura, aunque en verdad sabía que teníamos muy pocos amigos en común, y casi todos lo habían conocido a él a través de mí, como mi pequeño grupo de amigas.

Él se había cuidado mucho de no presentarme a sus amistades.

Otra señal inequívoca de que nuestra relación había sido una fantasía.

Ni familia ni amigos. Muy triste.

Entre todo aquel batiburrillo de notificaciones, y alguna que otra llamada de mi padre que había pasado desapercibida al poner el teléfono en silencio, encontré el mensaje que estaba buscando.

Octavio había respondido esta mañana, cerca de las ocho.

“Yo también a ti”.

Me dio un vuelco el corazón al leerlo. Por más que quería evitar pensar en la posibilidad de ceder a la necesidad de refugiarme entre sus brazos aquella mañana quería ser débil. Débil y tonta, y fingir que nada había cambiado entre nosotros. Que yo no sabía que mi ex tenía pareja, que yo era la amante y que me había mentido durante un año. Necesitaba que mi vida volviera a ser tranquila y monótona, con los pocos ratos que pasábamos juntos, con los fines de semana robados a su apretada agenda, y los instantes de sexo desenfrenado, comiéndonos el uno al otro como si no hubiera una segunda oportunidad.

Sabía que no conseguiría follar con otro hombre como lo había hecho con él… Y eso me angustiaba también un poco. Bueno, para ser sincera, me angustiaba bastante. Había pasado un año con una intensa vida sexual y me había acostumbrado a ella. Sabía que podía volver a enamorarme. Con mi edad tenía muy claro que las historias de amor empezaban y acababan tarde o temprano. Pero lo que también sabía era que enamorarte de un hombre maravilloso no te garantizaba buen sexo. Había tenido parejas a las que había querido mucho, pero no me habían complacido del todo entre las sábanas. Y eso deterioraba una relación, dijesen los románticos lo que dijesen.

Si al final no te estremecías tras tener su lengua entre los pliegues durante un buen rato… podías ponerle a la relación fecha de caducidad. Y yo necesitaba a un hombre que me erizara la piel con el mero hecho de que me susurrara un par de obscenidades al oído, en el momento más decoroso. Que me hiciera tomarlo de la mano para buscar un sitio a solas y abrirle las piernas mientras él luchaba con la ropa interior y los botones de su bragueta.

Así había sido el sexo con Octavio. Violento, anhelante, sucio…

Así nunca me habían follado antes.

No podía reprimir la pregunta de si tendría sexo con su pareja de la misma forma, o si con ella hacía el amor y conmigo follaba. Había tantas cosas que se habían quedado flotando en mi cabeza que si no le preguntaba probablemente me obsesionaría con ellas. ¿Por qué había aparecido en mi vida si ya tenía pareja? ¿Había tenido otras amantes antes? ¿Mientras estaba con su novia y conmigo veía a otras chicas? ¿En verdad me había querido alguna vez?

– ¿Para qué quiero saber todas esas cosas?- me pregunté, sintiéndome aún más estúpida-. ¿Qué gano con eso?

“Respuestas…”

Tenía el pequeño defecto de obsesionarme con las cosas. Necesitaba entender lo que me pasaba, y en ese momento me pasaban demasiadas historias por la mente como para que la madeja se desenredara. Al contrario, con cada noche que pasaba sola en la cama el ovillo se liaba más y más, y me sentía atrapada.

“Es sólo cuestión de tiempo. Tengo que dejar que pasen los días.”

Pero las mañanas llegaban y me sentía tan mal como al acostarme, y tenía miedo de permanecer así meses, viviendo del recuerdo y de las preguntas no respondidas. Tenía miedo de convertirme en una mujer triste y rencorosa, que tratara a todo el mundo igual que al tío que había intentado ligar conmigo aquella noche. Me tenía merecido que me hubiera dejado plantada tras presentarnos por fin.

Maldito Octavio…

Y allí estaba yo, mirando la pantalla del móvil, como hipnotizada, pensando en si debía contestarle algo o si esperar a que fuera él quien mandara el siguiente mensaje. ¿Qué más podía escribirle?

Pero tenía la respuesta, al menos, a esa pregunta.

“¿Por qué lo hiciste?”

Mis dedos teclearon la pregunta a la misma velocidad que apareció en mi cabeza, y la envié de la misma forma, sin pensarlo mucho. Al final, sabía que necesitaba respuestas para volver a la normalidad, para seguir con mi vida, para aceptar lo que había pasado.

No… No podía engañarme. Necesitaba respuestas para perdonarlo, para aceptar que era la amante de un hombre que de momento podía ser que estuviera casado y con hijos, para seguir con nuestra vida clandestina de noches quedando en el gimnasio, cenas frugales y sexo sin prejuicios. Necesitaba perdonarlo, y eso solamente lo conseguiría hablando con él.

Ciertamente, era mucho más gilipollas de lo que había pensado.

Tuve ganas de golpearme la cabeza con la pared donde se apoyaba el cabecero de la cama, pero cuando estaba a punto de levantarme sonó nuevamente la notificación de que otro mensaje había sido recibido. Casi se me cae el teléfono al suelo al intentar leerlo.

“Porque te quiero”.

Mi corazón volvió a alborotarse. Nada podía importarme en ese momento más que el hecho de saber que sí le importaba a mi novio. A mi ex. A mi amante…

¿Qué coño era Octavio para mí?

No podía conformarme con ser su amante. No podría tener hijos con un hombre que simplemente me veía a ratos, escapándose a su vida ficticia conmigo. No podría presentarlo en las cenas de Navidad, e invitarlo a las bodas de mis amigas donde cualquiera podría reconocerlo. No podríamos tener una casa juntos, un baño en proyecto para reformar cuando ahorráramos algo de dinero, y un perro sacado de la perrera que estuvieran a punto de sacrificar.

No había futuro con Octavio…

Y, simplemente, lo que necesitaba en aquel momento era un presente.

Y lo quería en él.

– Voy a cometer la mayor gilipollez de mi vida…

Y, aún sabiéndolo, mi alma había quedado sencillamente en paz al tomar la decisión. Necesitaba seguir con Octavio, aunque sólo fuera para poder resolver los asuntos pendientes, y aceptar que todo aquello había ocurrido en verdad. Estaba enamorada, y eso era algo que no podía negarme. Estaba enamorada, y el amor no desaparecía de la noche a la mañana porque de repente te enteraras de que tu pareja era un capullo integral.

Aunque debería pasar…

Ya habría tiempo de dejar de amarlo. Lo bueno de los desengaños era que al final desgastaban una relación. Y nos debíamos, al menos, las explicaciones.

No… Me las debía él a mí. Yo me debía a mí misma volver a ser feliz. Y aceptar que en aquello sólo tenía la culpa de haber sido tan tonta como para confiar en que Octavio estaba realmente muy liado con su trabajo y su familia como para dedicarme más tiempo.

Me debía las noches que me había negado, los besos que no me dio por las prisas, y el sexo que tenía con ella.

Me debía tantas cosas…

¿Por qué iba a negarme yo estar con la persona a la que quería?

– Porque está mal… Soy la amante.

Pero yo no quería ser La Otra. Quería ser la oficial, la que saliera en las fotos de familia, la que fuera por la calle de su mano, en su coche al cine, y eligiera las sábanas de la cama.

Quería aquella locura, al menos… de momento.

– Buena suerte…

“Yo también te quiero”.

Acababa de enviar el mensaje cuando me llegó la respuesta.

“Necesito verte”.

Y yo, que sentí que había ganado algo de confianza sabiendo que él estaba igual de enamorado que yo -o que al menos lo fingía- me llené de valor y pensé que no había que ponerle las cosas fáciles al capullo de mi amante.

Sí, mi amante… Era bueno empezar a reconocer las verdades.

“Esta noche. Haz alguna reserva en un restaurante. Tienes muchas cosas que explicarme”.

Sabía que era sábado, que él nunca quedaba conmigo los sábados por la noche, y que para él sería muy complicado organizar su vida para poder acudir a aquella cita con tan poco tiempo para organizarse. Mentir a su novia, buscar una excusa, hacer la reserva, deshacer antiguos planes.

Al menos necesitaba saber que si me iba a embarcar en algo… él iba a hacer también sacrificios, y no sólo yo.
Miré la pantalla durante un par de minutos, pero permaneció en silencio.

– Capullo…

Estaba a punto de apagar el móvil y coger el panfleto de la pizzería para volver a embarcarme en la vorágine del fin de semana anterior, helado y Juego de Tronos incluidos, cuando llegó un nuevo mensaje.

“A las ocho en el Broidiese. Gracias por darme otra oportunidad”.

La suerte estaba echada, y se me había quedado la cara de piedra.

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