Y no… ella no pudo comer perdices.
Es complicado llevarte ese manjar a la boca cuando el animal se empeña en permanecer vivo y picotearte las manos al tratar de desplumarlo. Los finales felices a veces no existen, y sabía que si lograba retorcerle el pescuezo al orgulloso ave cocinaría la carne para que se la comiera el capullo con el que se había casado.