Arropada con tres capas, ya en la cama, veo una sombra en la puerta de entrada. Pequeña, oscura, del tamaño de una cucaracha, aunque sospecho que ampliada por la luz que desprende la lámpara en la mesilla de noche.
Arropada a tres metros de la sombra…tengo miedo.
No a que sea, efectivamente, una cucaracha. Sé que no lo es aunque no sé porqué. El miedo viene de haber pasado por su lado hace cinco minutos y no haber visto nada. El miedo viene de saber que barrí el suelo hace dos horas, y que eso que causa la sombra no estaba.
El miedo viene de estar sola en casa y escuchar más sonidos de la cuenta a estas horas.
Odio sentir miedo, porque no puedo decirle a nadie que vaya a mirar qué es lo que me tiene temblando en la cama, encogida, bajo las sábanas. Y por más que trato de poner un pie en el suelo para acercarme no me deja el silencio, y los golpes que pienso que no debieran existir a esas horas de la madrugada.
Miedo es tener pánico a las cucarachas, y aún así desear que la sombra que veo delante de la puerta sea ese horrible insecto, y no cualquier otra cosa.