La verdadera pasión e intimidad no se demuestra mientras tienes las piernas separadas, entregando tu vientre a la verga que él aferra entre los dedos.
La verdadera complicidad no se plasma en dos bocas entrelazando lenguas, mordiendo labios, explorando paladares ávidos de carne compacta.
La verdadera plenitud de la pareja no se destila de los dedos entrelazados entre embestida y embestida, con los ojos clavados en los gestos contraídos del contrario, esperando su clímax.
La verdadera entrega no reside en rendirle tu cuerpo al otro para que lo use como quiera…
¿Hay, acaso, mayor intimidad en una relación que la de mirarte en sus ojos por la mañana, con los cabellos desmadejados, y que acudan sus dedos a retirarte las legañas?
Si te quedas a mi lado esta noche… mañana ven a besar mis ojos tras haberte reído del aspecto que luzco cuando aún no he logrado despertar el alma.
Que vengan tus dedos a desperezarme… Que ya luego tomaré conciencia de la vida cuando tu polla se entierre con saña.