Y a pesar de todo…

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Y, a pesar de todo…

Después de haberme desnudado ante ti, en alma más que en cuerpo, te has quedado. Después de haber retirado las vestiduras que dan a mi persona cierta cordura, te has quedado. Después de ver que debajo de la piel corre por mis venas una sangre que arde, te has quedado.

A pesar de todo te has quedado.

Deseaba poder contarte mis fantasías desde hace tiempo; mucho tiempo, en verdad. Son demasiadas noches las que he pasado con el nudo en la garganta, desesperada por pedirte que miraras más allá de los ojos que brillaban, expectantes. Necesitaba que llegaras a mi oscuridad, a mis perversiones, a mi lujuria.

Te necesitaba allí, conmigo, porque en mi mente ardíamos los dos en las llamas.

Te imaginaba tantas noches descubriendo mis secretos…

Pero nunca levantaste la mano para darme un cachete en las nalgas, aferrar mis cabellos con saña o escupirme obscenidades a la cara. Rogaba para que en tu interior el mismo pesar hubiera enraizado y que necesitaras de mí más que la sencilla amante de noches tranquilas que acudía a tu cama. Te necesitaba vivo, de sexo lascivo, con las palmas de las manos frotándose mientras decidías qué deseabas hacer conmigo.

Caliente, cachondo, ardiente, salido…

¿Por qué no iba a querer lo mismo que un hombre, si me enciendo de la misma manera?

Mi entrepierna se mojaba cada vez que notaba en ti la lujuria que no desatabas. Mi coño rogaba las atenciones de una polla bien envarada, insatisfecho por el descontento de notar que, al final, simplemente te contentabas con sexo liviano que olvidaría yo al llegar la mañana. Necesitaba embestidas duras que recordar, mis miembros atados de cualquier manera o los ojos de tus amigos observando mientras me penetrabas.

Mis ojos exigían… pero mi boca no decía nada.

Fui marchitando mi alma con cada caricia que dispensabas a mi piel, pero cada mañana renacía porque el fuego se avivaba simplemente Y, a pesar de todo… con soplar encima. Miraba tus manos y las sentía rudas, excesivas, obscenas. No podía creerme que simplemente quisieras acariciarme con ellas. Te necesitaba arañando, apretando, palmeando…

Te imaginaba metiendo esos dedos en mi boca, como promesa de la más lujuriosa de las batallas. Y me encendía por dentro, pero escondía mis deseos en decorosa ropa y calmada apariencia.

Una fachada enfriada en seda cuando la piel pedía acabar enredada en cuerdas.

Y cuero marcando mis caderas…

Ahora, que por fin se deshace mi nudo y te muestro la oscuridad, ese rojo incandescente con el que se pinta la lujuria que envuelve mi vida desde hace tanto tiempo que ni a recordarlo alcanzo… gimo.

Gimo, jadeo, suspiro, grito.

Porque tus ojos se fijaron en los míos, y se entendieron.

Ahora ya no hay sábanas de seda, ni noches de luna llena, ni pétalos de rosas flotando en una bañera. Las velas en nuestra casa se usan para fundir la cera, y adornar con su líquido esperma las redondeces que más deseas. Las sogas han cobrado vida entre tus manos, y han aprendido que un nudo es el estado perfecto para las noches de verano.

Has entendido que se folla mejor con la puerta abierta y la persiana subida.

Y he comprendido que es mejor susurrarte mis fantasías, bajito al oído, que permanecer con el sexo caliente y empapado sin que llegaras a creer que mi piel venía reclamando dichas mal vistas.

Porque en nuestra cama decidimos los dos.

Porque en nuestro sexo no se impone nadie.

Que bastante rígida es la vida ya, de puertas a la calle, para que dentro de mi casa venga a juzgar la gente lo que no le importa a nadie.

Para todas las mujeres que, siendo princesas, se sienten putas. Y para todos los hombres que tratarán a sus putas… como auténticas reinas.

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