Se me atragantaron sus palabras. Realmente, la sensación fue más como si hubiera recibido una patada en el centro del pecho, impidiéndome la respiración. No me lo esperaba, y más después de los meses que llevábamos juntos.
Dolía…
Mi mente luchaba entre la incredulidad del momento, pensando que simplemente era una broma de mal gusto, y la necesidad de no parecer tan descompuesta como me imaginaba que se me veía. Tenía ganas de vomitar, pero desde luego no era de las cosas que se podían catalogar como lucir impertérrita. No sabía si debía guardarme el disgusto, o reconocerle que había sido tan cruel que no estaba segura de poder perdonarle.
¿Cómo podía ser tan imbécil? ¿Perdonarle? ¿Estaba loca?
Llevaba saliendo con este hombre casi un año. ¡Doce jodidos meses! Y ahora me miraba con ojos caídos, como si en verdad mereciera que le acariciara con ternura el rostro y le dijera que nada había cambiado. Que le quería y que podría superar por él todas las adversidades.
Sabía mentir francamente bien, el muy mal nacido. Si por lo menos no estuviera tan enamorada… Yo no sabía hacerlo tan bien, y lo necesitada en ese momento más que nada en el mundo. Mentir me era tan necesario como respirar.
El que creía mi novio me tomó de la mano y la envolvió entre las suyas. Eran manos gruesas y fuertes, aunque bien cuidadas. Se notaba que habían trabajado poco en la vida, salvo para aferrar el manillar de su pesada Ducati, trabajar con las mancuernas y manejar mi cabeza mientras me guiaba para que le envolviera la polla en el interior de la boca. Esas manos, que me habían aferrado tantas veces el cabello para follarme, eran mi perdición. Siempre me había gustado sentir su contacto, y ahora luchaba por rechazarlo, apartar la mía y propinarle el fuerte bofetón que merecía, que le dejara la cara marcada durante lo que restaba de día.
Y con el que la otra le viera mis dedos pintados de rojo, decorándole la mejilla.
Al final logré apartar mi piel de la suya, y aunque de repente se me helaron las manos sabía que era lo correcto. Necesitaba tiempo para asimilarlo todo. La cabeza no paraba de darme vueltas y tomar decisiones sin reposar los sentimientos nunca solía salirme bien. Y aunque tenía claro que en esta ocasión no habría respuestas acertadas o equivocadas, simplemente porque con los sentimientos nunca las hay, necesitaba salir del interior del coche. Después de esos largos minutos tras su confesión ya me había convencido que no era una broma, y que el dolor que sentía en el fondo del pecho iba a durarme mucho más que cualquiera de los golpes que me había dado mi profesor de defensa personal en el gimnasio.
Aquello era real, y mi novio no dejaba de mirarme esperando con rostro lastimero.
¡El muy hijo de puta!
El cuero de la tapicería amenazaba con hacerme sudar con su contacto en los muslos, donde otras veces tanto lo había agradecido, mientras me aferraba a él en la intimidad de un aparcamiento en penumbra, cuando nos abandonábamos al olor a sexo y poco importaba si nos retrasábamos con la reserva de la mesa para cenar. Me sentía la tela del vestido pegada a la piel de la espalda, y de repente no me gustó nada la idea de dejarle las marcas en el coche, signo de mi maldita debilidad.
Un año engañada…
Ciertamente necesitaba coger un poco de aire, escabullirme entre el bullicio del tráfico y no parar antes de sentir el dolor punzante del roce de los zapatos nuevos, de un escandaloso charol rojo, e imposibles tacones. Me imaginé arrojándoselos a la cabeza si se atrevía a perseguirme con el coche…
Un año era mucho tiempo. Ese dato no podía, sencillamente, pasar desapercibido. En un año se presentaban muchas posibilidades para sincerarse, para tomar la opción correcta, por dolorosa que pudiera ser para ambos, y comportarse como un adulto, asumiendo las consecuencias de los actos. En un año habían muchos abrazos en la cama tras las interminables horas de sexo, muchos almuerzos rápidos compartiendo confidencias, y hasta un par de mini vacaciones alejados del estrés diario.
Un año daba para mucho…
Me estaba asfixiando.
Abrí la puerta del coche y puse los pies en el asfalto. No recuerdo si fui yo la que recordé coger mi bolso o si fue él quien me lo tendió, entendiendo que no conseguiría meterme nuevamente en el habitáculo para hablar. La calle me daba vueltas, y los olores no me lo ponían más fácil. De pronto estaba al otro lado del suelo asfaltado, en la acera, y lo miraba con ojos perdidos, como si lo viera por primera vez.
Era un perfecto desconocido.
Su imagen recortada sobre el fondo oscuro del coche me evocó el recuerdo de la primera vez que me recogió a la salida del trabajo, hacía ya tantos meses. Entonces el automóvil era otro, él vestía ligeramente diferente y su sonrisa, desde luego, era mucho más excitante que el rictus de incredulidad que le adornaba ahora la cara. Teníamos muchas historias a las espaldas, muchos encuentros, muchas emociones.
Mucho sexo…
Y ahora lo miraba como si lo viera por vez primera, observando al capullo que me acababa de decir que tenía una amante desde hacía un año.
Simplemente no podía creerlo.
Las lágrimas me empezaron a rodar por las mejillas, estropeando el maquillaje de día. En la entrepierna aún sentía el escozor de su polla, follándome minutos antes en el cuarto de baño de mi oficina. Olía a corrida apresurada. Ahora podía entender que deseara con tanta ansia empotrarme contra los azulejos del baño, abrirme de piernas mientras deslizaba con rapidez el bajo de mi falda hasta la cadera, y enterrarse de frente aun a riesgo de mancharse los pantalones del traje. La sorpresa de su deseo me había encendido, y no había encontrado resistencia en la decena de embestidas que duró hasta me llenó de leche.
Aún podía escucharlo gemir contra mi cara.
Mi novio tenía una amante.
Me había follado antes de contármelo por si mi reacción acababa siendo precisamente la que estaba teniendo. Quería correrse, simplemente por si era lo última vez que conseguía hacerlo dentro de mi cuerpo.
Ahora su leche resbalaba por el interior de mis muslos, y no sabía bien qué necesitaba hacer con ella. Mi lado vicioso me decía que podía retener a ese hombre a mi lado, y que lo único que tenía que hacer era ser lo puta que había sido siempre. Llevarme un par de dedos a los muslos, sin quitarle los ojos de encima, y luego probarlo mezclado con el sabor que siempre desprendía yo. Pero mi lado enojado me arrastraba a bajarme las bragas, limpiarme en medio de la calle con ellas y arrojárselas lo más fuerte posible, tratando de acertarle en la cara. Sabía que estaba demasiado lejos como para que la tela no acabara cayendo en el parabrisas de cualquiera de los coches que circulaban por la calle, y que nos hacían en ese momento de barrera.
Lo odié con todas mis fuerzas…
Empecé a llorar sin poder controlarlo. Y con la poca dignidad que me quedaba conseguí darme la vuelta y empezar a avanzar sin rumbo, con la única necesidad de alejarme de él. No podría apostar si se quedó, mirándome marchar, o si volvió al interior de su Audi para alejarse de mí, arrancándome de su vida.
Pero a ese hombre siempre le había encantado mi trasero, y apostaría a que, aunque fuera sólo por si no volvía a verlo, esperó hasta que doblé la primera esquina, donde me derrumbé en el suelo y lloré amargamente durante lo que me parecieron horas.
Mi novio tenía una amante…
Y era yo.