Capítulo 2

Magela Gracia Sex Club del Demonio, ¡Quiero leerlo YA! Demonio Comenta

«Cuando el diablo está satisfecho es una buena
persona».
Jonathan Swift

Los demonios más viejos se sintieron ofendidos cuando los
invité a abandonar Infierno, pero Ángel siempre había
considerado que los cambios eran buenas oportunidades
para mejorar. Allí, en el inframundo, era uno de tantos que se
mataba por mantener su propio terreno conquistado, y estaba
hasta las narices de salir con la punta de las alas calcinadas.
Se había ganado sus tatuajes a pulso.
Cada uno de ellos les recordaba a sus adversarios que, aunque
se suponía que eran indestructibles…, había formas de morir a
manos de otro demonio.
La pirámide en mi mundo estaba clara. Yo, y por debajo… los
demás. Que tuviera predilección por Ángel no lo convertía en un
demonio especial para nadie. En verdad, no obtenía ningún
privilegio ni nadie lo consideraba mejor porque hubiera
compartido intimidades, risas y sexo con el rey de Infierno. O sea,
mua.
La cosa se había desmadrado, la gente cada vez era más mala y
yo era un buen samaritano que recogía a todo el mundo que
hubiera hecho una buena trastada en vida. A bueno no me ganaba
ni Dios, por más que le pesara. Sí, modo irónico. Y así llegó el día
en el que cualquiera se tropezaba con cualquiera, básicamente por
la falta de espacio. Y porque no eran mucho de apartarse, pedir
perdón o tratar al prójimo con empatía. Iba a tener que contratar
a un coaching para demonios. Sí, también ironía.
Había hecho la vista gorda por la superpoblación, pero cada
vez quedaba más claro que no había forma de gobernar un espacio
con tanta testosterona suelta. Y, de eso, los seres del inframundo
a los que dominaba iban sobrados.
El día en el que los reuní a todos para informarles de la decisión
que había tomado, Ángel ni se inmutó. Había vivido lo suficiente
como para saber que, de vez en cuando, era bueno mandarlo todo
a la mierda y comenzar de cero. No le asustaba perder su terreno
ganado a pulso en Infierno. Nunca lo consideró más suyo que de
otro, pero, como era beligerante por naturaleza y le gustaba ganar
en todo lo que se proponía, enseñaba los colmillos cada vez que
se le presentaba la ocasión. No rechazaba nunca un buen combate.
La guerra lo había curtido y también se había llevado su cuerpo
mortal por delante. Así que fue el primero en dar un paso al frente
cuando pedí voluntarios.
Extrañamente, fue uno de los últimos en abandonar Infierno.
Ya había estado entre humanos en otras ocasiones, por lo que
no tenía prisa en volver a probar lo que le esperaba allá arriba o
allá abajo… que la perspectiva del inframundo era un tanto
diferente a la que tenían los de carne y huesos.
Los que tenían sentimientos.
Los que tenían algo, vamos.
Nosotros no estábamos ni debajo ni arriba. Sencillamente…
éramos. Y mejores.
—No es tan malo hacer cambios —me comentó sentándose a
mi lado, en esa última conversación en la que intenté que no se
marchara—. Nadie mejor que tú para explicar eso.
—¡A la mierda lo de explicar! —Me enfadada que siempre se
mostrara tan tranquilo con todo, incluso antes de matar a alguien.
Yo era mucho más… temperamental—. Que cada uno saque su
culo del fuego.
Y esa frase, siendo demonios y estando rodeados de llamas la
mayor parte del tiempo, era bastante significativa. Lo de tener el
culo y los huevos calentitos era cosa de nuestra gran familia.
Me empeñaba en recordar esa última conversación que había
tenido con Ángel. Era jodidamente molesto saber que todo el
mundo podía adaptarse a los cambios y que a mí me costaba tanto.
¡A mí! ¡Que todo debería darme igual con la de siglos que tengo
encima! Pero, una de las cosas buenas de la edad, era el ser capaz
de ser sincero con uno mismo, y yo lo era.
Algunas cosas me costaban. Con tal de que no se hubiera ido…
quizá habría soportado la maldita testosterona de todo ese
enjambre de demonios que me rodeaba.
—Siempre pensé que tratarías de quedarte aquí…, pero
comprendo que busques tu camino.
No, no lo comprendía y él lo sabía. Pero la frase quedaba de
puta madre.
—No hay camino que valga cuando tenemos la edad que
tenemos. Nos los hemos recorrido todos y estamos cansados de
saltarnos las líneas que los marcan. Un cambio sienta bien, aunque
sea para apagarte el fuego del culo. Deberías hacer lo mismo.
Ángel siempre me recomendaba lo mismo. Cambiar.
Evolucionar. Renovarse o morir. ¡Qué demonios! ¡Como si eso
fuera posible! Lo de morir, me refiero.
—Ya, pero está mal visto que Satán abandone Infierno.
—Lo que está mal visto es que se quede porque es lo que se
espera de él…
Y así Ángel dio por concluida una vieja etapa. Entregó las
escrituras de sus tierras sabiendo que sería mucho más divertida la
reconquista que estar amenazando constantemente a las personas
que se fueran a acercar a ellas. Cogió una última vez aire
respirando lo irrespirable y, apreciando el sulfuro que pronto
echaría de menos y con lo puesto, se dedicó a ver partir a los
demonios más jóvenes. Temerosos unos, exultantes otros.
Varias semanas después no había nada que le retuviera allí y,
aunque le habría gustado ir a ver cuán malvado se podía ser en un
país bajo el terror de Trump, decidió que las ciudades más antiguas
y menos colonizadas por demonios podían ofrecerle más juego.
No por nada, bajo esas ciudades estaban los escombros de lo que
él una vez había conocido como su hogar.
Y volver a casa siempre era agradable. Aunque no se pareciera
en nada a su casa.
Llegó a Madrid en verano.
Nadie en su sano juicio habría puesto los pies en la capital un
domingo treinta y uno de julio, pero había que tener en cuenta que
lo más interesante de haber vivido en el inframundo desde hacía
siglos era que cualquier cosa podría ser estimulante. Incluso un
atasco. Incluso el intenso calor de las tres de la tarde.
Una de dos, al menos. Consiguió calor. Ni rastro de coches
echando humo.
Se instaló con mucho lujo en un Ritzs que se rindió ante él sin
entender muy bien por qué lo hacía. Lo de rendir pleitesía cuando
no se tenía muy claro el motivo le costó caro a un par de
camareros, a unas cuantas chicas del servicio de habitaciones y a
casi todo el mundo que se atrevió a mirarlo más de la cuenta de
primeras.
De segundas.
Y de terceras… también.
Nadie se atrevió a una cuarta.
La gente desaparecía a un ritmo demasiado sospechoso. Por
suerte, Ángel contaba con el servicio de los limpiadores, que le
aconsejó dejar solo un par de cadáveres estratégicamente
colocados para que se entendiera el mensaje sin que resultara
completamente escandaloso.
Con un demonio no se jugaba.
Y se entendió. De forma extraña, dolorosa, irrefutable.
Todo el mundo miró hacia otro lado. Nadie lo señaló y nadie
osó siquiera pensar en él en los interrogatorios, por si las moscas.
Llevaban viendo cosas muy raras desde su llegada y algo les decía
que ni sus pensamientos eran seguros.
—Estaba metido en muchos líos —comentó el director del
hotel cuando fue por quinta vez a declarar a la comisaría, cuando
apareció muerto uno de los botones—. Se escuchaban todo tipo
de rumores. Drogas, juego, líos de faldas… Ya me entiende.
—¿Y qué me dice de los rumores que apuntan a un nuevo
huésped del hotel? —preguntó el inspector.
El director del hotel lo miró horrorizado.
A ese policía nadie lo volvió a ver tampoco.
Nadie entendía la naturaleza del ser que de pronto despertaba
terror y atracción a partes iguales, pero muchas veces lo que más
asustaba era lo desconocido. Nadie quería descubrirlo tampoco.
Era mejor guardar las distancias y tratar de pasar desapercibido.
Con el tiempo… Ángel hizo lo mismo.

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