Caliente… sí. Caliente durante días.
Sintiendo tu presencia cada vez que me doy la vuelta; esperando encontrarte en todo lo que me rodea. Viendo tu imagen en el espejo en el que me veo reflejada, escuchando tu voz en los comentarios de un desconocido, sintiendo la ausencia de tu lengua cuando se me impide desahogar la tensión que me provocas.
Todo vale, si es para sentirte cerca.
Sí, todo vale, si es para sentirte cerca.
Y no sé si quieres realmente reclamarla…
Te necesito, mi amo. Acepta que me ofrezca.
Y sí, cumpliré como deseas, igual que he hecho hasta ahora.
Allí me vi, como me imaginaste. En pie, cachonda por la idea de que te metieras en mi cama sin hacerlo, que pretendieras compartir mi sexo por el mero hecho de gobernarme, sin saber qué provecho sacabas tú de decirme, únicamente, córrete esta noche.
Y allí te vi, y allí te quise. Por más que intenté excitarme, no podía. Por más que me centraba en la polla que me perforaba, no sentía. Mis dedos como él quería, masturbando mi sexo, y como querías tú también, que obedeciera sus deseos. Sí, por el culo quiso. Sí, rudo fue conmigo. Sin besos, sin caricias, sin ninguno de aquellos gestos que otras veces nos acompañaron a la cama cuando tú no estabas. Así lo quise porque me sentía sucia, salvaje, desesperada. Creí que sexo por sexo era lo que necesitaba, después de tantas noches sintiendo latir la entrepierna sin poder buscar consuelo. Y no fue así.
Lo único que necesitaba era tu cabeza en mi almohada, con tus dedos en mis labios acallando mis gemidos, escuchándote decir sin pronunciar palabra, que no me habías dado permiso para llegar a mi orgasmo. Podría estar él a mi lado, más no importaba para el juego. Si yo no me corría era porque tú no me lo permitías, o porque no me lo permitía yo al considerar que mi goce te pertenecía.
Y así, con él a mi espalda, golpeando fuerte mis nalgas y su polla clavándose como nunca, me vi deseando que estuvieras presente, complacido de mi obediencia y excitado ante la mirada que desde el sofá te lanzaba pidiendo clemencia. Y así, con sus manos aferrando mis nalgas, su garganta encabritada por los jadeos y su pelvis en continuo bamboleo, te miraba allí sentado, reteniendo mi encele por el mero placer de gobernarlo. Tu mano extendida, enseñando la palma, con un dedo en alto como si de batuta se tratara. Imposible no sentirte, imposible no obedecerte.
Tú, sentado. Todavía sentado, imaginándote empalmado. Una mano sobre el pantalón, aferrando tu masculinidad enarbolada y orgullosa. Tu mano levantada, y tus ojos clavados en mi rostro contraído por la sensación de vacío al faltar la polla en mi cuerpo que hasta hacía un momento me mantenía atada a la realidad de mi existencia. Sin ella dentro sólo estábamos tú y yo, pendientes de las respiraciones que nos robábamos constantemente, sin atrevernos a alzar la voz para no ser descubiertos. Sin la polla que me había follado yo sólo era tu sumisa en la distancia, y no su esposa entregada en una noche de pasión desbocada que tal vez ninguno de los dos recordara al siguiente día.
Y tus manos… ¡Cómo deseaba el tacto de tus palmas!
El parpadeo del móvil me decía que me dabas permiso…
Te levantaste mientras él se apoyaba en mi espalda y lamía su semen con lujuria, probando la esencia que mi culo había querido arrebatarle y él no había deseado entregar sino después de minutos interminables. Te colocaste a mi lado, aunque no estuvieses. Me miraste serio, y cargado de deseo. Pleno y satisfecho te vi, y me llené de gozo. Apartaste mi mano y colocaste tu palma en mi sexo, presionando lo justo para sentir mi calor y humedad. Complacido, aceptaste mi sacrificio, como yo había querido ofrecértelo, mi Amo. Y esperaste el momento preciso para sentir las contracciones de mi orgasmo retenido.
Un susurro tuyo, una orden imposible de negarte. La voz más suave que imaginé jamás imponiendo su autoridad.
Magela Gracia
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Me encanta…. este relato merece una continuación
si, muy bonito.
un beso
qué gran descubrimiento Magela!
El dominio y la sumisión, reconozco que me gusta todo lo que lo rodea, su atmósfera, su cierta “teatralidad”, un atrezzo que suele ser muy elegante, y unos cambios de tono irresistibles…
pero también reconozco que hasta un límite y no siempre con un “rol” fijo.
Hay mucho talento aquí!
No sé cuántas veces más puedo llegar a leerlo…
Nunca es el mismo, siempre es diferente.
Tan diferentes, como nos sentimos después de leerlo.
Porque algo cambia en nosotros. ¿Algo? Quise decir, mucho.
Nadie es tan Canalla, que no pueda sentir.
Se me olvidaba.
Tan bueno como el relato, es la ilustración que la acompaña. Exquisita. La mano es el contrapunto a la cadena:
A cuál más fuerte. A cuál más necesaria.