Eso me pasaba por ser “el que nunca repite”
– ¿Cómo dices que te llamabas?
¡Plash!
El bofetón llegó demasiado rápido, pero en cierto modo sabía que me lo merecía, y no hubiera intentado esquivarlo. Dolía, pero sobre todo por el mal sabor de boca que dejaba. Y no precisamente por la sangre.
Decepción cruda en los ojos de ella. Y yo, como no, comportándome como un capullo integral, que era lo que tocaba después de habérmela follado la noche anterior. Mis amigos se rieron con la cara de tonto que se me tuvo que quedar al recibir el golpe, pero también se habían reído cuando ignoré a la chica, burlándome de ella.
Sofía…
Claro que sabía cómo se llamaba. Me había pasado un par de semanas vigilando sus movimientos para no fallar a la hora de abordarla. No me gustaba ser rechazado, por lo que estudiaba a las chicas antes de decirles nada. Una cosa es tener toda la sangre en la polla cuando estás mirando unas tetas, pero justo antes de que esa sangre haya abandonado tu cerebro, ya debes tener configurado el plan de ataque. Y con Sofía todo había sido muy fácil.
Era la típica chica seria, de buena familia, que ves con sus amigas a la salida del trabajo tomándose un café y un trozo de tarta en la placita del ayuntamiento a las cinco de la tarde. Delicada vistiendo, sin extravagancias ni grandes pretensiones. Buenas formas, cuerpo ágil… Un encanto para la vista si lo que estás buscando es a la madre de tus futuros hijos.
Pero yo nunca voy buscando algo estable. Me encanta follarme a las chicas que otros simplemente han besado. A las chicas que todo el mundo consideraría difíciles, esas a las que hay que espabilar un poco en la cama, porque nadie se ha molestado en darle un buen par de orgasmos seguidos para que pierdan por tu polla la cabeza. Disfruto mucho con la satisfacción de que las dejas en su casa con el coñito empapado después de una larga sesión de sexo, y que después seguramente volverán a separarse de piernas a la noche siguiente para que vuelvas a lamerlas enteritas.
Esas… a las que después nunca llamo.
Porque nunca repito.
No me van las fáciles. No tengo nada en contra de las mujeres que hacen como yo, que una noche se acuestan con uno y a la noche siguiente están buscando el sabor de otra leche para su lengua traviesa. Yo prefiero los pechos que se estremecen con la novedad de unos dientes aferrados a ellos, unas nalgas que se marcan por primera vez bajo la palmada que les prodiga mi mano abierta, mientras las embisto a cuatro patas y ellas disfrutan como unas zorritas de las nuevas experiencias. Me encanta ver la cara de asombro cuando les saco la polla del coño y les hago lamerla, probándose seguramente por primera vez.
Con Sofía fui incluso más allá. No sé cómo se me ocurrió sodomizarla aquella noche, pero su culo era tan apetecible que no pude resistirme. Siempre que la había visto me había fijado en lo estrechos que llevaba los pantalones vaqueros, cosa que desentonaba con el resto de su indumentaria, toda bastante recatada. Había disfrutado de sus formas redondeadas, contoneándose levemente con cada paso que daba por el empedrado de las calles del pueblo. Yo de vez en cuando la había seguido hasta su casa, con mi cigarrillo en la boca, como si aquel recodo con la entrada llena de flores me quedara de paso. Vivía con una amiga en un pequeño apartamento, y seguían una rutina de lo más normal para la estación del año y los pocos pasatiempos que ofertaba el lugar. Una chica que esperaba enamorarse de un buen chico, que él le pidiera salir, y a los meses le ofreciera un anillo.
Claro estaba, sabía que se la habrían follado novios anteriormente. Por la edad y su aspecto no podía ser de otra forma. Pero era de las mujeres por las que pondría la mano en el fuego que nunca se habían dejado fotografiar en pelotas, o habían escuchado como su novio la llamaba putilla mientras la aferraba del cabello y se la follaba frente a un espejo, para que viera su rostro de lujuria. Mientras, seguro que no escuchaba su coño encharcado aceptar de buena gana el trozo de carne con el que la follaban.
Sexo siempre con luz apagada.
En cierto modo, me consideraba un buen tío, por abrir nuevos horizontes a las muchachas que solo habían conocido el buen camino.
Por norma general no las escogía del pueblo, ya que al final, todas se conocían y alguna acabaría reconociendo que se habían dejado seducir por mí, aunque no me imaginaba a ninguna de ellas confesando que les había follado la boca contra el cabecero de la cama hasta casi dejarlas sin fuerzas, y que luego me había masturbado frente a su cara mientras me lamían los huevos. No, a ninguna de ellas la veía confesando que se habían comportado como unas zorrillas al menos una vez en su vida…
Pero valía más la pena ser precavido.
Sin embargo, con Sofía había sido diferente. La había visto y se me había puesto dura de inmediato. Había seducido a un par de chicas antes, mientras me decidía si valía o no la pena arriesgarme a que al final, viviendo unas cuantas calles más lejos, me viniera a buscar a mi puerta. Por lo menos, solía tener unas dos conquistas al mes, todas de este tipo. No me importaba no tener mucho más sexo el resto de las noches, puesto que por lo general disfrutaba mucho con estos escarceos. Y para los calentones, las pelis porno y las pajas en la ducha al levantarme sentaban de miedo.
Recuerdo el nombre de cada una de ellas, aunque no se lo reconozca nunca a ninguno de mis colegas. Me paso demasiado tiempo cerca de ellas como para luego olvidarlas tan fácilmente. Es verdad que me he llevado chascos y decepciones en esto de intentar follarme a señoritas como si fueran unas auténticas guarras. Alguna de ellas se ha vestido indignada cuando le he confesado mientras me la follaba por detrás que pensaba correrme en su cara. Pero por norma general, suelen dar más satisfacciones que desengaños, y por lo tanto, sus nombres suelen permanecer bastante tiempo en mi memoria.
Sofía no era una excepción.
Había disfrutado mucho jugando con ella en la cama. Me había sorprendido gratamente, entregándose primero con timidez, y luego con necesidad de recibir más y más duro. Todo era bastante nuevo para ella, y para mí había sido una delicia enseñarla a disfrutar de su cuerpo. El mero hecho de recordar el modo en el que le brillaron los ojos cuando, con dos copas de vino tras la cena, le confesé que deseaba follármela como ningún tío lo había hecho hasta ahora, me ponía la polla tan dura como si la tuviera dentro de su estrecho culito.
Ahora la miraba también a los ojos y también le brillaban… Pero por las lágrimas.
– Hijo de puta.
Gracias a dios que las lágrimas desaparecieron pronto, dando paso a la ira y a la indignación. Era una chica orgullosa, y que le tomaran el pelo de esa forma no había entrado nunca en sus planes. Por norma general, a mí tampoco me gusta tomarle el pelo a nadie, y menos a una muchacha que me había hecho gozar como pocas en la cama. Pero uno tiene una reputación que mantener, y desde luego no estaba buscando repetir el compartir cama con ninguna de mis amantes…
Aunque se me pusiera otra vez dura pensando en volver a llevármela a la cama.
Recordaba como si estuviera pasando en ese mismo momento la sensación tan placentera de conducir su cabeza hacia mi polla, con sus cabellos enredados en mis dedos. Ese momento de triunfo, cuando te das cuenta que vas a vivir una noche de sexo entregado, que no te van a negar nada. Y así fue, una y otra vez, porque cada vez que la colocaba en una postura, ella simplemente me miraba con ojos salvajes y se mantenía tiesa para entregarse sin reservas. Así fue cuando, en un increíble segundo, le metí un dedo en el culo mientras me la follaba por detrás, y lo único que hizo ella fue gemir…
No pude reprimir el impulso de sacar la polla y colocar el capullo contra su entrada. Presioné levemente, escupí sobre su piel y vi mi saliva resbalar hasta el punto justo donde la quería, aunque mi polla andaba bastante mojada con lo que emanaba de su coño como para, probablemente, no hacer falta. Pero no quería arriesgarme a que le hiciera demasiado daño, y al final saliera corriendo. Mi saliva lubricó su culo, y mi polla entró de un empujón hasta el fondo.
La escuché gemir de dolor. Pero resistió, mientras la mantenía empalada, con mis cojones contra su vulva empapada. No conseguí sino aguantar unos segundos antes de empujarla contra el cabecero de la cama para follármela con rabia. Estaba loco por llenarle el culo de leche, sentía que la polla me iba a estallar en cualquier momento. Y lo mejor era que ella aguantaba cada embestida, y que la disfrutaba plenamente. Escucharla gemir cuando yo lo hacía, que su cuerpo me pidiera más, fue de lo más excitante. Le di un par de palmaditas en el punto justo, y la sentí correrse sobre mi mano. Tembló y gimió con mi polla en el culo, sin poder contenerse un segundo más. Al poco, sintiendo aún como su cuerpo se estremecía, me enterré en ella dejándome llevar por el orgasmo. Mi leche le resbaló luego por los muslos, cuando nos derrumbamos los dos sobre las sábanas de la cama.
Y ahora, mientras veía como se alejaba ese culito con el rápido andar de ella, sentía un enorme impulso por llamarla y demostrarle que sí me acordaba de su nombre. Joder… ¡Cómo deseaba perseguirla!
Pero, ¿para qué? ¿Para abrazarla y repetir su nombre mientras me bebía sus lágrimas? ¿Para consolarla, y pedirle que me perdonara? No, no podía ser para eso. Lo que me pedía el cuerpo era arrinconarla contra uno de los callejones vacíos del pueblo, meterle la mano en el pantalón y descubrir lo mojada que seguía desde la noche anterior. Meterle la lengua en la boca y decirle que se fuera acostumbrando a tenerla ocupada, porque me la iba a follar en cuanto llegáramos a casa.
Sí. Deseaba sobre todas las cosas volver a tener sus labios alrededor de mi polla erecta.
Pues iba a ser que me estaba comportando como un verdadero gilipollas viendo como se marchaba. En breve sus caderas harían que doblara la esquina, y la perdería de vista.
– Se llama Sofía-, comentó uno de mis amigotes, dándome un empujón en el hombro-. Algún día te tenías que enamorar…
Se me escapó una risa nerviosa, pero de inmediato me vi corriendo tras ella. La alcancé nada más dar la vuelta a la calle. Me sintió llegar, y se giró para enfrentarme mirándome a los ojos.
– Sofía…
– ¿Te lo ha recordado alguno de tus amigos?- Las palabras salieron con mucho desprecio, y lo cierto es que volvieron a doler.
– No ha hecho falta…
El segundó bofetón llegó tan rápido como el primero, y desde luego no me lo esperaba.
– Ya me jodiste bastante anoche, consiguiendo que quisiera invitarte esta noche esta vez a mi cama. No me jodas más ahora.
Y se volvió a alejar de mí. Y con esos andares se llevaba su boca lasciva, su coño empapado y ese culito prieto que nadie antes se había follado. Pensé que ella se lo perdía, que ya volvería a buscarme cuando se cansara de pollas normalillas, de besos en la boca mientras se lo hacían con ternura, y dedos entrelazados mientras el tipo llega hasta el fondo con sus embestidas.
Y sentí algo muy desagradable.
Celos.
Pero un tío como yo no anda sentando la cabeza con una mujer de buena familia para cuidar de los críos por las tardes, tras el trabajo. Ninguna mujer merecía el sacrificio.
Ni el culo de Sofía.
Meses más tarde, mientras me subía la bragueta tras follarme a la última conquista, seguía repitiéndome lo mismo, como un mantra.
– No se lo merece ni el culo de Sofía.
Pero seguía sin creérmelo.
Cojones, fuerte putada…
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Magela Gracia
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De la vereda de enfrente….. muy bien enfocada….. como siempre..una Genia…..
Néstor