La buena amiga

Perdona, ¡por Dios! Perdona…

Fui estúpida; lo sé, y lo siento. No sé cómo me dejé llevar, no sé cómo se me ocurrió hacerlo… ni cómo me atreví. Es verdad, lo confieso. Hacía tiempo que lo deseaba…  Mirarlo era en sí ya pecado, y continué observando. Pero nunca debí pasar esa línea que quise trazarme, cuando aún me importaba algo más que el calor que mis entrañas sentían cuando él estaba cerca. Esa humedad que me endulzaba el carácter, y me hacía mitigar la pena que sentía por fijarme en un hombre prohibido, nunca debió aparecer, y mucho menos instalarse. Me mojaba cuando estaba presente… pero permanecía mojada soñando con tenerle.

Lo siento.

Debí controlar mi respiración, relajarme y mirar hacia otro lado que no fuera su bello rostro, su adorado cuerpo. Debí contar las pulsaciones hasta hacerlas disminuir cuando su piel rozaba la mía en fortuita caricia. Debí morderme los labios cuando de mi boca salieron palabras invitándole al pecado. Debí cerrar los ojos cuando su piel se me expuso, al alcance de los dedos…

De veras que lo lamento…

Saberlo tuyo fue aun más erótico que saberlo permitido. Sentirlo prohibido e inalcanzable solo hizo que me muriera más por tenerlo. Fui mala, y no luché en contra de lo que sentía. Fui perversa, y desearlo noche y día se convirtió en toda una deliciosa agonía. Fui lasciva al buscarlo entre las sombras que debieron ocultarlo, fui morbosa al tantearlo, ofreciendo placeres que sabía que tú no le ofertabas, que en confesiones de falsa amiga obtuve, y utilicé sin remordimiento ni dolor por mi parte.

La pena me embarga…

Disfrutar del momento en el que supe que caería, acariciar ese instante con las yemas de los dedos, sabiéndome victoriosa, y esperando mi premio. Estremecerme, excitada, viéndolo rendido a mis malas artes; obligarlo a entregarse porque yo así lo había decidido… Ver su orgullo doblegado, perdido y sin resuello, fue el mayor placer que mi cuerpo había experimentado. Un goce tan magnífico, saberlo apartado de tu imagen divinizada en su pecho, que el mero hecho de recordarlo ahora me hace mojar las bragas. Arrebatártelo, hacerlo mío, disfrutarlo como antes tú lo habías hecho

Obtuve un placer que no puedo explicarte solo con palabras.

Su piel ardía ante la idea de rendirse a mis caricias. Sus labios se prendieron de mi boca en un magnífico instante, en el que nada le importó salvo saciarse del hambre que le había provocado. Su cuerpo se unió al mío en íntimo abrazo, se frotó y me llevó a un lugar donde poco nos importaba quien había a nuestro lado. Gran fallo no ser al menos comedido, mitigando el daño.

Y peor fue hacerlo cerca de ti, pues pudiste vernos…

Y tan excitante fue, que por el mero hecho de ver tu rostro contrariado al saberte abandonada, mi cuerpo se llenó de orgullo y me permití el lujo de disfrutar de su cuerpo apoyada en la pared donde todos nuestros amigos podían vernos.

Hombre del que no he de beber… no me lo des a oler, pensaba entonces.

El peor de los errores fue enterarme de tus sentimientos hacia él. Delicioso fijarme en su ser tal como me lo mostrabas a través de tus ojos. Si tan maravilloso parecía no podía ser que no pudiera ser disfrutado sino por una sola mujer…

Otro error, no aferrarlo…

¿Cómo podías ser tan tonta como para mostrarlo y no cerrar el pacto? Imbécil fuiste, que solo jugueteaste mientras lo observabas y esperabas que no se te escapara el premio. Demasiado tentador era como para que nadie quisiera arrebatarte tan preciado trofeo. Pero no fue alguien ajeno quien te clavó el puñal de la traición, sino que lo hizo una amiga frente a tus narices una noche de juega en el bar de siempre. Entre copas y risas, humo de cigarros, miradas perdidas y canciones pop, mi deseo incitó al suyo y explotamos en el centro de una atestada pista de baile. Amigos que lo sabían, amigos que no lo esperaban, amigos que nos vieron traicionarte en el preciso instante que mi mano se enganchó al ojal del pantalón vaquero que tan bien marcaba su deseada virilidad.

Lo miré y lo supe. Iba a tener que pedirte muchas veces perdón por aquello…

Mis nalgas quedaron presas de las manos masculinas que me acercaron a su cuerpo. Me perdí en su calor, y me encontré en sus besos. Nada me importó, y supongo que a él tampoco, porque sabíamos que andabas cerca, y nos dejamos llevar por el ardor de los sexos. La realidad se desdibujó hasta que volví a sentir pared a mi espalda, donde me acorraló y me dejé tocar sin pudor maldito. Donde me dejé subir las manos desde las caderas a los pechos, de los pechos al cuello, y del cuello a los pómulos para sujetar mi rostro mientras me devoraban sus besos. Su pelvis presionando mi feminidad con absoluta indecencia, y mis manos agarrando su culo como si con ello pudiera evitar que el hechizo se rompiera. Tú tenías que haberlo visto, seguro… Y eso era más excitante todavía.

Nos señalaban. Nos miraban. Nos deseaban.

Y yo no podía lamentarme de eso en aquel momento. Me encantaba lo que sentía, aun a costa tuya.

Nos viste recuperar algo la cordura, seguramente. Nos maldecirías cuando de la mano, y con los labios hinchados por el esfuerzo, salimos por la puerta del local. Me odiarías cuando ni miré hacia atrás al cruzar el umbral, cuando metí la mano en el interior de su bragueta buscando el ardoroso premio que me había ganado.

Y me odias ahora, claro, por contarlo así.

Follamos como animales en su casa. Lo siento mucho.

El trayecto en coche se nos hizo eterno, el ascensor tardó lo indecible en dejarnos en el piso correcto. Las llaves tardaron en aparecer y la puerta en ceder… Todo fue tan sumamente lento, tan tremendamente excitante. Saberte encabronada por haberte arrebatado al hombre que deseabas no me importaba nada… Únicamente quería tenerlo enterrado entre mis piernas, bombeando salvaje, matándome de gozo. Acordarme de ti en aquellos momentos no hacía sino acrecentar mi deseo. Lo lamento mucho.

Cuando me tuvo sin bragas sobre su cama, tapándome la boca porque su familia dormía al otro lado de la puerta, luchó por ponerse un preservativo. Lo vi sufrir cuando arqueé mis caderas buscando el roce de su carne dura contra mi entrepierna. Lo vi sudar con cada intento de alejarse, mientras sus labios ocuparon los míos y sus dientes mordieron mis carnes arrancando gemidos de agonía. Él moría en el intento, y yo vencía nuevamente.

Me penetró tan fuerte que dolió en el fondo. Sin barrera, sin nada que redujera ese íntimo contacto, solo con la absoluta certeza de que no era una locura, y que a la vez era la más grande cometida. Sufrió al hacerlo, lo vi en sus ojos. Él no quería, y a la vez lo deseaba tanto que no había nada que pudiera hacer por evitar meterse dentro, follarme profundo, sintiendo el roce íntimo y ardiente de la verga deslizarse por unas humedades deliciosamente provocadas. Le dolía cada vez que se enterraba, y lo disfrutaba como si la corrida fuera eterna. Gemí contra su hombro, arañé su espalda cada vez que se clavaba, y apresé sus caderas con mis piernas, rodeándolo en libidinoso abrazo. Me folló duro… y despacio. Tan despacio que sentí cada centímetro de verga al abandonarme, y cada trozo de carne al compactarse. Su polla era gruesa, era ruda, era obscena. Me hizo temblar y jadear con cada horrible movimiento. Y me mordía…

Sus labios me mordieron con pura necesidad…

Y me dejé devorar, en silencio, sabiendo que mañana no sabría donde meter la cabeza, y sobre todo… por el orgullo de haberme atrevido a hacerlo.

Si, amiga mía. Me follé al hombre que me habías confesado que deseabas. Me folló el hombre que sabía que te quería a ti. Nos follamos con tu presencia entre nuestros cuerpos, y tal vez fuera eso lo que hizo, que al correrse dentro, empalada yo con violencia, deseara que me estuvieras viendo. Jadeó en un último instante, y casi creí escucharle susurrar contra mis cabellos tu nombre… Eso me llevó a mí al éxtasis. Y me dejó hecha una mierda más adelante. Pero en ese momento, en ese instante de gloria, elevada al cielo entre los brazos de tu amado, y por su polla prieta y obscena, dejé que me regara las entrañas sobre una colcha juvenil, y que me tapara la boca con la palma abierta para que sus padres no descubrieran que su condenado hijo se traía a putas a follar a casa.

Si, querida amiga. Fui mala, fui ruin, fui una zorra…

Pero volvería a serlo, con tal de follarme nuevamente al que hace estremecer tus huesos. Lo siento, sí, lo siento… pero por ti, no porque yo me arrepienta. Que al recordarlo todo, ahora al hablarte, me he dado cuenta… que he vuelto a mojar las bragas al acordarme de su polla enterrada en mis entrañas.
 
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Magela Gracia

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3 Comments:

  1. REalmente bien llevado, como tiene acostumbrado la Escritora, al ritmo que le sabe imprimir, morboso, erótico,con una descripción puntual y auténtica de una trama difícil de encauzar.,Perversa y Sutil, en todas sus gamas de una traición consumada…… Exito…..
    Virus

     
  2. Una amiga Canalla, una traición para alguien… No para tí. Disfrute, goce, placer, mentira, deseo, dolor, miedo… como la vida misma. ¿Remordimiento? No. ¿Arrepentimiento? Menos.

    En cambio, se puede quebrar la frágil firmeza de una amistad, por una traición, o por un silencio demasiado prolongado…..

    Un Canalla.

     
    • Simplemente comento el relato, eh? Lo digo porque una vez que leí el comentario, sonaba a reproche, y no cabe en el deseo y en el sexo, reproche alguno.

      Quede claro, y un beso para la autora. Genial, como siempre.

       

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