Pajitas… de colores

Tres mojitos más tarde, ya no me importaba que mis amigas hicieran burlas sobre mi ligue de aquella noche. ¿Qué más daba si era más bien feote? La cosa era que al fin me había apetecido chupársela a alguien después de tantos meses, y eso me regocijaba enormemente.
Salida de chicas, de esas que se consiguen hacer sólo dos al año, porque es imposible que tantos horarios diferentes cuadren después de terminar la facultad. Casada y con hijos, otras separadas y con nuevo novio… Y también estábamos las eternas solteras, inconformistas hasta la médula, que no nos dejábamos cazar ni de broma. Algunas, las menos, simplemente no gustábamos demasiado. Yo… Entre ellas.
No me malinterpreten. Me considero mona, lo que se llamaría fácil de mirar. Pero tengo gustos muy raros. Un tío no me dura sino dos citas, y  a no ser que sea muy lanzado, al final nunca llego a comprobar de qué tamaño tienen la polla. Mis amigas me conocían, y por eso mismo les había sorprendido que no tuviera reparos en hacer algo de burla de mi propio comportamiento.
El alcohol, por supuesto, también ayudaba…
Quince mujeres, dos de ellas recién separadas, ocupando la totalidad de la longitud de la barra de bar de la terraza de moda. Los camareros, pasando por detrás de la larga fila de culos enfundados en minifaldas, que se contoneaban al ritmo de las notas de Jazz fusión de la noche, no podían morirse más de curiosidad. Y es que desde la primera a la última, se pasaban una y otra vez un teléfono móvil, y señalaban y gesticulaban con obscenidad mirando la pantalla.

¡Cómo aquello llegara al muro del facebook!

Era la tercera en cumplir el reto, pero ninguna lo había llevado a aquel extremo. Al final, todas habían terminado haciendo que el tontito de turno, que se hubiera dejado conducir al baño, se corriera contra la pared, o  como mucho, contra la falda del vestido de alguna.
¿Acaso te dejarías acorralar por cinco chicas, una de ellas con la cámara del móvil inmortalizando el momento, mientras la que te había endurecido la polla con su mano momentos antes se te arrodillaba delante y te la sacaba de los pantalones entre vítores del resto? Créeme… Hay hombres que llegan a ese baño tan cachondos que se dejarían mamar la verga incluso delante de la policía.
Facilones…
Pero de primeras, la erección se les caía.
Así había empezado la cosa. Riéndonos de lo fáciles que podían llegar a ser algunos hombres. Comentarios obscenos, varias copas de alcohol y la variedad de la manada masculina que solía rodearnos, habían hecho el resto. Y luego… Un montón de pajitas de colores habían configurado el orden de actuación de cada noche.
Así durante cuatro años.
Establecidas las bases, que habían sido redactadas en una servilleta de papel del pub que vio nacer la idea, y que no se extendían demasiado, ya que la servilleta era pequeña y nuestra borrachera, enorme… había quedado zanjada también la discusión principal del momento. Y es que para el caso, daba igual si estuvieras emparejada o no. Todas acabaríamos pasando por el cuarto de baño con algún tipejillo, le bajaríamos los pantalones y obtendríamos la foto para nuestra particular colección.
Aquella noche me había tocado a mí.
Y ya puestos… te había elegido a ti… para chupártela.
Eras el que menos probabilidades tenías de llevarte a cualquiera de las presentes al huerto. Perdona que sea tan directa, pero es que parecías muy poquita cosa. Aun conservaba tu sabor en la boca mientras me ruborizada levemente al ver las imágenes de mi mamada en el móvil que acababan de pasarme. Las demás, me vitoreaban como sonido de fondo, mientras yo trataba de escuchar nuevamente tus gemidos. Me había mojado al escucharte. No esperaba que reaccionaras con tanta seguridad. Por norma general, los tíos solían amilanarse un poco en el primer momento, cuando entraban en tropel cuatro chicas a tomar fotos de la escena. Pero a ti… a ti se te había puesto aun más dura. Y a mí eso me había dejado desarmada.
Yo no respondía ante nadie. Sin pareja, sin responsabilidades… Para mí, una de las más morbosas de aquel grupo de brujas salidas, era el juego más interesante.
Y tú no habías dejado de provocarme en toda la noche. Te merecías una lección, sin duda alguna.
Lo sorprendente era que hubieras llegado a atraer mi atención de aquella forma tan poco llamativa. No por nada hacía mucho tiempo que habíamos dejado atrás la táctica de derribar a base de saturar con la mirada. No habías dejado de mirarme directamente a los ojos desde que entramos en el local. Estabas con un grupo pequeño de amigos, todos ellos con las mismas pintas de ratón de laboratorio. Perfectamente, esa misma mañana podían haberte estado inyectando cualquier tipo de sustancia en fase experimental y me lo habría creído. Y tus compañeros tenían tu mismo aspecto desaliñado… pero ninguno había cometido la desfachatez de mirarme como un salido el escote.
Te habían encantado mis tetas.
Y a mí, tu descaro. Que te pudieras ver follando conmigo me había sorprendido gratamente. No esperaba encontrar un reto aquella noche, sabiendo desde hacía meses que para la siguiente vez que nos volviéramos a reunir yo sería la que acabaría perdida de leche caliente.
Mi reto de la noche: Que no se te bajara la polla cuando fueran a tomarte la foto.
Y tu reto de la noche… Que a mí se me cerrara la boca alrededor de tu verga cuando me llamaras zorra.
Hacía tiempo que ningún tío me trataba con tanta seguridad. Desde tu asiento, al otro lado de la pista de baile, tus labios dibujaron claramente la palabra zorra. Y yo, relamiéndome los labios, había elegido mi presa.
Chicas, al baño.
Risitas de las afortunadas que lo iban a vivir en directo, gritos de las que se quedaban, animando la barra del pub. El hecho más sorprendente para todas, que me parara a dos palmos de ti, tan anodino como ridículo, y te señalara que me siguieras.
Y me seguiste, mirándome el culo, bajo el asombro de las mías y los tuyos.
– ¿Estás duro?
– ¿Y tú mojada?
No pude sino volverme a mirarte, sorprendida. Ciertamente, me acababas de mojar con tu petulancia. Deseaba comprobar si verdaderamente esa polla estaba tan caliente como tu lengua.
Cuarto de baño, bastante limpio para aquella hora de la noche. No demasiado estrecho, y lo más importante de todo… y por lo que se elegía el local: bien iluminado.
– Vamos a ver si verdaderamente tienes algo que ofrecer.
-¿A ti y a cuántas de las tuyas?- comentaste, dándote la vuelta y viendo llegar en tropel a por lo menos cinco de las chicas.
– Conmigo te va a sobrar.
– Permíteme que lo dude.
Te puse la mano en la bragueta y, asombrosamente, estabas completamente erecto. No diste muestra de sorpresa al hacerlo, como si estuvieras acostumbrado a que las mujeres te trataran como un objeto sexual. En ese momento, la mayoría de nuestros tipos de estudio habían flaqueado, y aunque se reponían con presteza ese primer instante causaba una profunda decepción en mi capacidad de excitarme.
Tú estabas duro. Duro de verdad.
– ¿Os quedáis a verlo?
Por supuesto, mis amigas titubearon ante la pregunta. Ninguno había osado preguntarles nada en aquellos años. Se habían dedicado a intentar simular como si no estuvieran. Tú, sin embargo, las encarabas con el mismo rostro que lo habías hecho conmigo.
– Estás tardando en chupármela.
En el video no se escuchaban esas frases, que habían hecho que chorreara por el interior de los muslos. No se apreciaba el momento en el que me tomaste del pelo, y aferrando tu polla con una mano, me habías presionado los labios hasta que cedieron y acogieron el capullo sonrosado. No se había captado el “trágatela, zorra” que me habías dedicado justo en ese momento, cuando tu dureza se introdujo hasta el fondo de mi boca, y yo sin creérmelo, me vi recorriendo tu verga con los labios apretados y la lengua sedienta de tu sabor a macho.
Sólo se escuchaban los gritos de mis amigas, que no esperaban que aquel tipo consiguiera meter la polla en la boca de alguien.
Y sin saber bien cómo, me centré en escucharte gemir, en sentir tus manos en mi cabeza impidiendo tu retirada, y tus movimientos de caderas follándome la boca. Con la lengua te presionaba, intentando mantenerte donde me sentía segura. Pero eras escurridizo, y te gustaba imponer el ritmo. La sacabas casi por completo, llevándote mi saliva contigo, para luego embestirme con fuerza, sujetando mi pelo. Me mirabas hacerlo y lo disfrutabas horrores, al igual que te gustaba mirar a la cámara, sacar la polla y golpearme los labios con ella, asegurándote que se captaba bien toda la imagen. Una pena, una decepción enorme que no se grabaran tus órdenes, tus imposiciones, y sobre todo, tus insultos.
Cada vez que me llamabas zorra me latía el coño. Y tú lo sabías, puesto que aceleraba el ritmo cuando eso pasaba. Me podías haber puesto a cuatro patas delante de mis amigas y te habría separado las nalgas para que me follaras allí mismo. Tanto ansiaba sentirte chocando tus huevos contra mis pliegues, que la vergonzosa escena habría quedado como una anécdota más en mi repertorio de locuras universitarias.
– Quieres mi leche, ¿verdad, zorra?
Esa frase tampoco se escuchaba.
Se me veía asintiendo, y a tui sacándomela de la boca,  echando mi cabeza hacia atrás, y comenzando a masturbarte contra la piel maquillada de mi rostro. Yo había sacado la lengua para recibirte, caliente y pringoso, y eso parecía que te complacía, puesto que te la frotabas haciendo descansar el capullo contra ella. Gemías como un animal, y yo me estremecía contigo.
– Trágala toda.
Me la hundiste hasta el fondo en el preciso momento en que estallabas. Te corriste contra mi paladar con abundancia, aferrando mi cabeza con ambas manos, mientras los latidos de mis sienes amortiguaban las quejas de mis amigas, que esperaban poder filmar semejante corrida. Tu leche resbaló por mi garganta lentamente, mientras te tragaba y limpiaba.
– Cierto. No me hace falta ninguna de tus amiguitas…
Esa frase si la captó el móvil. Las otras chicas ya empezaban a perder interés, una vez te habías corrido. Desde luego, había sido la más memorable en los cuatro años de filmaciones, pero estábamos todas tan borrachas que la atención por algo había que ganársela a pulso.
– Bien hecho, zorrita. Avísame cuando quieras que vuelva a darte de comer.
Me quedé en el baño, de rodillas, viendo cómo te alejabas por el pasillo, apartando a mi amigas. Ellas me ayudaron a levantarme, y tras recomponer mi imagen levemente, salimos con el trofeo a festejarlo con las demás. Se la había mamado a un perfecto desconocido y nos habías brindado el momento más caliente de los últimos años. Pero yo te necesitaba dentro…
Y tras varias copas seguía necesitando tu polla taladrándome el coño.
– Cuando te vaya a devolver el placer… Que sea sin amigas.
Desde entonces, había corrido tres veces al cuarto de baño, asegurándome de ir completamente sola. No habías aparecido.
Y me disponía a ir una cuarta…

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Magela Gracia

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2 Comments:

  1. Que peligro tenéis… Conseguiste que me pusiera en la piel del protagonista… buen relato

     
  2. Que buen relato…uffff… yo tambien me he puesto en la piel del prota y dudo que hubiese sido tan atrevido…
    muy muy bueno… uffff
    que malas sois… 😀

     

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