Polla hermana, polla deseada ( II )

Era viernes, otra vez.
Un maldito viernes, de esos en los que me quedaba sola en casa porque mis padres tenían turnos incompatibles con la vida familiar, en sus respectivos trabajos, y mi glorioso hermano había salido de juega con sus amigos. Como no, seguro que había alguna golfa de por medio.  Eso me mataba… me hacía hervir la sangre. Me hubiera encantado poder afirmar que mi hermano podía hacer lo que quisiera con su jodida polla todas las noches, pero ya había aceptado que era malo engañarse a uno mismo. Que se tirara a cualquier putón borracho me mataba, aunque en el fondo me mataba que se tirara a cualquiera, borracha o no. Imaginarlo fundir sus carnes en las de otro coño que no fuera el mío no era una opción aceptable para mí. Odiaría a toda chica que le pusiera un dedo encima a mi hermano. No decir ya a las que le ponían el coño en la boca…
 En las últimas semanas, después de que tomara la determinación de que necesitaba sentirme perforada por la polla de Víctor, en modo taladro percutor, mi vida se había convertido en un autentico infierno. Me molestaba la visión de mi hermano vestido rondando los pasillos, pero también me molestaba en calzoncillos. Calzado o sin zapatos, con camiseta o sin ella. Simplemente, me molestaba mirarlo, que existiera era ya un completo martirio.
Y más martirio todavía… que para él yo no existiera.
Así que había convertido internet en mi recurso supremo. No me podía creer a la de gente que le gustaba tirarse a sus hermanos. Me hacía pensar que era un poco menos guarra de lo que en principio me creía, aunque bien mirado estaba empezando a aceptar que hay ciertos deseos que por más que los reprimas van a ir a buscarte a la tumba, si hacía falta. Y yo, antes de morirme, quería follar como una condenada a mi queridísimo hermano. Tirármelo en el coche, en la ducha… en su cama y en la mía. Joder como animales con la tranquilidad de saber que la casa era toda nuestra ya que nuestros padres siempre estaban ausentes, aprovechar incluso la cama ancha de matrimonio de nuestros progenitores…
En internet encontré de todo. Y te explicaban con pelos y señales cosas que yo nunca antes había vigilado. Cosas que ni sabía que podían ser espiadas, también… Fotos, consejos, foros y blogs relacionados con follar entre hermanos eran mis aliados ahora en el desconsuelo de mi coño. Cosas en qué fijarme…
 Las llamadas poluciones nocturnas eran una de ellas…
Esa misma mañana, mientras él se daba una ducha y mis padres se habían ido ya al trabajo, me había colado en su cuarto. Llevaba haciéndolo toda la semana, buscando y olfateando sus sábanas, pasando la mano, buscando rastros de humedad… Y nada. Pero esa mañana lo había visto pasar por delante de la puerta de mi habitación mientras yo me vestía. Acababa de darme mi baño, y él me había escuchado salir y sabía que le tocaba el turno. Iba en calzoncillos… y estaba empalmado.
Me ardió el coño como nadie se imagina.
Su enorme verga marcada dentro del calzoncillo blanco, ladeada hacia la derecha, llegando más allá de la ingle… Oscura la piel, dibujado el glande con toda claridad, y mojada la tela en esa punta. Se había parado frente a la puerta de mi dormitorio, rascándose la cabeza, todavía adormilado.
        –  ¿Ya estás?
          Desayuno, y lista- había conseguido articular, ya que mis ojos habían acaparado todas mis funciones cerebrales y pocas neuronas me habían quedado disponibles para otros menesteres. Esa enorme polla aprisionada en el calzoncillo me había mojado enormemente las bragas, y sabía que tenía que cambiarlas antes de subirme a su coche, para no manchar nada.
La idea de lanzarme en ese momento sobre él me mantuvo tensa unos segundos. Mi mente calenturienta de adolescente virgen se precipitó sobre su paquete, queriendo recorrer con la yema de los dedos la dureza que sabía que existía pero que mis ojos no podían corroborar sin más pruebas. Y mi lengua también quería formar parte de esa pequeña orgía. Quería agarrar el calzoncillo blanco y bajárselo hasta las rodillas, observar lo que Víctor entregaba a sus novias sin reservas, tan cerca de su polla que el calor irradiara hasta la piel de mis labios, y su olor me golpeara las fosas nasales. Quería saber cómo apestaba la polla de mi querido hermano mayor.
Y probarla…
          Quince minutos y salimos…
Asentí y se apartó de mi vista, entrando en el baño. Nunca cerraba la puerta… Y aunque mis necesidades de ver como Víctor se quitaba la prenda y quedaba desnudo y fuertemente empalmado delante de mis ojos eran más que justificadas, aquella mañana me reclamaban sus sábanas. Así que corriendo llegué a su habitación, no sin antes echar un pequeño vistazo al interior del baño. Víctor meaba ya sin el calzoncillo en la taza del váter, de pie, ofreciéndome el grandioso espectáculo de sus nalgas duras de deportista mientras el sonido del chorro de orina chocando contra el agua del fondo me inundaba los oídos…
Esas nalgas prietas que imaginaba cada noche bombear duro contra mi coño caliente; esa orina que bebería si él me lo pidiera… Restregarme contra su boca para que me lo comiera de forma salvaje, mojándole la barbilla y la nariz enterrados entre mis flujos excitados. Sentir sus manos fuertes  aferrar mis caderas para empujar duro contra mis entrañas ardiendo, entregando mi virginidad a la polla durísima y sedienta de un follar distinto al que ha tenido hasta ahora…
Emborracharme para mi hermano Víctor…
Corrí hasta su dormitorio. Y mientras lo hacía, llevé los dedos a la braga y noté como la tela estaba completamente mojada, y que si presionaba solo un poco sobre los labios mayores se filtraba  a través de la braga. Los dedos pegajosos… preparados para una buena sesión de autosatisfacción para la que ahora no tenía tiempo.
Me arrodillé junto al lateral de la cama, y retiré la colcha. Allí, en el centro casi, estaba la marca que andaba buscando… la prueba de que mi hermano esa noche había estado pensando en tirarse a alguien, o directamente lo había soñado. Poco me importaban los detalles… yo solo quería probarlo.
A punto estuve de ir a tocar la mancha con los dedos que aún conservaban el olor de mi coño, y su humedad. Por suerte los hice retroceder a tiempo mientras avanzaba la otra mano. Y mis yemas tocaron la sábana húmeda, el surco dejado allí por sus líquidos calientes mientras pensabas en vete a saber qué guarra… Humedecí mis dedos en la mancha, recorrí la zona donde casi desaparecía, perfilando la figura que se me antojaba tremendamente grande. Llevé los dedos bajo mi nariz y aspiré el aroma, fuertemente. Ese olor no era como esperaba.
Era la primera vez que olía a polla.
Me senté en el borde de la cama y llevé mi cara hasta el colchón. Olí la esencia de Víctor sin saber si era corrida u otra cosa. La curiosidad me embargaba, pero la inexperiencia me podía… Estaba loca por googlear la pregunta, a ver si alguien aliviaba la duda.
Pegué la cara a la mancha…
Abrí la boca y la probé… pasando la lengua desde un extremo a otro, abarcándola toda.  Oliendo, degustando… Mi primer contacto con el semen masculino, con la corrida de mi hermano. No recuerdo el momento en el que, me imagino que por el descontrol de mis sentidos por aquella nueva experiencia, me llevé la mano al coño y empecé a masturbarme con saña. De veras que no recuerdo cuantos minutos pude estar tocándome y pellizcándome, penetrándome y dejando mis bragas y mi mano completamente empapadas. Gemía contra la sábana sin control, aferrada la otra mano a la colcha como si en aquel instante me empalaran y necesitara apoyo para no resbalar… Jadeaba y se me secaba la garganta contra la mancha de la cama, mientras sentía como comenzaba a ser inminente mi corrida. En mi mente solo una imagen…  Víctor contra la taza del váter regándome la cara con su leche, esa leche que olería como aquella sábana. Esa polla que me golpearía los cachetes cuando hubiera terminado, restregando la punta de su capullo contra mis labios, moldeando la elástica resistencia de las paredes internas de mi boca para introducir la corrida y poder saborearla a placer, notando todavía sus espasmos…
Su polla… Su bendita polla… Su maldita polla…
Me corría irremediablemente… y me gustaba horrores.
        –  ¡Víctor, me corro!- me escuché decir contra las sábanas…
Y estallé empapando las bragas, la mano, los muslos… habría mojado hasta el suelo si no llego a estar medio sentada en la cama. Mi puño aun se aferraba a la tela, y yo jadeaba mientras mi espalda se tensaba y relajaba acompañando a los espasmos que nacían de mi encabronado coño.
        –  Bea…
¡Dios! Mi hermano…@MagelaGraciaMagela Gracia en Fb

 

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Magela Gracia

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Un comentario:

  1. El deseo… la codicia se multiplica por aquello que tenemos cerca… sea o no “natural”…

     

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