Polla hermana, polla disfrutada ( y IV )

Un maldito, horrible y jodido viernes. Y yo siendo la buena hermana de la polla de mi hermano…
No, perdón… Ya era sábado. Cosas del no dormir.
La idea de un whisky ahora me tenía consumida. Era una necesidad apremiante echarme algo ardiente a la garganta, quemarme la lengua con el líquido, perder la cabeza por unos momentos bajo los efectos del alcohol. Emborracharme, dormir. Porque sabía que si no bebía pasaría la noche recordando las imágenes que me habían regalado entre ambos, Víctor y Verónica. Y masturbándome, eso también.
Mis bragas…
Las últimas bragas que me había comprado mi madre. Una de las primeras que ya parecían de mujer, con algo de encaje y sin animalitos dibujados en la tela. Algodón blanco, normales y sencillas; pero no aniñadas, como hasta ahora las había usado.  Estaba muy orgullosa de esas braguitas, y me encantaba que mi hermano las hubiera escogido.
¿Pero, cuándo? No recordaba haber echado en falta nunca ropa interior. ¿Por qué ahora? ¿Lo había hecho en otras ocasiones, o había sido consecuencia su hurto y luego uso más que obsceno por verme masturbar esa misma mañana en su cama?  La cabeza me daba vueltas, y el coño me ardía con rabia. No entendía lo que sentía, las emociones se entremezclaban en mi cuerpo sin poder digerirlas, y no iba a decir que fuera solo en mi cerebro o en mi entrepierna donde sentía puntadas. Mi pecho, por nombrar uno, también  era un lugar que sentía muy vivo ahora.
Una copa, de lo que fuera… Necesitaba una copa.
Al dirigirme al mueble bar en el salón pasé por delante de la horrible espejo que mi madre tenía en el pasillo, y no pude remediar el impulso de observarme. Sin el pantalón de franela ni la braga, con la camiseta de manga corta roja que me llegaba al inicio de las caderas, muy estrechas. Casi una niña, todavía. Con pelo en el coño, pero sin la imagen voluptuosa de mis compañeras reflejada ahora en el espejo. Una talla infantil… Mi madre me consolaba con la frase de ya te llegará la hora. Pero esa hora no llegaba, y me parecía eterno el tiempo.
Abrí el mueble bar, y no encontré whisky. No podía creerlo… En su lugar, varias botellas de ginebra llenaban un pequeño espacio, compartido con varias de vino, ron y vermut. Ginebra… ¿Cómo coño se bebía la ginebra?
Y me di cuenta de que me daba igual, que mientras más me quemara la boca, tanto mejor. Así que con un vaso de un estante lleno hasta la mitad me senté en el sofá y me decidí a tener mi primera relación directa con el alcohol. Quise hacerlo como en las películas que había visto en la tele, de un tirón, pero el fuerte olor me impidió acercarme tan rápido el cristal a la boca. Así que entró despacio y a poquitos en ella, sorbiendo lentamente, disgustada por el sabor. Sabía que las muecas de mi rostro tenían que ser de chiste, pero estaba dispuesta a hacer desaparecer mis penurias con aquel líquido que me inflamaba la lengua, y me la dejaba áspera y seca. Y sin darme casi cuenta había vaciado el vaso.
Ahora me ardía, además del coño, la boca. Necesitaba alivio, y pronto.
Me llevé la mano a la entrepierna, mientras con la otra libre me volvía a servir otro tanganazo de ginebra. Mis labios menores estaban mojados por completo, y los mayores calientes, y como sentía, abultados. Dejé la botella a un lado, y aunque sabía que si volvía a llenarme el vaso sería ya para dormir la mona, no la alejé demasiado. Estaba deseosa de perder el sentido, para no seguir sintiendo la desesperación tan agobiante que tenía preso mi cuerpo, y mi cerebro. Desconectar, una opción tan válida como cualquier otra. Pero antes… quería correrme.
En la tele no había nada interesante a esa hora… y por interesante me refería a pornográfico, claro. Mensajes de esos para que llames y te descargues escenas en el móvil, pero los había visto tantas veces que ya no me ponía nada observar dos caras conocidas diciéndose siempre las mismas guarradas. Tal vez un día tuviera que pagar el precio del mensaje para tener una cosa así en el móvil… para emergencias.
Y me di cuenta que podía reenviarme el correo de mi hermano, con su video, al mío y luego borrar todas las huellas. No sabía si era buena idea hacerlo, pero siempre me quedaba después la opción de borrarlo, y tal vez mañana ya no estuviera donde lo había encontrado. No podía perder la ocasión, y me fui directa al dormitorio de Víctor, y me senté con la botella de ginebra y el vaso casi vacío en su silla de escritorio. Mi cepillo también seguía en su mesa. ¡Qué descuido, joder! Podía escuchar la voz de la tipa en la tele incitando a la gente a bajarse los videos más calientes para el móvil, pero no le hacía caso. El ordenador volvió a arrancar mientras me terminaba el alcohol del vaso, y directamente pensaba en llevarme el cuello de la botella a la boca. Miraba el reborde de cristal y me imaginaba pasando la lengua en círculos. Mientras abría el correo me levanté, aparté la silla e incliné la cabeza sobre la botella, colocándola en el estante inferior del teclado para acceder con más comodidad. Al mismo tiempo separé las piernas y me llevé el mango del cepillo entre mis pliegues, mojándolo… preparándolo para penetrarme con él mientras mamaba la botella y me torturaba el clítoris con la yema de los dedos. Me excitó verme así, inclinada, como si dos tíos me tuvieran ocupada. La verga de mi hermano en la boca, la de cualquier otro a punto de perforarme el coño.
El cepillo entró con facilidad de lo mojada que estaba. Era estrecho y pequeño, y en principio, aunque no sabía lo que se sentía tampoco con una verga de verdad ensartada, lo que sí me alivió fue poder presionar la musculatura y sentir que se cerraba sobre algo que no fuera un vacío horrible. Esa sensación me hizo sentirme plena, aun por el tamaño. Lo sujeté con la vagina, fuertemente, mientras con la mano lo introducía y lo liberaba, haciendo tope cada vez contra el fondo. Puse en marcha el vídeo nuevamente, casi de forma automática; quería escuchar otra vez los gemidos de mi hermano. Mis labios rodearon la botella y me la metí lo más que pude en la boca, y la recorrí como una guarra imaginando que no era frío cristal lo que chupaba. Mis dedos, tras darle al botón de inicio en el ratón, habían vuelto a mi clítoris y me empecé a tocar con obscena dedicación. Quería correrme, me sentía borracha, estaba loca por acabar desmadejada envuelta en las sábanas de mi cama hasta el mediodía de la mañana siguiente.
Mi lengua jugando con  la botella… era lo que más gusto me daba; imaginarla una polla.
Fui incrementando el movimiento de mis manos mientras sentía que mi excitación aumentaba. Tuve la necesidad de apartar la que sujetaba el cepillo y hacerlo desde atrás para no estorbarme, y lo que hice fue simplemente fijarlo al fondo y presionar duro, no dejándolo escapar. Mis dedos se equivocaban constantemente en mi coño, por lo mojada que estaba y por la borrachera que llevaba, además que intentaba abarcar demasiadas cosas a la vez, intentando también mirar el video de la mamada a mi hermano y no podía con todo, tenía que reconocerlo. Sabía que estaba siendo la cagada más grande para masturbarme, pero no podía remediarlo, necesitaba mis agujeros ocupados…
Y, en eso… mientras gemía contra la botella solo por el placer de escucharme gemir, vi posicionarse los pantalones vaqueros de mi hermano a mi lado.
        –   Bea… tenemos que hablar.
Sentí caerse el cepillo al suelo antes que vergüenza… Eso llegó inmediatamente después.
        –  Víctor… ¡Joder, no me digas nada!
Mi hermano se arrodilló y recogió el cepillo de entre mis piernas. No puedo saber si lo hizo para mirarme el culo y el coño abierto de cerca, ya que en cuando noté su presencia había cerrado los ojos inmediatamente tras apartar la boca de la botella. Quería ponerme tiesa, pero la cabeza me daba vueltas y no podía dejar de imaginarme que, al menos, en esa postura, si Víctor quería, podía hacerme suya sin el más leve inconveniente.
La mano de mi hermano dejó al lado del ratón el cepillo, y cerró el vídeo de su mamada a continuación. Lo oí suspirar y reclinarse a mi lado, apoyando las manos también en la mesa, como yo lo hacía ahora. Entreabrí los ojos para mirarlo a la cara. Estaba encendido, no sé si de vergüenza también o tal vez excitado.
       –   ¿Por qué has venido hoy tan pronto? Nuca llegas hasta la mañana…- Hablaba la rabia borracha que me estrangulaba por dentro, al haber sido descubierta en tan deslucida escena.
       –   Joder, Bea… Subí a por condones. Los colegas están esperando abajo. Tenemos a varias tías en el coche. Nos íbamos a un motel a follar-. Las últimas palabras sonaron amargas en sus labios, con un enorme pesar-. Y esto no debería estar contándotelo, ¡mierda! Eres menor, Bea…
Tragué saliva. Peor no podían ir las cosas.
       –   Pero no tonta… Además, no te olvides que soy tu hermana. No me llames menor, ese es el mejor de mis defectos ahora…
Otro suspiro. Víctor miraba a la mesa, como si en ella buscara respuestas. Yo me envalentoné y lo miré bien a la cara, cuando él no me miraba. El alcohol es lo que tiene, ayuda a hacer cierto tipo de cosas. Supongo que mis palabras no salían ni mucho menos de mi boca como yo quería articularlas, pero Víctor no se quejaba… Pensé en acercar mi rostro al suyo, a ver qué pasaba… pero no lo hice.
        –  ¿Por qué mis bragas?
La espalda se le puso tiesa. Entonces entendió que no era la primera vez que veía el vídeo, y al mirarme él a mí nos vimos como me parece que no nos habíamos imaginado nunca… como dos cómplices de un oscuro secreto. Ahora no era yo solo la que sentía vergüenza, sin duda…
        –   Me pusiste malo esta mañana, aunque sé que no es excusa.
Hablaba ahora de frente, y aunque yo apestaba a alcohol pude percibir que también él había bebido algo. No sabría decir si estaba borracho, pero por supuesto que muy lúcido no estaba.
Echó mano a su pantalón vaquero y sacó mis bragas de su bolsillo. Me las enseñó brevemente, y casi creí que se las llevaría bajo la nariz para olerlas por la cara que ponía. Pero no, las encerró en su puño y volvió a mirar hacia la mesa.
       –   No debí cogerlas… eres mi hermana.- Sus palabras eran losas sobre mi cabeza.
        –  No debí masturbarme en tu cama… eres mi hermano.- Contesté entonces, abatida.
Apretaba mis bragas con fuerza, los nudillos blancos haciendo juego con la tela. Su cara, roja.
        –  ¿Desde cuándo, Bea? No me había dado cuenta.
     – No hace mucho, no te creas. Cosas de la vida-, solté, como resignada al surgir de los acontecimientos-. Me harté de mirar pollas en el instituto que ni puto caso me hacían. Al menos, la tuya, la tengo cerca.
        –  ¿Ninguna polla?- rió por lo bajo-.Quiero decir, ¿ningún chico?
Entonces reí yo.
       –   Ninguno.
Pude ver que mi hermano me miraba el trasero de soslayo. No sé si lo hizo para hacerme sentir mejor o es que realmente mi culo en pompa le llamaba. Lo cierto es que volvieron las ganas de tirármelo, teniéndolo tan cerca como ahora lo tenía. Yo le correspondí echando un vistazo a su bragueta, que aunque me la medio ocultaba su muslo me decía que algo hinchada debía estar. Víctor se dio cuenta del interés que me despertaba y casi que lo vi recolocarse para que pudiera observarla mejor, o al menos eso imaginé.
        –  Joder, Bea. Esto está mal…
Y se apartó de mí y se sentó en su cama, con la cabeza entre las manos. Se le veía empalmado, si… Ahora podía ver su pantalón vaquero hinchado. Me estremecí al observar que aun sujetaba mis bragas, y las tenía contra la cara. Me enderecé, no sin cierta dificultad, y quedé parada frente a la mesa, deseando quitarme la camiseta y ofrecerme desnuda a Víctor en su cama. Pero algo me decía que no debía ser yo la que diera el primer paso, que se espantaría. De ese modo, excitada y borracha, con la imagen de su polla en la cabeza y mis ojos fijos en mis bragas, cogí la botella de ginebra y se la enseñé.
       –   Me emborraché para mamártela, Víctor-, me escuché decir, antes de pegar la boca al cuello de la botella y echarme un trago. No supe hacerlo, y el líquido rebosó por mis labios y me empapó la camiseta. Al menos conseguí no toser al tragar la ginebra que abrasó mi lengua. Un enorme trago que volvió a calentarme el cuerpo.
        –   Hablo demasiado…
       –   Te he escuchado con tu grupo. Y la del video estaba también borracha. Así es más fácil, ¿no? ¿Te gusto más bebida? Así al menos tengo una excusa para lanzarme…
Apartó las manos y me miró de frente, pero pronto desvió la mirada hacia mi entrepierna. Se me calentó la cara al verlo observarme con cara de lelo, se me mojó por entero el coño y temí que fuera hasta a chorrear de lo contenta que me había puesto al ver su reacción. Me sentí por un instante poderosa, dueña de mi misma y de la polla de mi hermano. Me acerqué ahora despacio, mientras me miraba. Se irguió sin dejar de clavarme los ojos, y lo mejor de todo es que no intentó huir. Se dejó seducir, y eso que yo no sabía hacerlo.
Lo estaba consiguiendo…
Llegué a su lado. Me metí entre sus piernas y esperé. Su cara quedaba a la altura de mi ombligo, y allí apoyó la frente. No sabía si tenía los ojos abiertos o cerrados, si me miraba o intentaba no hacerlo. Me daba igual… había ganado.
Sus manos se aposentaron en mis nalgas y me atrajeron hacia su cuerpo. Mis rodillas se incrustaron contra su entrepierna, y lo sentí duro y tieso. Su polla… la mía. Sentía las yemas de los dedos de mi hermano quemarme el culo, clavarse fuerte, temblar al hacerlo. Gimió cuando no pudo acercarme más a su cuerpo. Mis rodillas disfrutaron del primer contacto con su miembro endurecido, ése que de momento me deseaba, esa polla cálida que siempre me había sido esquiva y ahora se apretaba contra mis piernas.  Y mordió la tela que cubría mi abdomen. Tiró con los dientes y separó la cabeza. Fue incorporándose con la camiseta prendida de la boca, arrastrándola hacia arriba en su avance. Cuando me quise dar cuenta, entre mis jadeos y los suyos, mis pechos estaban al descubierto y sus manos los estaban apresando. Temblé de gusto al sentir sus dedos apretar los pequeños pezones, sus labios y la lengua jugar con la piel que había entre ellos. Al no saber qué hacer con las manos las dejé en su cabeza, aferrando sus cabellos. Parece que le complació el gesto.
        –   Esto es un error, y lo sabes…- murmuró contra mi piel.
       –   Ya nos arrepentiremos mañana-, contesté, demasiado excitada como para no aprovechar la ocasión que se me había brindado en bandeja.
Víctor levantó los brazos y me sacó la camiseta por la cabeza. La arrojó a un lado de la cama mientras me sujetaba por la nuca y acercaba sus labios a los míos. Mi boca se entreabrió por la proximidad y su calor, y aunque no quería hacerlo los ojos se cerraron para disfrutarlo. Y sentí su lengua apresar la mía sin reservas, hambriento de lo que podía encontrar en ella. Sus labios se estamparon y me devoraron, y sus manos me estrujaron contra su cuerpo, impidiendo una posible huída. Ni ganas que tenía de moverme. Sabía que tenía excitado a mi hermano, por algún extraño motivo que no podía entender, ya que no era ni por asomo su imagen de chica deseada. Pero allí estaba, besándome y tocándome el culo, elevándome contra su pelvis y separándome las piernas al hacerlo, montándome sobre sus caderas cubiertas del vaquero para llevarme contra la pared a mi espalda y sujetarme mientras se abría la bragueta y lo sentía aferrar su verga. Mis sentidos enloquecieron al saberla al descubierto entre mis piernas, casi rozando la vulva que tantas veces había sufrido su ausencia.
        –  Por favor,  Víctor. Quiero verla…
        –  Luego, nena. Estoy loco por follarte.
Y me di cuenta de que me daba igual no ver la polla de mi hermano antes de que me penetrara, ya me encargaría de que se corriera en mi boca. Así quería que aquello acabara, con su miembro caliente derramándose contra mi paladar y la lengua, degustar el sabor de su leche, tragarme todo lo que pudiera.
La sentí entrar de una sola vez. En un momento estaba por completo ocupada, con mis labios rodeando su polla dura como una roca. Fue una embestida fuerte, que tropezó con el fondo de la vagina produciéndome un leve dolor al chocar en ese punto al final, pero apenas si le di importancia porque era tan excitante saberme recorrida por ese trozo de carne compacto contra la pared del cuarto de Víctor que no me importaba nada más. Ese primer empujón le resultó tremendamente fácil a mi hermano, que no se esperaba encontrarme tan mojada y dispuesta. Su rostro expresó que la sensación de embestirme de ese modo le había encantado, y me llené de júbilo al saber que era del agrado de su verga.
Víctor apenas si esperó a empezar a clavarme con su miembro. Estaba cachondo y se le notaba con cada movimiento, cada gemido y cada mordida de sus dientes sobre la piel que le quedaba al alcance. Me miraba a los labios, mientras yo los mordía retorcida de gusto, y su polla entraba y salía con un ritmo frenético a la vez que sus manos me aplastaban el culo contra sus caderas. Estaba a punto de correrme solo con el roce y el chocar de su pubis contra mi clítoris hinchado, y él parecía saberlo porque se restregaba dejando su polla lo más profundamente metida en mis entrañas. Se frotaba para mí, para que lo sintiera y lo disfrutara como una perrita.
        –  Córrete, Bea. Quiero escucharte otra vez gemir mi nombre.
Como negarle algo al perverso Víctor…
Y con su polla metida hasta el fondo me sentí mojada como nunca, jadeando de gusto sin poder ocultar el rostro porque la cabeza de él me lo impedía. Quería verme, y me miraba fijamente mientras el orgasmo recorría mi coño y subía por la columna, acompañado de los espasmos propios del placer que solo una polla bien utilizada sabría arrancarle a mi alma… La polla de Víctor…
Jadeé su nombre y lo vi sonreír, complacido. Escuchaba sus gemidos confundirse con los míos y lo sentí volver a la carga contra mi coño caliente e hinchado, y aún con espasmos. Fue delicioso sentirlo entrar y salir otra vez de mí, empotrarme contra la pared, y sus manos subirme y bajarme contra su cuerpo. Mis piernas ya no podían aferrarse a sus caderas después de mi orgasmo, pero entre su cuerpo fuerte y la pared, y con sus manos sosteniéndome, sabía que caería.
Me encantó que me moviera él mismo sobre su polla, alzando y bajando mi cuerpo como si no sintiera mi peso.
        –  Joder, Bea. Me corro.
Me miró a los ojos y comprendió que allí no podía. Ni siquiera se había puesto un puto preservativo.
        –  En la boca la quieres, ¿verdad?
        –  Déjame probarla, Víctor.
Un par de golpes más contra la pared y me llevó otra vez en volandas hasta la cama. Allí me sentó y se abrió por completo el pantalón, bajándolo hasta las rodillas, dejándome observar la imponente verga que se le levantaba entre las piernas. Sus huevos colgaban junto al final de su tronco pegados mucho a él, y no podía precisar si eran grandes o pequeños ya que eran los únicos que había visto. Para mí, eran perfectos. Pero su polla vista de cerca… eso sí que me dejó sin aliento. Montada hacia la derecha, brillante por mi corrida, tiesa como nunca imaginé… Larga y gruesa, me importaba un carajo si más o menos que otras. Esa polla magnífica me acababa de follar a base de bien, y ahora iba a degustarla.
       – Yo lo hago, Bea, déjame a mí. Solo chupa-, dijo, casi ronco. Me miraba a la boca, nunca había dejado de mirarla. Presentí que mis labios tenían que gustarle mucho.- Y no voy a apartarla… quiero terminar en ti…
Me ardió todo el cuerpo. Era eso precisamente lo que quería, y era lo que estaba prometiendo darme.
Pensé que me follaría la boca como se lo había visto hacer con Verónica. Pero no era esa su intención, al parecer, ya que su ritmo era mucho más pausado. Me tomó por la barbilla y esperó a que separara los labios. Me invitó a sujetarla yo, y así lo hice. La tomé por la base y respiré ansiosa sobre su capullo, justo antes de que me sujetara por la parte de atrás de la cabeza, aferrando mis cabellos y de un movimiento constante de la cadera me la metiera hasta sentirla chocar contra el paladar. Se quedó un buen trozo fuera, pero él no insistió en hacerla entrar más; parecía satisfecho. Esperó allí a que me acostumbrara al tamaño, y a que mi lengua tomara contacto con ella. Así lo hice… probando mi sabor en la piel caliente de mi hermano. La textura me sorprendió, ya que era mucho más suave de lo que pude haber imaginado nunca, y contrastaba tremendamente con lo dura que la sentía. Tragué varias veces para acomodarla y la ensalivé todo lo que pude, escuchando a cambio el deleite en la boca de Víctor, que jadeaba sin dejar de mirarme a los ojos. Yo intenté no apartar tampoco la vista y me centré en jugar con ese trozo de carne mientras sus caderas no se apartaban de la presión que ejercía contra mi cabeza.
        –  Sí, nena… chupa la punta.
Obedecí, gimiendo yo ahora. Deslicé la cabeza hacia atrás y aferré el capullo con los labios, y allí dediqué mis atenciones durante el tiempo más bien escaso que me permitió mi hermano. En el momento en que algo de líquido se escapó por la uretra volvió a sujetarme de los pelos y la introdujo otra vez fuertemente, haciendo su cabeza hacia atrás y gimiéndole al techo. Bombeó de forma constante e incansable, sabía que conteniéndose por lo que había visto antes. Me imaginé que pensó que vomitaría todo el alcohol que había bebido y no estaba seguro de que resistiera una mamada a fondo como primera experiencia. Me quedé con las ganas de saber si la abría conseguido tragar entera.
Estaba dedicada a disfrutar como una guarra de ese trozo de carne como si fuera la última vez, y así lo hice. Chupé y lamí todo lo que pude y me dejó mi hermano, aferré sus huevos y el tronco con mis manos y lo miré mientras me follaba la boca con total entrega. Me sentía enormemente caliente, convencida de que podía hacer correr a Víctor por los sonidos que salían de su garganta.
        –  Sí, Bea, sí… me corro, joder… Me corro, guarra…
Se me desbocó el corazón mientras Víctor se volvía más salvaje, menos dueño de sí mismo. En un par de ocasiones la polla entró mucho más de lo que pensé que aguantaría, pero controlé las arcadas y seguí chupando, tratando de no cerrar demasiado la boca para no rozar con mis dientes su enorme falo… aunque la tarea, me di cuenta, la tenía perdida hacía tiempo.
Víctor gimió y se empotró  contra la lengua. Supongo que lo hizo para evitarme otra arcada, y allí lo sentí descargar un buen chorro de esperma, líquido espeso y de sabor metálico que me cubrió la boca por entero. Caliente, suave y grumoso. Deliciosa la leche de Víctor mezclándose con mi saliva.
Conseguí tragarla, dejando sólo resbalar un par de gotas por mi barbilla, ya que los labios, en cuanto la polla de mi hermano desalojó mi boca, se quedaron adormilados por el roce de su piel y la mandíbula dolorida por el esfuerzo. Los dedos de Víctor recogieron las gotas y me las entregaron en la lengua, y yo los chupé, agradecida.
Jadeábamos todavía los dos mientras mi hermano volvía a vestirse y se echaba al bolsillo unos cuantos condones. El muy cabrón tenía intención de irse al coche a follar con las tías en el motel, con sus amigos. También vi que cogía mis bragas y se las guardaba en el segundo cajón de su mesilla de noche.
        –  Quiero las bragas, Víctor… Son mías…
Mi hermano, que ya salía por la puerta del dormitorio habiéndome sólo picado un ojo a modo de despedida, con la cara colorada y la frente perlada de sudor, se volvió y me sonrió de forma encantadora.
       –  No, Bea, no te equivoques. Esas son mías. Pero si quieres… mañana me corro en unas iguales, para ti.
@MagelaGracia
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Magela Gracia

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3 Comments:

  1. He vuelto a disfrutar de ti a través de tus letras…

     
  2. Absolutamente delicioso. Un regalo de perversión estimulante. Te adoro, Magela…

     
  3. Me ha puesto a mil .. 😉

     

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