FANTASÍA I
Una mujer lleva un rato sentada en una de las sillas que componen la zona de la terraza, en la cafetería del parque. Ha pedido una botella de agua sin gas, muy fría.
Esa mujer es infiel.
Lo sé porque lleva un pañuelo cubriendo todo su cabello. También usa unas enormes gafas de pasta, oscuras como el carbón. Y una gran pamela. Mira con nerviosismo su reloj de pulsera, e imagino que su amante se está retrasando, y que no le gusta estar expuesta a las miradas indiscretas.
No lleva maquillaje, pero va muy bien vestida. Está estrenando zapatos de tacón, vertiginosamente altos. Y luce un collar muy vistoso, destacando en el escote de la perfecta blusa planchada, que no insinúa nada y, sin embargo, promete todo…
Se ha arreglado para un hombre, y ese no es su marido. Esta mujer va de caza.
Bueno, puede que sólo esté esperando a una amiga que llega tarde, y se acabe de hacer un tratamiento en la piel y no quiera coger sol. Si me acercara a preguntarle, probablemente, habría miles de explicaciones a su indumentaria, tan de anuncio de perfume caro, propio de un paisaje con mar de fondo y un coche descapotable brillando a la luz del sol.
Pero me encanta la idea de que vaya a serle infiel a su pareja.
¿Cuál es el motivo por el que se decide que se va a traicionar sexualmente a la persona con la que compartes algo más que mañanas estresantes al levantarse, o noches de confidencias entre las sábanas? Enfado, aburrimiento, distanciamiento, oportunidad…
El calentón que hace que todo pierda sentido.
¿Va en el carácter, igual que lo de ser constante? ¿Se puede ser infiel sólo una vez en la vida, y nunca más volver a pensar en otra persona? ¿O cada vez que tenemos una fantasía con alguien distinto a nuestra pareja, somos infieles?
Creo que la gracia está, seguramente… en que eso nunca se decide.
Simplemente, ocurre.
INFIEL
La pregunta que nunca debí hacerte…
- ¿Dónde se deja de ser fiel?
Y la respuesta que nunca debiste darme…
- Probemos…
Bajar la cremallera de mi vestido negro, dándote la espalda, mostrando la piel del hombro, sacando una manga. Terminar de bajarla, sabiendo que tus ojos acompañan mis dedos en el proceso. Pensé, y dije después, que desnudarme delante de ti no era ser infiel… Y tú, cómplice, no dijiste nada.
Sacar el otro brazo y dejar caer el vestido a mis pies, para mostrarte la lencería que en mi intimidad para ti había comprado, fantaseando con algún día poder mostrarte. Negras braguitas de topitos blancos; sujetador a juego con el escote engalanado en encaje, desdibujando la línea del busto abultado. Separar las piernas para que las braguitas se hundan en mi raja y quede la mayor porción de nalga expuesta a tus ojos malditos.
Inclinarme para mejorar mis vistas, y para verte devorarme a su vez…
Que te abras la bragueta en dos movimientos puede que tampoco sea ser infiel…
Y ver tu polla tiesa entre tus dedos supongo que tampoco. Esbelta, tersa, con el capullo rosado, hinchado y babeante. Saber que si no hubiera un anillo en mi mano esa verga estaría ahora recorriendo mis entrañas calientes. Eso es aún más excitante. Ojalá las ataduras y los juramentos desaparecieran tan convenientemente como se puede esconder por unas horas un anillo en el bolsillo de una chaqueta… ¡Qué digo unas horas, unos simples minutos! No me hace falta para saciar la sed que me atormenta la garganta más que unos cortos y maravillosos minutos, entregada a los placeres de tu carne traviesa.
Tu mano aferrando tu polla, y el brillo de un anillo en uno de tus robustos dedos. Ese anillo ahora se frota contra la piel endurecida por el morbo que te ofrece mi cuerpo, y no puedo evitar imaginarme el momento en el que tu esposa lo puso allí, vestida de blanco, tal vez sin haberte separado todavía las piernas para que pudieras olerla.
Me encanta observar el oro rozarse con tu polla, haciéndola tan prohibida…
Puede que tampoco sea considerado infidelidad apartar un poco las bragas para enseñarte mi coñito rasurado y mojado…
Y al hacerlo comprendo que el hecho de que te masturbes mirando como muevo la tela negra sobre mi entrepierna, estimulando mis zonas nobles, no puede ser tan malo… ¡Cómo va a ser malo si me está gustando tanto! Esto no es ser infiel, es disfrutar de mi imaginación mientras hay un hombre que hace lo mismo con la suya. Ahora, en tu cabeza, me la estás metiendo fuerte… Lo sé, lo intuyo… En esa misma postura, por detrás, apartando las braguitas a un lado para que tu verga se empotre contra el fondo que te ofrezco, una y otra vez… La siento menearse en mi interior como si en verdad lo hiciera. Deliciosa plenitud contra la que apretarse mientras me torturo el clítoris con la yema de los dedos a través de la tela de las braguitas elegidas.
No, definitivamente verte masturbar no puede ser serle infiel a mi marido. No te estoy tocando…
Ver como te la machacas con la mano cerrada contra la carne dura es lo más excitante que he hecho en años. Tu imagen empalmada mientras te muerdes los labios y me clavas los ojos en las nalgas como harían tus dedos si te estuviera permitido me tiene tremendamente mojada. ¡Maldita moralidad la tuya! Horrible sensación de impotencia al saber que si me acerco un poco más a ti huirás con la polla tiesa a medio meter en la bragueta, a la carrera.
O tal vez no…
Invitarte a que entres… Invitarte solamente a tocarme.
Me acuesto en la cama boca abajo y separo las piernas. El dormitorio de la casa de tu amigo es tan impersonal como puede ser cualquier otro de un hombre que sólo lo usa para follar. Esa etapa la pasamos ambos hace ya más de una década, cuando éramos jóvenes y pensábamos que comerse el mundo incluía comerle el sexo al menos a una pareja distinta cada semana. Las cosas se complicaron con el paso de los años, y se desdibujaron los deseos en pos de una estabilidad tan efímera que cuando nos quisimos dar cuenta lo único que quedaba para sustentar nuestra realidad era el puñetero anillo en el dedo indicado.
Anillo de condena. Anillo de castigo.
Aun así, impersonal y todo, la cama es cómoda y amplia. Una pena que los dos seamos fieles a nuestras parejas, y no te animes a tumbarte a mi lado, o sobre mí, como deseo tanto.
Aunque esté boca abajo puedes ver mis dedos entrar y salir de mi coño, y escuchar el chapoteo. De eso estoy segura, porque yo lo escucho y sé que se te sigue endureciendo, ya que te veo a través del espejo que hay al lado de la cama. Me miras tocarme, te miro yo hacerlo… Y me excito con la idea de que me poseas y me retuerzo por ello entre las sábanas de la cama. Te enseño mi anillo de casada… juego con él mientras lo deslizo de mi dedo y enmarco mi clítoris con él para hacerme sentir más atada a algo que ahora mismo no comprendo. El anillo cae a la cama con el juego, y tú lo observas entre mis piernas, depositado en las sábanas de tu amigo.
¿Gemir pensando en otro es ser infiel? Porque estoy gimiendo…
Empiezo a no ver la línea y me doy cuenta de que no me molesta tanto.
Pero, sobre todo, te escucho gemir.
Me estremezco al verte temblar a mi lado, ya que te has acercado a la cama. Estás parado a un lado, con la verga en la mano, dura como una roca. Me duele el cuerpo de la impotencia, me duele el alma por la falta de contacto y el coño porque está vacío… Y me duele el dedo porque he perdido el anillo. Aun así estoy tan excitada que no puedo contenerme, y me pregunto si un avance más será posible estando tan cerca tu cuerpo del mío.
- ¿Se puede considerar infidelidad ofrecerte mi culo para que lo huelas?
Te he herido de muerte, y lo sabes…
Elevo las nalgas, hinco las rodillas en la cama, y te ofrendo mi culo… tal como siempre quisiste.
Sé que estás a punto de caer, y no sé si podré sostenerte. Provocarte hasta ese extremo ha sido peligroso, pero sabía que no podía dejar de ofrecerte mi olor, con lo que sé que lo deseas. Tal vez, sólo tal vez, sea miedo lo que brilla en mis ojos, a la vez que deseo. Pero tú te inclinas con toda tu mala leche, y dices, con tu rostro junto a mi culo, que si no hay roce, no hay pecado…
Y tus palabras retumban en mi cuerpo mientras te escucho olerme, aspirando fuertemente mi aroma. Y pareces satisfecho, porque la polla, tan dura como la llevas, ha empezado a babearte, con un brillo delicioso que estoy deseando llevarme a la boca. Estoy segura de que te falta poco para eyacular encima de mí. Algo, por otro lado, que nunca creímos que fuera a llegar a ser posible.
Aún recuerdo tus primeras palabras cuando nos conocimos. Eras de esas personas con las que te encuentras en el mundo, de vez en cuando, y piensas que conocías de toda la vida. Un hombre resuelto, pícaro y decidido, que hacía que lo miraras de arriba abajo mientras te lo cruzabas en el supermercado… y mientras te recorría él a ti, también, de arriba abajo. Ahora, medio desnudo a mi lado, poco te parecías a ese hombre que me hizo volver la cabeza mientras tú volvías la tuya, y soltabas con gran desparpajo una frase que me acompañó durante muchos días… y muchísimas más noches.
- Si quieres te doy mi número de teléfono—, me habías comentado, antes de seguir cogiendo un bote de tomate frito para ponerlo en tu carro, justo con los pañales de recién nacido.
- Si quieres te doy yo el mío…
En mi cesta de la compra iba amontonando poco más que un par de cosas para los rápidos desayunos antes de salir al trabajo, ya que pasaba la mayor parte de mi tiempo fuera de casa, al igual que mi marido.
Y aquella noche, cuando ya el sueño me vencía, la ocurrencia de intercambiarnos los números escritos en sendos botes de mahonesa hizo que mi vida cambiara.
Aún estaba por verse si para mejor…
- Sexo telefónico no se considera infidelidad, ¿no?
- Depende… — te había contestado yo—. Si es sólo decirme qué me harías o si te tocas mientras lo haces…
- ¿Y qué diferencia habría, si no es a ti a quien mis manos tocan?
- ¿Y a quién tocarías, a tu esposa?
La idea te había encantado. Follarme por teléfono mientras te imaginabas haciéndole lo mismo a tu esposa había resultado ser una fantasía de lo más excitante para ambos. Cosas que no te habías atrevido a hacerle nunca salían de tu boca perversa y me calentaban el cuerpo, mientras me retorcía en la cama imaginando que estaba mi marido conmigo, haciéndome lo mismo. Tardé mucho en llevar mi mano a mi entrepierna, pero cuando lo hice no pude entender por qué había tardado tanto. Por fin conseguiste que me escondiera bajo las sábanas, con la luz apagada, para correrme con tu boca traviesa. Mi marido trabajaba tantas noches…
No, había pensado entonces. Masturbarme con tu voz no es ser infiel…
Follar con nuestros respectivos luego, con los olores despertados en los sexos por el otro, tampoco. Escucharte decirle a tu esposa las cosas que me habías dicho a mí, dejando el móvil encendido en la mesilla de noche mientras la follabas al otro lado de la ciudad fue lo siguiente. Escucharte gemir por lo que ella te hacía, aunque fuera pensando en mi coño y mi boca, me excitaba.
Y yo… seguía preguntándome… ¿Estoy siendo infiel al escucharte?
Follar con mi marido haciendo lo mismo… Llamarlo como a ti te gustaba que te llamara. Gemir para que me oyeras, hacerlo correr de forma sonora para que lo disfrutaras tú desde el otro lado de la línea telefónica. Ponerle tu cara y tus gestos… ponerle tu morbo y tus actos. Follarte a ti estando con él, dejarme joder por ti en el cuerpo de tu mujer…
¿Fue eso convertirnos en infieles?
Dormir, extenuados, a tantos kilómetros el uno del otro, y sin embargo, con las mentes en el mismo lugar…
Simplemente fantasear. Desearnos. Morir por el otro.
Ahora… después de tantas noches haciendo el infiel sin serlo a nuestros ojos; ahora, que tu polla está tan cerca, tu boca tan dispuesta junto a mi culo, y tus manos se contienen por algo que creo que es más deseo de continuar con el morbo que por el motivo de sentirte atado por una boda. Ahora mi carne tiembla por la espera, sin ver hacia dónde se inclinará la balanza.
- Puta y jodida cabrona…
El punto justo. Ese en el que sé que ya no puedes estar más cachondo. Después de más de un año de sexo telefónico había llegado a conocerte bien. Ese momento de inflexión ha llegado. Tus palabras han despertado en mí el orgasmo que tanto necesitaba. Me retuerzo sobre las sábanas a la vez que el calor me hacer perder la poca cordura que queda en mi alma.
Correrme contigo al lado, por lo que me haces sentir, ¿es ser infiel?
Me doy la vuelta y quedo tumbada hacia arriba. Me deleito con la imagen de tu cuerpo ardiente y a punto de correrse. La primera vez que lo veo de cerca, y no por vídeo… la primera vez que te puedo rozar la polla con la punta de los dedos y llevármela a la boca. Sentir la leche salpicarme el cuerpo, elegir el lugar donde vas a ensuciarme. ¡Tantas posibilidades! Verte sujetar ahora la punta a la espera, escuchar tus gemidos, notar cómo te tiembla la mano.
Y por algún motivo que no consigo entender, cierro los ojos.
Tu leche se derrama en mi abdomen. Plácidos chorros que caen alrededor de mi ombligo, y me calientan la piel, me corren por una de las caderas y la cintura.
Tu semen derramado en mi cuerpo por primera vez.
¿Y esto, será ser infiel?
Me da miedo que la pregunta haya llegado a mi mente justo cuando ya no se puede hacer nada, pero lo cierto es que no me siento más adultera que antes de entrar en el cuarto. ¿Dónde estaba la línea, entonces? ¿Dónde dejó de ser una fantasía?
¿O sigue siéndolo?
- Yo no he sido infiel—, comentas mirando la corrida en mi abdomen. Estás tan seguro de lo que dices que me preocupa ser entonces yo la única que ha pecado, o que se siente pecadora.
Recojo con dos yemas de los dedos unas gotas de tu esperma y uno de ellos me lo llevo a la boca. Pruebo tu sabor y mi lengua se funde con la esencia de tu adulterio, aunque no quieras reconocerlo. Mi saliva envuelve el dedo mientras esa gota deliciosa me desaparece en la garganta. Luego me incorporo, y metiendo varios en mi entrepierna, impregno el que antes estuvo jugando con mi lengua. Lo que me ha mojado los labios bajos con tus palabras y tu imagen ahora resbala por el interior de los muslos, y quiero entregártelo. Si tú no has sido infiel, yo lo he sido… No sé si al dejarte verme, al dejarte correr encima o al iniciar el juego en el que te deseaba. O al escribir mi número de teléfono en ese estúpido bote en el supermercado. Sólo sé que el anillo aún está en la cama y que mi cuerpo brilla por culpa de tu esperma. Si no me has deseado hasta el punto de perder la cabeza al olerme el culo y llamarme cabrona eso ya es un asunto tuyo.
Para mí, soy adúltera…
Para mí… eres adúltero.
Ahora, mientras me miras hacerlo sabes que te toca, y que al final, quieras o no quieras, vas a saborearme. Te entrego ambos dedos… uno con semen y el otro con los fluidos de mi boca y mi coño. Los dejo justo sobre tus labios, en el primer contacto entre tu piel y la mía, cuando tan cerca hemos estado el uno del otro tantas veces… sin atrevernos a dar el paso. Y allí esperan hasta que con lengua dubitativa los envuelves y los llevas al interior de tu boca. Allí me pruebas por vez primera también, y siento que se te pone otra vez tiesa ante la perversión que se te ha ido de las manos…
- Ahora eres infiel…
Magela
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