Cuando me dicen que un local tiene guardarropa me suena a que es un sitio muy caro. Claro que, teniendo en cuenta que hablo de locales donde uno tiene tendencia a quitarse muchas prendas, probablemente no sea tan grave como mi mente imagina.
Los clubs liberales de cierto prestigio en las ciudades frías disponen de guardarropa. Es genial porque una se imagina que no va a tener que estar peleándose por una taquilla para poder dejar los abrigos y demás vestiduras, pero cuando te lo encuentras nada más entrar empiezas a sospechar que no va de eso.
Pues sí, no va de eso.
Allí pagas entrada, que normalmente lleva varias consumiciones asociadas, y dejas las prendas gruesas, ya que en las taquillas de los vestuarios como lleves botas altas y algún bolso con enseres para pegarte una ducha luego ya te digo yo que como no sea jugando al tetris no te entra todo. Y, además… sois dos. Si te esperas un vestuario femenino para poder ponerte guapa… vete olvidando. Son unisex, y ya hablaré de ellos en otro post.
Hoy ando hablando del guardarropa, y del servicio tan mono que tienen de aparcacoches. ¡Chulísimo! No hay nada mejor que salir de tu vehículo con un enorme abrigo, vestida de putón debajo, y que alguien se haga cargo de tu coche. Algún descerebrado va también en moto, pero eso en invierno no pasa mucho.
Al menos, no pasa en las ciudades frías. Que recordemos que yo soy canaria, y aquí lo de los abrigos enormes nos suena a anuncio de El Corte Inglés en Navidades. Con una rebequita vamos tirando para todo el invierno.
¿Te imaginas dejando el coche aparcado a cuatro manzanas del local, para luego recorrer las calles con pinta de cobrar cien euros la hora, mientras te tropiezas con todos los vecinos respetables de la zona que a esas horas pasean al perro?
“Mírala, otra que va a que se la follen diez tíos esta noche.”
Claro, los vecinos respetables nunca se fijan en la pareja que tienes al lado, y de él no piensan que se la va a meter a todas las chicas que le hagan ojitos. Por ello, y sabiendo que había comentado que los clubs no suelen estar apartados de la zona centro de la ciudad, el servicio de aparcacoches es un gran aliado.
Más que nada, para no restarle tiempo al folleteo mientras buscas aparcamiento. Que creo que es el único sitio donde tu pareja (masculina, normalmente) no te va a dejar en la puerta diciéndote:
– Vete entrando tú, que ya cuando encuentre aparcamiento te encuentro.
Sabe perfectamente que como entre una mujer sola en uno de esos locales la vas a encontrar debajo de unos tres caballeros, que nada más verla aparecer y quitarse el abrigo, decidieron que sus copas esa noche correrán a cuenta de ellos.
¡Qué gentiles los hombres! Seguro que andan buscando algo…
Eso siempre me lo decía mi madre. Si un tío te invita a una copa, quiere sexo. En un local swinger probablemente se aplica la misma norma, lo que pasa es que a la copa suele ir acompañada de condones. Muy práctico, por cierto. Que luego escasean cuando te metes en las zonas de camas…
Pues eso, que tú aunque quieras bajarte del coche para caminar menos no te va a dejar. Como mucho te dirá que aparques tú y que ya luego lo busques entre una muchedumbre de tías rubias de pechos operados con medias y tacones como único vestuario. Alguna puede que le quede algún collar, pero son las menos.
Pues a lo que vamos. Me bajo del coche, me lo recoge un maromo con antifaz también (igual que el portero) y me meto en el vestíbulo del local. Llevo los pezones más erectos que mi pareja la polla, probablemente por el frío que hace fuera y no por la excitación de saber que a pocos metros se están lidiando unos buenos combates cuerpo a cuerpo. Pero nadie se da cuenta al quitarme el abrigo ya que si hay una cosa que abunda en un club liberal son mujeres desnudas con tetas operadas y pezones erectos a base de pellizcotes de… ¿importa cuántos tíos los han pellizcado, para el caso?
Dejo abrigo en el guardarropa. Dejo también el bolso. Recibo a cambio unas toallas para el uso de las zonas nudistas, y pago entrada. Pienso que toca desnudarse allí, ya que me están recogiendo las prendas, pero el maromo me indica muy amablemente que vuelva a vestirme porque hay zonas habilitadas para eso.
Glubs.
En verdad me doy cuenta de que no es del todo adecuado cuando al abrirse nuevamente la puerta del local, para que entre otra pareja, me miran desde la calle como vuelvo a subirme la falda. En esos momentos la calle nunca está vacía. Siempre tengo la suerte de que cuando me estoy desnudando cerca de una ventana en casa pasa alguien justo al lado y se queda mirando. Lo mismo pasa si lo haces en un club liberal. No tienen ventanas, pero la única puerta de acceso es la que pillo yo para desnudarme, y para que una de las parejas respetables paseadoras de perros mire hacia el interior y me vean en bragas. El tío de la pareja de la calle que simplemente pasaba por allí se para en seco y su esposa le pega una colleja para que siga avanzando. La pareja que ha entrado justo en ese momento abriendo la puerta se queda asombrada de encontrarse ya a alguien casi desnudo en el vestíbulo, pero todo se resuelve con dos besos.
– Encantado de tener tan buenas vistas nada más cruzar la puerta-, saluda el hombre, mientras ella se ríe por lo bajo-. Espero que volvamos a coincidir dentro, con menos ropa aún por ambas partes.
Tierra, trágame.
Mi pareja se ríe por lo bajo. Y valora si la mujer está lo suficientemente buena como para tomar aquella invitación en serio. A mí también me entran ganas de pegarle una colleja a mi novio, pero me contengo.
– ¿Han traído monedas para las taquillas?- pregunta el que atiende el guardarropa.
Nos miramos, pensando que debimos haber dejado menos propina en el restaurante.
– ¿Nos da cambio?- pregunta mi novio, sacando un billete de cinco euros del bolsillo.
El del antifaz del guardarropa mira el resto de los billetes que tiene en la mano mi pareja, y toma uno de veinte. Va a ser que las taquillas son bastante caras…
– Mejor veinte a que luego vengas a por más monedas.
Y me imagino, en vez de una taquilla, una máquina tragaperras…
Magela
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