Vale. La caja estaba vacía. ¿Y qué? No era tan difícil empezar a llenarla. Había cientos de cosas en aquel despacho donde había pasado casi la totalidad de su vida adulta. Ahora, con mas de sesenta años cumplidos, y demasiadas arrugas en el rostro como para contarlas con la misma facilidad que sus primaveras, tenía que volver a la casa donde se sentía un extraño, con un par de cajas de cartón por todo equipaje.
Seguro que a su esposa le iba a hacer mucha ilusión tenerlo otra vez en casa, regresando con una grapadora y un afilador eléctrico en vez de un ramo de rosas… para explicar su ausencia durante más de tres décadas. Que, como ella decía, al menos los fines de semana debía haber estado presente en la vida de la familia, y no con la cabeza metida entre tantos papeles.
Sí, tenía que empezar a rellenar las cajas. Pero presentía que irían con él, en breve, a alguna triste pensión compartida…