Una buena puta

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      –      ¡Eres una cerda!- te dice tu madre, después de que te sorprendiera con la cabeza de tu novio enterrada entre las piernas.- No te tienes ni un poco de respeto.

Y tanto que sí te lo tienes. Si no, no estarías dejándote comer el coño por la mejor lengua del instituto. El culo más prieto… y la polla más cachonda. ¡Claro que te quieres! Buscar lo mejorcito para tu cuerpo no es pecado…

         ¡Mírame cuando te hablo!- le grita su madre, histérica, que le arroja una toalla a la entrepierna todavía abierta y sin tanga. Él, jovencito y avergonzado, había salido a escape por la puerta y no lo habías oído cerrar ni la de la casa.- ¡Guarra, más que guarra!

Recoges la toalla para limpiar las babas de tu novio de los pliegues de tu coño, entremezcladas con los líquidos de tu propia cosecha. Mientras, no apartas la mirada de los ojos encolerizados de tu madre, esa que ha entrado sin llamar a tu cuarto para joderte la corrida de tu vida.

Allí, en el coño, sientes todavía sus dedos y su lengua, los dientes mordiendo y los labios chupando con ansia. Allí querías su polla gorda y brillante. ¡Pena de calentura!

Tus pezones aun duros contra la tela de la camisa del centro escolar; la faldita de tablas subida hasta tus caderas. Los calcetines altos a las rodillas ahora en los tobillos… y sin zapatos. La visión que tu madre tiene de ti ahora mismo se complementaría si te peinaras con dos colas en el cabello. Por suerte, lo llevas corto…

Sigues mirando a tu madre…

          ¿Para esto te he criado yo?- te pregunta, casi al borde del llanto.- ¿Para que seas una puta, acabados de cumplir los 18?

Retiras la toalla y la lanzas a un lado de la cama, donde las sábanas está revueltas por la fogosidad de los cuerpos y la huída rápida del muchacho. Y en un arranque de morbosidad llevas tus dedos a la entrada de la vagina y te penetras tú misma ante la atenta y desorbitada visión de tu pobre madre, que se lleva las manos a la cara y se marcha del cuarto llorando.

Haces la cabeza hacia atrás, sacas los dedos y los lames, introduciéndolos hasta el fondo en tu boca. Vuelven a tu coño, y comienzas a masturbarte, completamente cachonda por la escena que le has brindado a tu madre. Tus yemas localizan el clítoris con irreprochable experiencia, y lo acaricias de forma salvaje, lasciva, mientras resuenan en tu cabeza los insultos que te ha prodigado tu madre y los gemidos que amortiguaba tu coño mientras tu novio se la machacaba a base de bien, a cuatro patas con el pantalón a las rodillas y el cuello de su polo colegial manchado con tu lubrigante vaginal, mientras te lo comía con mortal dedicación…

Ya debe estar en su casa…

Pajeándose…

Gimes… ¡Joder, cómo gimes!

          Mamá… Puta, sí… Puta…  Y de las mejores…

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