Volver a casa en taxi.

magela Después del Mundo Swinger, Sodoma Comenta

Hace frío, acabas de disfrutar de la mejor experiencia sexual de tu vida dentro de un club liberal, y enfundada en un enorme abrigo, sales a la calle de la mano de tu pareja, que también lleva una sonrisa de oreja a oreja.

Os ha cundido la noche.

¿Qué hacéis para llegar a casa?

Yo, la primera vez que fui a un club, volví en taxi. Casi que la segunda y la tercera también. ¡Qué coño! Siempre cojo taxi a las cuatro de la mañana cuando acabo de estar follando tan calentita, y no me refiero a caliente de cachonda. Que normalmente en el interior de los locales liberales hay muy buena temperatura, invitando a que te despojes del mayor número de prendas de ropa posibles. Al salir a la calle, con el cuerpo desmadejado por la actividad y el cambio brusco de temperatura, lo que se apetece es meter la cabeza en un coche. Pero, como tanto mi novio como yo solemos tomarnos las cuatro copas que suelen venir adscritas al pago de la entrada por pareja, no es buena idea regresar en el coche de uno, y mucho menos en la moto.

Además, normalmente siempre te encuentras a los típicos mirones en el bar de la acera de enfrente que te recorren de arriba abajo en cuanto cruzas la puerta, mirándote como si fueras una puta. ¡Y eso que has sido tú la que has tenido que pagar por ir a follar! Inaudito.

Pero es verdad que, sea como sea, sientes algo de pudor a la hora de salir del local. Entras tan bien arreglada, con todo tu maquillaje perfecto y el peinado más coqueto que has podido hacerte sin ir a la peluquería, con las medias enteras y sin arrugas. Y sales hecha unos zorros, con el rímel marcando la cara donde la toallita desmaquillante no ha podido hacer efecto, el cabello revuelto de tantas veces que te lo han agarrado para muchos y diversos menesteres, y la falda torcida y con alguna que otra mancha. Manchas de alcohol, mal pensado, que yo me quito la ropa para el resto de la noche tras beberme la primera copa.

Lo dicho. Cuando salgo de un club liberal no ando en mi mejor momento. Y puede que por eso, por el cansancio, o por el rubor de mis mejillas que demuestran (si no lo hacen ya las otras señales) en lo que he estado invirtiendo las últimas horas de mi vida, por no mencionar el frío a esas horas de la madrugada, prefiero tomar un taxi.

Lo divertido es que el taxista sabe perfectamente de qué puerta te ha recogido.

Recuerdo la primera vez que salí de un club, y a nuestro primer taxista. Hacía un frío de morirse en la calle, y el abrigo de paño al final no era del todo abrigado para la estación del año en la que lo llevaba. Mi pareja abrió la puerta para que entrara y me resguardara del clima y de las miradas de los tipejos del local de enfrente, y me encontré un momento después en el interior del habitáculo, calentita y deseando que el trayecto a casa fuera lo más corto posible.

La gracia está cuando el taxista quiere saber cómo te lo has pasado.

Yo era consciente del sitio del que acabo de salir. Mi pareja, igual. Y el taxista, lo mismo. ¿Era necesario hablar de ello?

Pues no iba a ser interesante hablar del tiempo, que aquella noche era malo, pero malo de morirse.

  • ¿Qué tal ha ido la noche?-, preguntó el taxista, sin cortarse un pelo, incorporándose a la circulación tras darle la dirección de mi casa. Si pensaste que la iba a escribir aquí… es que a ti te afectan las fantasías mucho más que a mí las mías-. ¿Lo han pasado bien?

Que el taxista me preguntara abiertamente por mi vida sexual me resultó del todo inapropiado, y a la vez, tremendamente simpático. No me lo esperaba.

Tras ser escuetos y responderle a un par de preguntas, diciéndole que todo había ido bien y que nos lo habíamos pasado estupendamente, tuvo el descaro de comentar que sería bueno que siguiéramos la juerga en casa.

  • No se merece que le haga correr otra vez-, le contesté, haciéndome la ofendida-. Le ha mirado las tetas a demasiadas tías ahí dentro. Creo que no voy a poder perdonarle eso.

Me reía y le sonreía a mi pareja mientras hablaba con el taxista, sabiendo perfectamente que los dos íbamos tan cachondos que seguramente el último orgasmo lo tendríamos en el cuarto de baño, dándonos la ducha que tanto necesitaban nuestros cuerpos pegajosos.

  • No puedo creer que vayas a hacer eso. Pero si seguro que se ha portado bien.
  • No, ha sido muy malo. Es más, esta noche le va a tocar dormir en el sofá. ¡Pues no va el muy cerdo y se la mete a una rubia que tenía mejores tetas que yo!

Mi pareja me apretó la mano con dulzura. Él sabía que estoy bastante acomplejada por el tamaño de mis pechos, y que aunque me lo tomara a broma, y siendo tan celosa como era, era probable que hubiera estado mirando cómo se le iban los ojos a él cuando observaba a las mujeres del local, tan desvergonzadas ellas, luciendo tetas bien puestas por todas partes.

  • ¡No te atreverás a dejar que duerma en el sofá!
  • ¡No la conoce usted bien!

Me miraba por el espejo retrovisor, y se reía.

  • Si le haces caso a este hombre esta noche te regalo una naranja.

Sexo por una naranja. Acababa de tener varios orgasmos en un club liberal, me iba rendida y con el olor a sexo impregnado en el pelo, y me ofrecían una naranja para que siguiera complaciendo a un hombre que había tenido el doble de orgasmos que yo. Si hay cosa más subrealista que eso a las cuatro de la mañana en un taxi… podéis mandarme un mail para contármelo. O dejar un comentario en la entrada, que también vale.

Sobra decir que tenía ganas de pasarle la mano por la bragueta a mi pareja mientras me hacía de rogar, para que el taxista pudiera verlo y también se empalmara un poquito con la idea de observarnos a través del espejo.

Al día siguiente, cuando me desperté en mi cama, tarde porque nos habíamos acostado demasiado tarde también, en la mesilla de noche me esperaba mi desayuno. Una hermosa naranja, de buen tamaño, que había sacado el taxista del maletero del coche al dejarnos en la entrada de casa aquella madrugada. Me hizo prometer que mi pareja no dormiría en el sofá y que le haría un último favor antes de irnos a dormir. Y yo, que no podía decepcionar a ese hombre después de rescatarme de las garras del frío invierno de la madrugada, había cumplido en la ducha como toda una señora.

La naranja olía bien.

Pero la cama desprendía ese olor a sexo tan característico, después de haberse corrido él una última vez sobre mi piel desnuda. La mancha quedó impregnada en las sábanas, y allí me había acompañado, con su olor, mientras mi hombre dormía a mi lado, y yo lo intentaba… sin conseguirlo.

La naranja vendría bien como desayuno… pero a mí me gustaba desayunar más otra cosa.

Por eso, y sobre todo si vais en invierno, llevad vuestro coche y no toméis sino refrescos de cola (me niego a poner marcas hasta que no me paguen una pasta por el anuncio). Porque os puede tocar como a nosotros y os recoja un taxista gracioso que, a esas horas de la mañana, no encuentre nada más interesante que hacer que conseguir que continuéis la fiesta en casa.

¡Y cómo vas a negarle eso a un taxista!

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