Aferrarte la mano.

magela Deja que te cuide... con palabras, La Pluma de Magela Gracia, Microrelatos Comenta

Tenía los pechos llenos de leche.

Salí corriendo del hospital, tras dos noches sin tocar la acera de la calle. Llevaba todo ese tiempo sin dormir, sentada al lado de mi padre, con su mano entrelazada en la mía y la vista clavada en sus ojos cerrados. Me empeñaba en contar sus respiraciones, cada vez con más segundos entre la que se hacía llamar uno y a la que yo llamaba dos.

Cada vez más escasas… y superficiales.

Salí corriendo enfadada. Con los pechos dolidos casi tanto como mi alma. Mi bebé me esperaba por fin en el coche, presta a saciarse y a calmar la presión que me tenía en un grito. Tal vez, si el dolor físico desaparecía se mitigaría también el miedo que se había instaurado al ver cómo se apagaba mi padre.

«No te mueras hasta que no regrese…»

Mientras mi hija saciaba su hambre yo derramaba lágrimas amargas. Me repetía que eran sólo unos segundos, que ella lo necesitaba, y yo también. Quería aprovechar para grabar un vídeo con sus risas mientras me tenía cerca, contenta de verme tras los dos días de ausencia.

Mejor que mi padre escuchara carcajadas de su nieta a los gemidos lastimeros de su hija, que se negaba a perderlo…

«No te mueras hasta que regrese..»

Era una orden más que un ruego, porque sabía que mi padre no era de atender suplicas. Su carácter no se lo permitía. Sin embargo, haber sido militar toda su vida había hecho que las palabras duras y tajantes tuvieran mejor efecto en su endurecida sesera.

Quería que escuchara a su nieta, y no se fuera al otro mundo con los oídos llenos de mi llanto amargo.

Pero en vez de obedecer, hizo exactamente lo contrario. Aprovechó para escaparse de mi lado cuando yo no pude aferrarle la mano. Sabía que no lo dejaría ir sin pelearme con él, sin gritar o desesperarme. Aprovechó para desaparecer cuando yo tenía entre mis brazos a mi hija, y me dejó huérfana haciendo lo que tanto le había molestado que hiciera yo…

Desobedecer…

Allí me quedé yo, en la puerta de su habitación en cuidados paliativos, resbalando hasta el suelo, con el vídeo de las risas de mi hija guardado en el móvil, entre las manos.

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